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martes, 25 de enero de 2011

Masculinidad y femineidad en el pensamiento de Juan Pablo II




La siguiente es una meditación sobre la masculinidad y la femineidad basada en la obra de Su Santidad Juan Pablo II "El amor humano en el plan divino".

a. Diferenciación y complementariedad de los sexos

El hombre es creado varón y mujer: la “alteridad” es propia de la especie humana

Del análisis de las catequesis de Juan Pablo II sobre la sexualidad humana[1], hemos visto que el hombre ha tenido como “dos” creaciones: una primera, como varón, en estado de soledad relativa –ya que tiene por amigo a Dios-, y una segunda creación, esta vez definitiva, como varón y como mujer.

Antes de profundizar en el significado de estas dos creaciones, es necesario tener en cuenta un elemento esencial en el hombre, que es su espíritu: en la consideración de la creación del hombre es importante considerar su elemento espiritual, ya que este elemento espiritual, su alma, lo lleva a no quedarse encerrado en sí mismo, sino que, por el contrario, lo conduce a la salida de sí hacia el otro, entendido este como alguien distinto a él, con capacidad, igual que él, de proyección hacia afuera de sí. El hombre es creado en tensión constitutiva: naturalmente, tiende a la comunión de personas, es decir, tiene tendencia natural a establecer una comunión con otros seres espirituales igual que él. Esta posibilidad de la comunión de personas lo lleva a trascenderse a sí mismo, a superar sus propios límites y márgenes, a traspasarlos y a entrar en relación de amistad con otros seres espirituales como él. En esto consiste la “comunión de personas”.

En el origen, en el momento de la creación, en el origen, el hombre es creado de manera definitiva en la bipolaridad varón-mujer. Esta bipolaridad constitutiva de la especie humana, es lo que se conoce como “alteridad”, y es lo que permite una forma de trascendencia.

En la segunda creación, la definitiva, se da la “alteridad” como característica primordial de la especie humana: el hombre es creado como varón y como mujer, y el uno se presenta al otro como “el otro”. Esta presencia del “otro” –la alteridad propiamente dicha-, es lo que lleva a la posibilidad de la auto-trascendencia en la plena donación de sí. La “alteridad”, la creación del “otro”, que se encarna como varón para la mujer y como mujer para el varón, se presenta como la posibilidad de la auto-trascendencia, al tener delante de sí al “otro”, que tiende a la comunión y que a la vez invita a la comunión. El “otro” es el estímulo para la partida fuera de sí, y a la vez, el punto de arribo.

En esta alteridad, como consecuencia de la bipolaridad varón-mujer, aparece en el horizonte del hombre el amor esponsal, el cual tiene características particulares que lo diferencian de otros modos de trascendencia, como el amor de amistad. Hay que aclarar que la alteridad no se refiere sólo a la otra forma de encarnación, sino que se refiere también a Dios: Dios se presenta como el “otro”, con quien se puede establecer una relación de amor de tipo esponsal, que lleva a la plena donación de sí.El amor esponsal, propio de la alteridad –aunque no exclusiva de la bipolaridad varón-mujer ya que se da plenamente en la bipolaridad hombre-Dios-, lleva a la donación total de sí mismo y a la auto-trascendencia. De ahí que tanto el matrimonio (varón-mujer) como la vida consagrada, tratándose de dos bipolaridades de distinto orden, posean las mismas características de amor esponsal, y lleven a la donación de sí en la entrega al “otro” (Dios en el caso del consagrado, el varón o la mujer en el caso del hombre).

En el caso de la bipolaridad varón-mujer, la alteridad se presenta con esta característica: al tener delante de sí al “otro” –el varón a la mujer y la mujer al varón-, se abre la posibilidad, siempre que exista el amor de tipo esponsal, de la donación plena, corporal y espiritual, y por lo tanto, de la plena realización de sí en la trascendencia.

Si no hay alteridad, no hay amor esponsal y no hay posibilidad de apertura al otro, y el hombre queda encerrado en sí mismo: sin amor esponsal, la trascendencia se frustra y se convierte en inmanencia.

b. El ser sexuados: femineidad y masculinidad

La alteridad de varón-mujer se caracteriza por la corporeidad sexuada

La alteridad en la bipolaridad varón-mujer –la presencia del otro- se caracteriza por una forma distinta de encarnación del ser hombre: varón y mujer. El ser cuerpo y espíritu es propio del ser humano, pero también es propio el ser cuerpo sexuado. De esta manera, la sexualidad, en la alteridad, se presenta como una característica esencial de la especie humana. El hombre no ha sido creado ni puramente varón ni puramente mujer, sino como varón y como mujer, es decir, como dos formas distintas de encarnar una misma naturaleza humana.

La corporeidad sexuada es un don para el otro, ya que permite la expresión del espíritu y la comunión de personas

Esta creación de la especie humana, como alteridad bipolar y como corporeidad sexuada, al presentar estas dos formas distintas de sexualidad, representa en sí misma un don para la especie, ya que es lo que permite que tanto el varón como la mujer, al entregarse mutuamente en la donación esponsal, lleguen a plena realización en la comunión de personas. El cuerpo sexuado –masculino o femenino- es un don dentro de la bipolaridad porque es a través del cuerpo sexuado –a través de la masculinidad y de la femineidad- que el espíritu humano puede expresarse en su tendencia constitutiva a la comunión de personas[2]. En otras palabras, la masculinidad y la femineidad, entendidos como corporeidades sexuadas, son la expresión del espíritu, y los medios por los cuales el varón y la mujer tienden a la comunión interpersonal. La masculinidad y la femineidad, es decir, la corporeidad sexuada, tiene un carácter nupcial[3]: tiende y favorece el don de sí en el amor esponsal. Ahora, bien, se debe decir que la corporeidad sexuada, si bien comparte características físico-biológicas similares con seres irracionales, a pesar de un cierto parecido externo –en la genitalidad- se diferencian de estos seres irracionales con una diferencia abismal, ya que como hemos visto, en el ser humano, la corporeidad sexuada es un medio de la expresión del espíritu, lo cual no sucede de ninguna manera en los animales irracionales.

La donación mutua del amor esponsal se manifiesta en la aparición del tercer “otro”: el hijo

El cuerpo humano, en su originaria bipolaridad y alteridad de varón-mujer, es fuente de fecundidad y de procreación. La unión esponsal de la bipolaridad desemboca naturalmente en la aparición de un tercero: el hijo. Ahora bien, esponsal, significa amor de donación plena y total, que se da solo en la bipolaridad y en el matrimonio, es decir, cuando se ha decidido la entrega mutua, como don mutuo, tanto del espíritu como de la propia corporeidad sexuada. Solo en la alteridad de la bipolaridad varón-mujer se da el amor con características esponsales, y solo en esta alteridad esponsalicia, surge naturalmente el tercer otro, el hijo.

El hijo como la manifestación y la coronación del amor esponsal del varón y de la mujer

La constitución espiritual del hombre hace que tienda a la comunión de personas; esta comunión de personas, en la bipolaridad varón-mujer, posee un elemento cualitativo que surge del mismo espíritu, y que es el amor espiritual esponsal, es decir, el tipo de amor que se establece entre los espíritus que están encarnados en las dos corporeidades sexuadas diferentes: el varón y la mujer. El amor esponsal, de raíz espiritual, que se expresa a través de la corporeidad sexuada de la bipolaridad, tiene su coronación y su manifestación más plena y auténtica en la aparición del hijo.

El hijo es el fruto del amor esponsal de la bipolaridad, y debido a la altísima dignidad que cada persona humana posee, por ser imagen y semejanza de Dios, sólo este amor esponsal, originado en los espíritus de la bipolaridad y expresado a través de sus corporeidades sexuadas, es el único lugar digno para su nacimiento. La altísima dignidad de la persona humana hace que cualquier otro lugar, que no sea la bipolaridad varón-mujer, en el contexto de la donación esponsal matrimonial, sea acorde a su dignidad. Solo la –a su vez- altísima dignidad del amor esponsal de la bipolaridad es el origen adecuado para el nacimiento de la persona humana. De ahí que los métodos artificiales de concepción, al carecer de estas condiciones de dignidad y de amor esponsal bipolar, sean inadecuados para recibir a la dignidad de una persona humana.

c. Sexualidad y conformación estructural de la persona

Auto-trascendencia y plenitud de sí en la donación esponsal: la felicidad en el amor al “diferente”

El espíritu humano, encarnado en dos corporeidades diferentes –masculinidad y femineidad- tiende a la auto-trascendencia por medio de la donación de sí. Esta donación de sí se da en su plenitud sólo en la alteridad, es decir, en el amor al “diferente”, y es en esta donación plena, cada miembro de la bipolaridad encuentra su felicidad. La constitución de la bipolaridad es lo que constituye la posibilidad de la felicidad personal, ya que es lo que permite que el espíritu humano se done al otro en su totalidad, sin reservas.

El matrimonio en la bipolaridad varón-mujer: la puerta abierta a la vida

Por su propia naturaleza, la bipolaridad varón-mujer está abierta a la vida. La mutua donación de la bipolaridad, siempre en el contexto del amor esponsal como lugar digno de la dignidad del hijo, permite la aparición de una nueva vida humana, que enriquece con su ser a la misma bipolaridad, que amplía su comunión de personas, al instalarse una trinidad de personas, es decir, al iniciarse el núcleo familiar, en el paso del matrimonio a la familia nuclear.

Imposibilidad de la donación y la consiguiente auto-trascendencia en uniones de un mismo sexo

De esto se comprende que en las uniones entre individuos del mismo sexo, no exista la posibilidad de la auto-trascendencia y de la plena realización, es decir, de la felicidad. La ausencia de bipolaridad, cuando se pretende imitarla y suplantarla por sucedáneos constituidos por uni-polaridades –individuos del mismo sexo- imposibilitan el acceso a la felicidad personal, al bloquear la posibilidad de la auto-trascendencia.

El amor de amistad

El hecho de que el espíritu se auto-trascienda y se realiza en la unión con el otro, diferente, movidos por el amor esponsal, no significa que no exista otro modo de trascendencia. Esta trascendencia se verifica en un amor que no es esponsal, sino de amistad, y puede darse sí con total legitimidad entre individuos del mismo sexo. Es obvio que las expresiones del amor de amistad, que surgen del espíritu, no se expresarán por la corporeidad sexuada y que no desembocarán en la aparición de un otro, el hijo, y sin embargo, el amor de amistad, siendo un amor lícito y puramente espiritual, contribuye y favorece la auto-trascendencia y el don de sí en favor del amigo.


[1] Cfr. Juan Pablo II, El amor humano en el plan divino, Fundación Gratis Date, Pamplona.

[2] Cfr. Juan Pablo II, ibidem, 32.

[3] Cfr. Juan Pablo II, ibidem, 32.

viernes, 21 de enero de 2011

El médico, figura de Cristo Médico Divino


La profesión médica es una profesión digna y noble, y su dignidad le viene no tanto por ella misma, sino por el objeto con el cual tiene que tratar, y ese objeto no es un objeto cualquiera, sino que es el ser humano.

El ser humano es la creatura más digna sobre la faz de la tierra; su dignidad se debe al haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, y la imagen de Dios impresa en él es su espiritualidad y su tendencia natural a establecer una comunión de personas –Dios es Espíritu Puro y es comunión de Personas, las Personas de la Trinidad, y estas son las dos semejanzas con el ser divino que fundamentan la dignidad del hombre. Pero además, el ser humano está llamado a una dignidad mukcho mayor aún, incomparablemente mayor, que es la dignidad de ser hijo de Dios, y está llamado a entrar en comunión, como hijo de Dios, con la Trinidad de Personas. A la espiritualidad y a la comunión de personas que naturalmente posee, se le agrega, por libre decisión de Dios, una espiritualidad infinitamente mayor, que es la de ser hijo de Dios, y establecer una comunión de personas con la Trinidad.

El médico debe mirar a todo ser humano desde este doble punto de vista, desde esta doble dignidad, la que posee por naturaleza, y la que está llamado a poseer por libre decisión de Dios. De allí que la esencia de la profesión médica sea custodiar, conservar, preservar, curar, acrecentar, esta vida humana, que por estos motivos es única en el universo y que por lo tanto es inapreciable. Una sola vida humana, aún aquella que da señales casi nulas de ser humana[1] –cigoto, embrión, terminales en coma- vale más que todo el universo material, tiene derecho a recibir el créditoy es deber sagrado del médico valorarla como tal y como tal tratarla en su profesión.

De allí también la tarea del médico de oponerse con todas sus fuerzas a la cultura de la muerte imperante en la sociedad materialista y hedonista de hoy, que tiene del ser humano una visión no menos materialista y hedonista. Para la cultura de la muerte, la vida que no tiene utilidad económica debe ser eliminada, no tiene sentido su presencia en la sociedad[2]. Así, se busca de eliminarla desde el nacimiento, desde la concepción, con la píldora del día después, hasta el momento de salir del seno materno, el aborto de parto parcial, y hasta las fases finales de la vida, el comatoso, el anciano, o incluso aquél que posee solo una enfermedad terminal, en las clínicas eutanásicas. Por su naturaleza, la profesión médica forma parte esencial de la cultura de la vida, es la principal constructora de un mundo verdaderamente humano, de respeto y de valoración de la dignidad inestimable de la vida humana, de toda vida humana, empezando por aquella más desprotegida, la que más sufre.

Además, por estas características, es la profesión humana que más se acerca al Oficio divino del Salvador, Jesucristo, que es llamado Médico Divino: curar, aliviar, consolar a la humanidad que sufre.

Curando, aliviando o consolando a la humanidad doliente, y considerándola en su dignidad de imagen de Dios, el médico es una figura de Cristo Médico Divino, que con su misterio pascual de muerte y resurrección no sólo cura la enfermedad mortal del alma, el pecado, sino que es quien concede la dignidad infinita a la vida humana que es hacer de cada ser humano un hijo de Dios.


[1] E. Sgreccia et al., Identità e statuto dell’embrione umano, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 1998, 95.

[2] Cfr. Juan Pablo II, Evangelium vitae, ...

jueves, 20 de enero de 2011

Criemos al mono, eliminemos al niño


La propuesta, por absurda e irracional que pueda parecer, es real, y es seguida por la legislación de países enteros. Por ejemplo, en España, se castiga con multas ejemplares a quien tala un árbol añejo –se prevén multas de hasta 500.000 euros[1]-, pero al mismo tiempo, se garantiza la protección de la ley para quien desee eliminar una vida humana en el vientre materno[2].

Este absurdo nació en la mente de un pretendido “científico” llamado Peter Singer, para quien es preferible dejar vivir a un chimpancé, antes que a un niño. ¿Cómo pudo llegar a esta aberrante conclusión?

Veamos cuál es su pensamiento.

Este autor da muestras de su alienación mental en su libro “Liberación animal”, en donde sostiene la igualdad de los seres vivos del planeta, basada esta igualdad en la capacidad que tienen los organismos para sufrir: un ser vivo, con alas o con pelaje, no pueden ser discriminados, así como no se discrimina a alguien por el color de su piel. Además, la inteligencia no justifica la diferenciación entre no humanos y humanos, puesto que hay algunos seres humanos con retraso mental profundo que los equipara a algunos animales, lo cual también se puede formular en sentido contrario: algunos animales poseen un grado de inteligencia tal, que los equipara a los seres humanos con retraso serio.

Para Singer, no se puede hacer distinción entre los seres vivos basados en la inteligencia –y mucho menos en el alma espiritual, que es inexistente para este autor-; la diferencia está dada por el nivel de sensibilidad, lo cual se aplica a su particular concepto de “persona”, que a su vez desemboca en sus aberrantes conclusiones.

Según este autor, un ser vivo adquiere el nombre y el estatus ontológico de “persona” si reúne los siguientes criterios: si se posee auto-conciencia, si tiene un proyecto o deseo de vivir, y si tiene un nivel de sensibilidad que lo capacite para sufrir.

Si alguien reúne estos criterios, entonces es considerado “persona”, y al revés: si alguien no los reúne, no es “persona”. Entrarían en la categoría de “personas”, seres vivos como los grandes monos, por ejemplo, mientras que no serían “personas” los cigotos –persona recién concebida, constituida por un alma espiritual, que anima un cuerpo constituido por una sola célula-, los embriones y los fetos, porque no tienen “proyecto o deseo de vivir”, los enfermos mentales graves, los enfermos terminales en estado de coma irreversible.

Para Singer, entonces, una amplia gama de seres humanos –los embriones, los fetos, algunos niños con grandes deficiencias mentales, enfermos en estado de coma o adultos con formas graves de enfermedades mentales- no son personas, mientras que algunos animales sí son personas.

Tan sencillo como aberrante.

Llevado por su lógica utilitarista, irracional y anti-humana, basada en una antropología falsificada y desvirtuada que rebaja al ser humano a la condición de animal, y que al mismo tiempo eleva al animal a la condición de persona humana, Singer llega al extremo de sostener que sería justificable realizar experimentos con bebés, al igual que con monos, si se aplica la regla de que “el beneficio supera al sufrimiento”. Ahora bien, como realizar experimentos con bebés no es justificable, entonces tampoco lo es hacerlo con animales. El interés de Singer está siempre centrado en la defensa de los animales, en detrimento de los seres humanos.

En su libro Repensar la vida y la muerte, Singer hace todavía más explícita su ideología anti-vida: afirma que el embrión se vuelve “humano” en algún punto posterior a la concepción, pero que no es posible determinar “el” momento en el que comienza la “vida humana”.

Su argumento entonces es que, mientras el feto es a todas luces un miembro de la especie humana, no es sin embargo una persona, porque no reúne los requisitos necesarios para serlo: ser auto consciente que se reconoce a sí mismo en el tiempo, que tiene proyecto de vida, y que es capaz de sufrir.

Singer abre una puerta que nadie puede cerrar, y es la puerta abierta del aborto, desde el período de cigoto al de embriones de varios días de gestación, y abre la puerta a la eliminación, al mejor estilo nazi, de enfermos mentales con retraso grave y de enfermos terminales en estado comatoso, es decir, la eutanasia.

En resumen, para Singer, debido a que todos estos seres vivos no son “personas”, está justificada, ética y moralmente, su eliminación. Las delirantes teorías de Singer abren así las puertas al aborto, al infanticidio, a la eutanasia y a la eugenesia.

Un negro panorama de desolación y muerte acecha a la humanidad en el horizonte, desde el momento que la filosofía utilitarista de Singer ha sido adoptada por la legislación del llamado “Primer Mundo”.


[2] En un gran número de países europeos, el aborto se practica sin restricción alguna. Cfr. http://www.elmundo.es/elmundo/2009/12/02/espana/1259786724.html

lunes, 17 de enero de 2011

Por qué la única familia posible es la formada por padre, madre e hijos


Hoy se pretende instaurar un nuevo “modelo familiar”, muy distinto al modelo familiar conocido por el hombre desde que habita en esta tierra. Al modelo “tradicional” o “clásico” de familia humana, constituido por un papá, una mamá, y los hijos nacidos de su unión –o eventualmente adoptados, pero siempre en este modelo “nuclear”-, se le pretende oponer un modelo que, más que “familiar”, puede llamarse “anti-familiar”, puesto que va en contra de la estructura básica del núcleo familiar.

Hoy en día se le llama “familia” a la unión constituida entre dos padres, o dos madres, que para tener hijos, debido a que la naturaleza lo impide, recurren a la fertilización asistida; otro modelo familiar post-moderno es el de una madre soltera –o un padre soltero- que alquila un útero y engendra sin padre conocido –el último caso resonante fue la “octomadre”-, y esto sin contar con las “familias ensambladas”, engendro de nuestra post-modernidad carente de valores, formada por la unión artificial entre parejas provenientes de sendos divorcios. Además de todas estas “nuevas familias”, se le da el nombre de “familia” a todas las combinaciones posibles o imaginables.

¿Qué decir a todo esto? ¿Se puede aceptar sin más este cambio de paradigma? ¿No corremos el riesgo de parecer retrógados, o carentes de humanismo, si no se aceptan los nuevos modelos familiares, hechos posibles por la ciencia y por una voluntad humana que no se fija en los límites éticos?

Hay muchas razones para sostener que el único modelo familiar viable para la supervivencia de la raza humana en la tierra, es el constituido por la familia clásica o tradicional: un padre, una madre, y los hijos nacidos de esta unión.

Veamos cuáles son esas razones.

La familia humana, la constituida por un padre, una madre, y los hijos, tiene su origen no en la tierra, sino en el cielo, puesto que es imagen de Dios Trinidad, que es Familia en sí mismo, pues está constituido por Personas, unidas por el Amor divino. La familia humana, terrena, es una imagen de una Familia anterior a toda familia, una Familia que Es desde la eternidad, las tres hipóstasis de Dios. Dios Uno y Trino ama tanto al hombre, que ha querido hacerlo semejante a Él, y la familia en cuanto tal es una de sus semejanzas: el padre terreno representa a Dios Padre; la madre representa al Amor del Padre y del Hijo, porque, como el Espíritu Santo en la Trinidad une en el amor al Padre y al Hijo, así la madre terrena une en el amor, en la tierra, al padre y al hijo terrenos; el hijo –los hijos- terreno representan al Hijo Eterno del Padre. De esta manera, la familia de Dios Trinidad, constituida por las Tres hipóstasis divinas, que forman un solo Dios, se ve reflejada y representada en la familia humana.

Y así como en Dios Trino es el Amor lo que une a las Personas de esta Divina Familia, así debe suceder en la familia terrena, deben vivir unidas en el amor de las personas entre sí, un amor humano, terreno, propio de sus personas humanas, pero un Amor también divino, celestial, sobrenatural, donado desde el cielo por el Padre y el Hijo, el Espíritu Santo.

Una primera razón entonces por la cual la familia terrena debe estar constituida sólo por el padre, la madre y el hijo, es que sólo de esta manera se convierte en un reflejo en la tierra –y luego, una prolongación, al obrar la misericordia- del Dios Uno y Trino que habita en las alturas.

De esta manera vemos que, rompiendo este esquema, adulterándolo, falsificándolo, dando nombre de “familia” a la agrupación ficticia de personas, inventada por la mente humana apartada del designio divino, lejos de ser una “nueva vía” para la felicidad humana, sólo constituye un obstáculo insalvable para alcanzar precisamente la felicidad, y una fuente continua de dolores y de pesares para el hombre.

La otra razón es que, a través de los padres terrenos –padre y madre- Dios Padre quiere hacer partícipes a los hombres de la alegría de la paternidad. En efecto, Dios Padre es Padre desde la eternidad, al engendrar, en su seno divino, a Dios Hijo, y es en esta generación inefable, eterna, en la que el Padre encuentra toda su predilección, tal como lo dice Él mismo en el Jordán, cuando el Espíritu Santo se posa sobre Jesús, en el momento de ser bautizado por Juan: “Éste es mi Hijo muy amado, en quien me complazco” (cfr. Mt 3, 13-17; Is 42, 1-17), es decir, en quien me alegro.

Dios Padre engendra en su seno a Dios Hijo desde la eternidad, pero quiere continuar ejerciendo su paternidad espiritual, adoptando hijos por la gracia, y es para que sean hijos de Dios por la gracia, que los padres terrenos, generando hijos por el matrimonio, cooperan con el designio de Dios Padre, proporcionando hijos para Él, que luego se convertirán en hijos suyos por la fe y por la gracia, comunicada por los sacramentos.

Por otra parte, para que el amor paterno, participación de la paternidad divina, sea pleno, y se transmita en su plenitud y con toda su fuerza a los hijos, es necesario que los padres sean fieles esposos entre sí, pues consolidados en su propio amor esponsal, este amor esponsal fructificará y se derramará sobre los hijos, como amor de padres.

El amor esponsal entonces necesita ser vivido por los padres, papá y mamá, para que, desarrollado y plenificado, se derrame sobre los hijos bajo la forma de amor de paterno.

De esta manera, el hijo recibe la plenitud del amor esponsal, convertido en amor de paternidad, y se vuelve él mismo capaz de generar amor, el amor de filiación, al sentirse amado y valorado por sí mismo, por ser él quien es, hijo. Se cumple así el retorno perfecto del amor, que completa la imagen trinitaria de la familia humana compuesta por las personas del padre, de la madre y del hijo. Lo que fundamenta y da sentido al matrimonio es el amor esponsal, y lo que fundamenta y convierte al matrimonio en padres es el amor de paternidad, y lo que fundamenta y convierte a esta comunidad de personas en familia, es el amor filial, el amor que surge en el hijo, al recibir el amor de sus padres. Es así como la familia humana se convierte en imagen y reflejo de la Familia divina que hay en Dios Trino, constituida por las Tres Divinas Personas.

Y así, en la comunión en el amor, la familia terrena es un reflejo no sólo de la Trinidad del cielo, sino también de la “Trinidad de la tierra”, la Sagrada Familia de Nazareth, compuesta por Jesús, María y José, que dio al mundo el Pan de Vida eterna, Jesucristo, Salvador de los hombres.

Éstas son las razones de por qué la familia humana debe estar compuesta por un padre, por una madre, y por un hijo.

lunes, 10 de enero de 2011

¿Por qué la Iglesia se opone a la ciencia?


¿Por qué la Iglesia Católica, a decir de muchos, se opone al prodigioso avance científico y tecnológico aplicado a la vida humana?

¿Por qué la Iglesia se opone sistemáticamente a la clonación, a la fecundación in vitro? ¿Por qué se opone a que se aplique la tecnología en la eutanasia? ¿Por qué se niega a la manipulación de células madres embrionarias, o al alquiler de úteros? ¿Por qué se opone a un acto -aparentemente- tan humanitario, como el de crear un “hermano medicamento” para salvar la vida de un niño que, indefectiblemente, habrá de morir si no se recurre a esta instancia?

¿No demuestra con esto la Iglesia, que lo que sus detractores dicen de ella, que es una sociedad arcaica, perimida, y pasada de moda es cierto? ¿No debería la Iglesia, en pos de una aceptación del mundo moderno, revisar –y cambiar- una posición que es, aparentemente, anticuada, retrógrada, y contraria al progreso de la humanidad?

La respuesta a todas estas preguntas pueden articularse en tres grandes ejes: el valor inconmensurable de la vida humana, la dignidad de la persona humana, y la grandeza del amor esponsal.

Es para respetar el valor inestimable que como persona humana tiene el cigoto unicelular, que la Iglesia se opone a la fecundación in vitro –y a la clonación, al alquiler de úteros, a la generación de “hermanos medicamentos”, etc.-, porque en esta técnica, por cada embrión viable para implantar, deben descartarse diez, veinte, o más y, en el mejor de los casos, si no se los descarta, se los debe congelar, lo cual constituye un atropello a la dignidad y a los derechos humanos de estas personas-embriones, traídos al mundo sin la mediación del amor de los esposos. En otras palabras, no se justifica, por pretender engendrar un hijo, la eliminación –o congelación- de diez, veinte, o más hermanos suyos. No se justificaría ni siquiera si fuera un solo embrión el descartado o el congelado, ya que lo que se tiene en cuenta es la condición de persona humana de cada embrión por separado, sin importar la cantidad total de embriones fecundados.

Pero en este caso, además de eliminar o congelar a los hermanos del embrión seleccionado, avasallando el derecho a la vida que cada uno tiene, se avasalla otro derecho humano del embrión, y es de nacer en el ámbito del amor esponsal. En efecto, cada ser humano, por su dignidad intrínseca, más allá de su condición racial, de su edad, de su sexo, de sus cualidades, muchas o pocas, tiene DERECHO a nacer el ámbito del amor de los esposos, es decir, como “consecuencia” del acto sexual reproductivo entre el esposo y la esposa, que es unitivo y procreativo a la vez; cada ser humano tiene derecho a nacer como fruto del amor de los esposos, comunicado en el acto reproductivo realizado en el ámbito del matrimonio, y no como resultado de un frío proceso aséptico, llevado a cabo en el ámbito de un laboratorio.

Ésta es la razón por la cual la Iglesia se opone principalmente a la fecundación in vitro –además de otras consideraciones de orden moral, como la violación al Sexto Mandamiento-, y el argumento es el mismo para la oposición a la clonación, al alquiler de úteros y a la generación de “hermanos medicamentos”: en todos estos casos, se produce un doble avasallamiento de los derechos humanos de la persona-embrión: si se lo hace vivir, en el caso de un embrión “viable”, no se respeta su derecho inalienable, fundado en su dignidad de ser persona humana, a nacer en el ámbito del amor de sus padres –padre y madre, papá y mamá-, lo cual implica el haber sido deseado como hijo, y nacer como fruto de un amor esponsal, el cual es, junto al amor de madre, el amor más noble y alto entre los legítimos amores humanos.

Por otra parte, cuando se recurre al "cientificismo irracional" -lo cual es una paradoja, porque el cientificismo se vanagloria, precisamente, de ser "racional"-, se da a lugar a situaciones vitales que no encuentran respuesta, ni la podrán encontrar jamás. Por ejemplo: ¿dónde están la madre y el padre de un bebé clonado? ¿Dónde está el padre donante de los espermatozoides de un bebé nacido por fecundación in vitro? Si dos personas del mismo sexo, varones o mujeres, deciden alquilar un útero, comprar el semen y el óvulo necesarios para la fertilización, para obtener un “hijo”, ¿de quién es ese hijo? ¿Cómo explicar a ese niño que nació por una actitud egoísta y no por amor? ¿Cómo explicarle que él salvó su vida “por casualidad”, o porque el técnico del laboratorio decidió que él era viable, mientras que sus hermanitos fueron eliminados o congelados?

El otro derecho que se avasalla, es el de las personas-embriones consideradas “no viables” o “no aptas” para la fecundación: se los elimina y, por lo tanto, se les conculca el primer derecho de toda persona humana, que es el derecho a la vida.

Con respecto a la eutanasia, la Iglesia no puede hacer otra cosa que oponerse, puesto que se trata de un asesinato -o suicidio- encubierto y disfrazado de piedad y de amor, en el que se desconoce el derecho a vivir, y el valor salvífico del sufrimiento humano, cuando es unido a Cristo en la cruz.

Vemos entonces que la oposición de la Iglesia Católica a todas las aberraciones biológicas, médicas, éticas y jurídicas producidas por el cientificismo sin moral y sin principios, no es arbitraria ni caprichosa ni, mucho menos, opuesta a la felicidad y al progreso del hombre.

La oposición de la Iglesia a estos pretendidos “avances científicos” es la oposición y el clamor de una madre que, advirtiendo que su hijo se dirige al abismo, en el cual está a punto de precipitarse, lo llama a viva voz, suplicándole que detenga su camino equivocado.

Un último argumento por el cual la Iglesia se opone a este “humanitarismo científico” que, disfrazado de bondad y de felicidad, degrada y provoca dolor al hombre, radica en Dios, Autor de toda vida, y Amor en Acto Puro: puesto que Él es el Creador de la vida, y puesto que Él es el Amor en sí mismo, todo acto contrario a la vida y al amor –como la clonación, la fecundación in vitro, etc.-, es un acto contrario a su santidad y a su majestad, y es una conculcación de sus derechos divinos: Dios tiene derecho a su criatura, el hombre, porque éste salió de sus manos, y Él lo creó para que sea feliz, en el Camino por Él trazado, camino que está señalado en la propia naturaleza humana.

La pregunta, entonces, no es "¿por qué la Iglesia se opone a la ciencia?", porque la Iglesia no se opone ni a la ciencia, ni al progreso del hombre, sino todo lo contrario, debido a que la ciencia, como fruto de la inteligencia humana, es un don de Dios, ya que Él creó al hombre con una inteligencia capaz de hacer ciencia. La Iglesia no se opone a la ciencia: se opone, sí, con todas sus fuerzas, al "cientificismo", es decir, a la ideología que, falsificando la legítima y verdadera ciencia humana, se erige en dueña de la vida y de la muerte del hombre, sumiéndolo en un mar de desgracias y de dolores.

No puede el hombre, amparado en un falso cientificismo, avasallar los derechos del embrión, avasallar los derechos de Dios sobre el hombre, desplazar a Dios del medio, y jugar a ser Dios.