La sexualidad humana es un don de Dios.
Y porque es un don, debemos considerarla como lo que es: un don.
Si esto es así, cabe la pregunta: ¿qué es un don?
Un don es un regalo, y un regalo es algo que se recibe por parte de alguien, el donante. Como regalo, implica gratuidad, porque el regalo es algo no debido, sino, precisamente, donado, regalado, gratuitamente.
Pero ante todo, el don o regalo implica, de parte del donante, amor al destinatario del don, porque el regalo se hace a quien se ama, como expresión del amor del que dona.
Recibir un regalo, o un don, es entonces recibir el amor de quien hace el regalo. No se trata de recibir algo en virtud de un pago hecho por un trabajo: se trata de recibir algo que no se debía recibir, que es gratuito, y que además demuestra el amor del que dona.
Esto nos lleva a considerar la actitud de quien recibe el don: no puede ser de frialdad, o de indiferencia, mucho menos de hostilidad, hacia quien dona. Todo lo contrario, la actitud hacia el donante, debe ser la de corresponder al don y al amor expresado en el don. De lo contrario, la donación, el acto de donar, queda trunco, como un amor no correspondido.
En el caso de la sexualidad humana, para que ésta pueda ser apreciada en su verdadera dimensión, debe ser considerada como lo que es: un don del Amor divino.
¿Cómo considerar a la sexualidad humana como un don, para así corresponder al donante del don, el Amor divino?
Un buen punto de partida para la consideración de la sexualidad humana como don del Amor divino, es considerarla como parte de la creación: Él la creó, porque la ideó así para el hombre, porque fue Él quien creó al hombre diferenciado en dos sexos: varón y mujer: “Y dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra (…) Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó”. Y los bendijo Dios, y les dijo Dios: «Sed fecundos y multiplicaos” (Gn 26-28).
Por otra parte, aún sin recurrir al texto sagrado, es de experiencia común que sólo existen dos sexos: masculino y femenino, con lo que vemos cómo estos datos de la experiencia coinciden con
Ahora bien, debido a que Dios todo lo crea con Sabiduría y Amor infinitos y perfectísimos -de otra manera, no sería Dios-, la sexualidad humana, como parte integrante de
Dios crea la sexualidad humana, y la crea diferenciada y complementaria, pero la crea según un designio bien preciso, para ser usada en un ámbito específico, el matrimonio, y con una finalidad específica: la comunicación del amor entre los esposos y la comunicación de la vida.
Vista la sexualidad desde un punto de vista humano, la sexualidad humana tiene dos fines: unitivo y procreativo (expresión del amor de los esposos y abierta a la vida). La sexualidad humana tiene el fin de unir a los esposos mediante el amor, y de procrear, o generar, nueva vida. Las dos dimensiones, la unitiva y la generativa, están íntima y estrechamente ligadas, de tal manera que una no se comprende sin la otra, y tanto una como la otra se encuentran vacías de sentido si están separadas.
En estos fines de la sexualidad humana -unión y procreación-, vemos el sentido de la creación diferenciada y complementaria: porque son dos distintos, que se complementan, pueden dar lugar al amor, como éxtasis del Uno al Otro, y como donación plena, en espíritu y en cuerpo, que finaliza con el fruto del amor, la aparición del Tercero, el hijo.
El hecho de ser diferentes y complementarios, varón y mujer, posibilita la expresión y la comunicación plena del don contenido en cada sexo, y es la co-creación de la vida, lo cual acontece en el marco del amor esponsal.
Cada sexo, don en sí mismo, tiene a su vez un don potencial -comunicación del amor y co-creación de la vida-, pero sólo puede ser actuado este don potencial, en un marco y en un ámbito específico, el del amor esponsal.
De ninguna otra manera se produce la actuación del don pre-contenido en el don de la sexualidad humana, que no sea en el ámbito del amor esponsal y del matrimonio, porque fuera de este ámbito, no se dan las condiciones de dualidad, o sea, de diferencia, y de complementariedad.
Y si no se da esto, diferencia y complementariedad, no hay amor esponsal, y si no hay amor esponsal, sólo hay egoísmo, ya que el amor de dos es reemplazado por la tiránica pasión que pretende satisfacer sólo el propio deseo.
Esta diferencia y complementariedad es lo que determina, no de forma arbitraria, sino porque así está dada la verdad de la naturaleza humana, el hecho de que no puede haber unión sin procreación (anticoncepción), ni procreación sin unión (fertilización asistida): en cualquiera de los dos casos, la sexualidad humana queda incompleta y privada de sentido, alejada del plan divino, y envuelta en el egoísmo humano. Esto es así porque las dos dimensiones son, en realidad, dos facetas de una misma realidad humana: el amor, manifestado en la unión carnal, es fuente de vida.
La unión sin procreación falsifica y adultera a la sexualidad humana, porque le falta el fruto y don del amor, que es el hijo; la procreación sin unión falsifica y adultera a la sexualidad humana, porque la aparición del fruto, el hijo, se da de un modo artificial y aséptico, el ambiente de un laboratorio, y no en el marco del acto sexual matrimonial, expresión del amor esponsal. En uno y en otro caso, no hay amor, como fundamento que legitima y plenifica la unión matrimonial.
Por otra parte, considerada la sexualidad desde un punto de vista teológico, en el ámbito del matrimonio, y siempre usada en modo casto, la sexualidad humana es fuente de santificación para los esposos, porque el matrimonio ha sido elevado por Jesucristo a la categoría de sacramento, es decir, de productor de gracia. Un sacramento es algo que produce la gracia santificante, porque en el sacramento actúa Cristo, Autor de toda gracia. El sacramento del matrimonio es productor de gracia, porque ha sido injertado en una Alianza esponsal mística, la de Cristo con su Iglesia. El matrimonio es santo porque la unión esponsal entre Cristo Esposo y
Ahora bien, sólo en el ámbito del matrimonio sacramental, se dan las condiciones para que el uso de la sexualidad sea santo y fuente de santidad, según lo pensó Dios, con su Amor y su Sabiduría, desde la eternidad.
De esto se ve cómo el uso de la sexualidad, por fuera del matrimonio, cualquier uso de la misma, se sale del pensamiento y del querer de Dios. Dios no quiere el uso de la sexualidad humana fuera del ámbito matrimonial, y que no sea su voluntad su usa fuera del matrimonio, se deduce de los fines mismos del matrimonio: unión y procreación.
El matrimonio, con su unión sexual, según el plan divino, es santo; es decir, la unión carnal, en el matrimonio, no es lejana a la santidad, por el contrario, los esposos deben acudir a Dios, para que la unión carnal sea santa. El ejemplo lo tenemos en Tobías quien, antes de unirse carnalmente con su esposa, invoca a Dios, y él, junto a su esposa, le rezan antes de la unión. Leemos así en el libro de Tobías: “Cuando acabaron de comer y beber, decidieron acostarse, y tomando al joven le llevaron al aposento. Recordó Tobías las palabras de Rafael y, tomando el hígado y el corazón del pez de la bolsa donde los tenía, los puso sobre las brasas de los perfumes. El olor del pez expulsó al demonio que escapó por los aires hacia la región de Egipto. Fuese Rafael a su alcance, le ató de pies y manos y en un instante le encadenó. Los padres salieron y cerraron la puerta de la habitación. Entonces Tobías se levantó del lecho y le dijo: «Levántate, hermana, y oremos y pidamos a nuestro Señor que se apiade de nosotros y nos salve.» Ella se levantó y empezaron a suplicar y a pedir el poder quedar a salvo. Comenzó él diciendo: ¡Bendito seas tú, Dios de nuestros padres, y bendito sea tu Nombre por todos los siglos de los siglos! Te bendigan los cielos, y tu creación entera, por los siglos todos. Tú creaste a Adán, y para él creaste a Eva, su mujer, para sostén y ayuda, y para que de ambos proviniera la raza de los hombres. Tú mismo dijiste: ‘No es bueno que el hombre se halle solo; hagámosle una ayuda semejante a él’. Yo no tomo a esta mi hermana con deseo impuro, mas con recta intención. Ten piedad de mí y de ella y podamos llegar juntos a nuestra ancianidad. Y dijeron a coro: «Amén, amén.» Y se acostaron para pasar la noche” (cfr. Tob 1, 9).
Notemos que Tobías y su esposa utilizan quema el hígado y el corazón del pez, por indicación del Arcángel San Rafael, y con esta acción, expulsa al demonio que estaba pronto para pervertir la unión matrimonial. Esto sería el equivalente a los sacramentales de
Otra cosa que debemos tener en cuenta de este episodio es que, si no está Dios santificando la unión matrimonial, indefectiblemente se hace presente el demonio, del cual sólo pueden venir desgracias, infortunios, maldiciones, y tristeza, como lo atestigua la historia de la esposa de Tobías, viuda siete veces antes de Tobías. Tobías es el único que no muere, porque invoca a Dios y Dios expulsa al demonio, impidiendo el mal que éste quería hacer, y concediendo bendiciones, las cuales comienzan esa misma noche, porque Tobías no sólo no muere, sino que comienza una vida de felicidad al lado de su esposa, a quien ama.
En un determinado momento, Tobías dice: “Yo no me uno a mi esposa con deseo impuro, sino con recta intención”, y la “recta intención” es el amor, y éste es otro aspecto a tener en cuenta: el verdadero amor esponsal, que es el único que legitima la unión carnal. Si no existe el amor esponsal, en su lugar sólo hay un “deseo impuro”, el cual es rechazado por Tobías.
Esto quiere decir que la unión y la procreación están dignificadas por lo más noble del hombre: el amor. Sólo en el matrimonio hay amor verdadero, y sólo el amor verdadero lleva a que un hombre y una mujer unan sus vidas y sus cuerpos y decidan engendrar, educar y criar hijos juntos, como si fueran uno solo.
Fuera de esto, no hay ni unión, ni procreación, porque no hay amor. Fuera del matrimonio, no hay amor verdadero, aunque se piense que es así; en realidad, es sólo egoísmo, y uso materialista, hedonista y placentero de la otra persona. Se trata a la otra persona como objeto, al cual uso mientras me sirve, y cuando no me sirve, la descarto, como a un vaso de plástico.
Si hubiera verdadero amor en el noviazgo, se respetarían mutuamente en sus cuerpos, porque amar es desear el bien del otro, y no hay mayor bien, para los novios, que la castidad, porque así tendrán para ofrecer a su cónyuge un don, el don de la sexualidad.
Obrar de otra manera –relaciones pre-matrimoniales- es obrar no movidos por el amor, sino por el egoísmo, y es no amar a la persona por lo que es, sino usarla por fines egoístas.
También los animales fueron creados sexuados, y ellos usan de su sexualidad para procrearse, pero lo hacen no con perversión –tampoco con amor, porque no pueden amar, como el hombre, al no tener un alma espiritual-, sino guiados por el instinto, puesto por Dios, y de acuerdo al plan divino.
Cuando un animal se une sexualmente a otro, lo hace, a su modo, glorificando a Dios, porque fue Dios quien dispuso que así lo hicieran. El animal no puede, de ninguna manera, cometer una perversión, cosa que sí puede hacer el hombre, y así lo hace, toda vez que se une carnalmente fuera del matrimonio.
Es por esto que podemos decir que el hombre no se “animaliza”, sino que se convierte en algo inferior a un animal –un perro, un gato, un cerdo- cuando usa de la sexualidad fuera del matrimonio, y mucho más cuando usa la sexualidad de un modo perverso.
Nada de esto se da en el matrimonio casto, pues es en ese ámbito en donde encuentra la sexualidad humana su expresión más alta y digna, la única expresión querida y deseada por Dios Trino.
Sólo en el matrimonio, la sexualidad humana se vuelve parte integral del plan de salvación divino para la humanidad, porque el matrimonio, por un lado, perpetúa la especie humana, de donde surgen hijos de Dios, y por otro, prolonga y actualiza en el mundo el misterio nupcial de Cristo Esposo y de
Magnifico P. Alvaro. Maravillosa explicación
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