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miércoles, 20 de septiembre de 2017

A causa de la presión de iglesias evangélicas, en Brasil se vuelve a considerar a la homosexualidad como enfermedad

Aunque transcribimos el artículo periodístico en su totalidad, aclaramos que solo estamos de acuerdo en lo esencial de la información, y es que se considere a la homosexualidad como enfermedad psiquiátrica. De hecho, así se la consideró hasta hace treinta años, cuando fue retirada del Manual de Diagnóstico de Enfermedades Mentales de EE.UU., no porque se pensara que no era una enfermedad, sino por presión del "lobby" homosexual.
En otras palabras, hasta hace treinta años, la homosexualidad era considerada una enfermedad mental, la cual debía ser diagnosticada y tratada médicamente; se la dejó de considerar como enfermedad mental debido a presiones de la corporación homosexualista.
Compartimos la noticia, aunque no el enfoque del periodista, que considera a un hecho médico -la homosexualidad como enfermedad mental- una mera manipulación del "fundamentalismo evangélico", expresión esta última que tampoco compartimos.
A continuación, el artículo de marras.



Un juez permite que los psicólogos realicen terapias de 'cura gay'
Las ideas conservadoras avanzan en el país empujadas por el fundamentalismo evangélico

Los psicólogos brasileños podrán ofrecer a partir de ahora terapias de reversión sexual a sus pacientes. El pasado lunes el juez Waldemar Cláudio de Carvalho, de un tribunal de la Justicia Federal de Brasilia, autorizó estas prácticas, que estaban prohibidas en el país por el Consejo Federal de Psicología desde 1999.
El juez pide al Consejo que interprete sus normas de modo que los psicólogos puedan "promover estudios o atención profesional de forma reservada, referentes a la (re)orientación sexual, garantizándoles la plena libertad científica acerca de la materia, sin ninguna censura o necesidad de permiso previo".
Las organizaciones en defensa de los derechos de lesbianas, gays, bisexuales y transexuales no tardaron en poner el grito en el cielo, recordando que hace casi 30 años que la Organización Mundial de la Salud (OMS) retiró la homosexualidad de la lista de enfermedades.
Las redes sociales se inundaron de hashtags como #Tratesusprejuicios y #LaHomofobiaesunaenfermedad. Otros se lo tomaron con humor, grabando videos en los que buscan desesperadamente medicamentos para curarse o un justificante médico para pedir la baja por enfermedad y evitar ir a trabajar. Reír para no llorar, argumentaban algunos, ante la deriva conservadora que vive Brasil.
El propio Consejo Federal de Psicología reaccionó criticando el "retroceso inmenso" que supone, en pleno XXI, tener que reafirmar que la homosexualidad no es una enfermedad ni una perversión. "La psicología brasileña no será instrumento de promoción del sufrimiento, la intolerancia y la exclusión", afirmó en un comunicado, al tiempo que convocaba a todos los profesionales del país a las manifestaciones organizadas en los próximos días para condenar la decisión judicial.
Para psicólogos y especialistas legitimar el discurso de que existe una 'cura gay' supone abonar aún más el sustrato homófobo que hace que Brasil sea uno de los países que más homosexuales mata en el mundo. El año pasado al menos 340 personas fueron asesinadas en el país tropical por motivación homófoba, según la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transgénero e Intersexuales (ILGA).

El poder de las iglesias evangélicas

En Brasil las parejas del mismo sexo pueden casarse gracias a una decisión judicial de 2013, no debido a ninguna iniciativa legislativa. Durante el Gobierno de la izquierdista Dilma Rousseff (2011-2016) se intentó aprobar una ley contra la homofobia, pero todos los intentos fueron sistemáticamente tumbados por los diputados más conservadores, muchos de ellos fieles de los segmentos más radicales de las iglesias evangélicas.
"La decisión del juez no es un caso aislado, forma parte de un movimiento más amplio y más peligroso contra nuestra democracia y contra nuestras libertades, heridas por el empoderamiento que el Gobierno golpista (de Michel Temer) dio a esa gente odiosa: censura a obras de arte, prohibición de una pieza de teatro, intimidación legal a los educadores a través del proyecto fascista 'Escuela sin partido', campañas difamatorias contra parlamentarios y activistas sociales y un alcalde que mandó arrancar páginas de libros didácticos", criticaba el diputado opositor Jean Wyllys, del Partido Socialismo y Libertad (PSOL), la cara más visible del movimiento LGBT brasileño en política.
Cada vez son más los que piensan que Brasil camina rápidamente hacia una "teocracia fundamentalista y autoritaria", como dice Wyllys. Y es que la polémica de la 'cura gay' surgía cuando aún no se habían enfriado los ánimos después de que un centro cultural de Porto Alegre cediera a las presiones de un movimiento de la derecha neoliberal (el Movimiento Brasil Libre) y cerrara una exposición sobre cultura LGBT, cuestiones de género y diversidad sexual.
El Santander Cultural clausuró a toda prisa la muestra 'Queermuseu', que incluía obras de artistas como Cândido Portinari, Alfrefo Volpi, Ligia Clark y Adriana Varejão. Algunas fueron acusadas de ofensivas, de atentar contra la religión, la moral e incluso de promover la pedofilia. El sector artístico negó las acusaciones y alertó del peligroso precedente de la censura que empieza a instalarse en el país.
Quién sabe si para cubrirse las espaldas en el Museo de Arte Contemporáneo de São Paulo (MASP), uno de los más prestigiosos del país, cubrió con telas los dibujos eróticos del artista Pedro Correia de Araújo. Para apreciar los trazos de este dibujante pernambucano hay que levantar un trapito negro.
En la misma ciudad una obra de teatro fue cancelada por una decisión judicial porque el papel de Jesucristo era representado por una mujer transexual. Los organizadores culparon, entre otros, a las presiones del movimiento Tradición, Familia y Propiedad (TFP), una organización ultraconservadora de cuño religioso.
No solo la población LGBT sufre los efectos de la ola conservadora y el creciente poder de las iglesias evangélicas más radicales. En Río de Janeiro el pasado domingo más de 50.000 personas se manifestaron contra la intolerancia religiosa. Vestidos de blanco, fieles de la umbanda y del candomblé (religiones de matriz africana) se dieron la mano con católicos, ateos y seguidores de otras religiones minoritarias para clamar contra la persecución que sufren por parte de las alas más radicales del movimiento neopentecostal.
La marcha se producía después de un goteo de ataques a terreiros (lugares de culto de los fieles del candomblé) perpetrados por narcotraficantes convertidos a la fe evangélica. Los presentes criticaron el silencio del alcalde de Río, Marcelo Crivella, ante la auténtica 'guerra santa' que se vive en las favelas y periferias de la ciudad. El alcalde carioca es exobispo de la Iglesia Universal del Reino de Dios y su llegada a la alcaldía de la segunda ciudad más poblada del país está entre los grandes éxitos del proyecto político de esta iglesia.

La ultraderecha avanza hacia el Gobierno

La tendencia conservadora que poco a poco va ganando las batallas sociales, culturales y religiosas llega también al ámbito político. Brasil celebra elecciones generales el próximo año y todas las encuestas colocan en segundo lugar al diputado ultraderechista Jair Bolsonaro, que aparece en las preferencias de los brasileños sólo por detrás del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva.
Ex militar, nostálgico de la dictadura y afiliado al partido 'Patriota' Bolsonaro dejó atrás el catolicismo y el año pasado se bautizó en el río Jordán para formar parte de la Asamblea de Dios, otra de las iglesias con más predicamento en el Congreso Nacional. Entre su repertorio de perlas homófobas, misóginas y racistas hay frases como: "Sería incapaz de amar a un hijo homosexual. Prefiero que mi hijo muera en un accidente a que aparezca con un bigotudo por ahí". Las opciones de que llegue a la presidencia hoy en día suenan tan remotas como las profecías que en su día colocaban a Donald Trump en la Casa Blanca.
(http://www.elmundo.es/sociedad/2017/09/21/59c2f37ce2704e3d068b4607.html)

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