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miércoles, 11 de abril de 2018

Biología, Filosofía y Teología frente a la barbarie del aborto

Para combatir el drama del aborto con eficacia es fundamental la formación, que la sociedad tome conciencia de lo que es realmente el aborto: un vil asesinato de un ser humano indefenso en el seno materno. El gran pecado del aborto no se puede justificar NUNCA en ningún supuesto y desde ningún punto de vista.
El médico y sacerdote P. Álvaro Sánchez Rueda es autor de varios libros (Milagros Eucarísticos. El Dios del sagrario manifiesta su Amor; María, Madre de Dios; El maravilloso don divino de la vida humana; Adoremos al Cordero; Los nombres de la Virgen María etc). En esta ocasión analiza el aborto desde la ciencia y en consonancia con la Filosofía y la Teología.
Los abortistas argumentan, para justificar el aborto, que no están matando a una persona, sino simplemente eliminando un conjunto de células, ¿Por qué lo afirman?
Las razones por las cuales los abortistas afirman, contra la evidencia científica que dice que el embrión es un organismo diferente e independiente de la madre, que solo es “un grupo de células”, pueden ser varias: porque así pretenden acallar la propia conciencia; porque es la forma en la que mantienen en movimiento la industria del aborto; porque están sinceramente convencidos de ese error… En todo caso, lo que se debe considerar es que, por el motivo que sea, la afirmación es voluntarista, carente de todo rigor científico y contraria a la verdad del embrión humano.
¿Qué dice la Iglesia en relación al momento exacto en el que empieza la vida, en el que ya hay un nuevo ser humano? 
La Iglesia afirma que ya hay un nuevo ser humano desde el momento en que el alma se une al cuerpo. ¿Cuándo sucede esto? En el instante de la fecundación, puesto que allí el alma, creada por Dios, es unida al cuerpo, que en este estadio está formado solo por una célula. En la Declaración sobre “la práctica del aborto” De abortu procurato (n. 12), y también en Evangelium Vitae (n. 60), se afirma precisamente esto, que “la vida de la persona humana se inicia en el momento de la fecundación y este proceso inicia a su vez en el momento en el que el espermatozoide se adhiere al revestimiento extracelular del ovocito, la zona pelúcida”
Lo interesante es que, sobre este dato biológico, se apoyan el dato filosófico y el teológico, utilizados por la Iglesia –los tres datos- para afirmar que en el embrión ya hay un nuevo ser humano. Nos puede ayudar en este sentido, el reflexionar acerca del concepto de “persona humana”, según la clásica definición de Boecio: “substancia individual de naturaleza racional”.Según esta definición, se llama persona a un individuo cuya característica principal es la de ser racional, el poseer razón o inteligencia, como es el caso del hombre, aunque no es sólo la razón o la inteligencia -facultad espiritual que brota de un ser espiritual- lo que hace que un individuo sea persona, sino el hecho de que la persona, al ser substancia, subsiste y existe en sí y por sí misma, y esto porque a su vez se fundamenta en el actus essendi, la perfección del acto de ser que actualiza a la esencia o naturaleza racional de la persona humana: “…en la persona, lo que radical y más íntimamente la constituye es su propio actus essendi”.
La persona humana está constituida por la unión indisoluble de alma y de cuerpo, a tal punto, que ni el cuerpo separado de su alma ni el alma separada de su cuerpo, pueden ser llamados personas. Sólo cuando el alma informa al cuerpo, es decir, cuando el alma le comunica de su vida y de su energía al cuerpo, es que el conjunto de ambos, cuerpo vivo por el alma y alma viva que da de su vida al cuerpo, es que el individuo así compuesto puede ser llamado persona. Ésta es la diferencia del individuo humano con respecto a los individuos divinos y angélicos: en que es una persona compuesta por espíritu y materia. En el hombre, el elemento material queda estructurado como cuerpo humano por el alma racional, al hacerlo partícipe del acto de ser personal que es propio e inseparable del espíritu. La persona humana es una totalidad unificada de cuerpo y espíritu.
Conocer la composición de la persona humana de cuerpo y alma es importante, pues esta composición de materia y de espíritu se observa ya desde la fecundación: al constituirse el cigoto, producto de la fusión de los gametos paternos, se infunde el alma por parte de Dios, en un cuerpo que, en este momento, es unicelular, porque es el cigoto, pero no por eso deja de ser “cuerpo”. Y resulta que, este nuevo ser humano –cigoto formado por cuerpo y alma-, es luego adoptado por Dios, por medio del bautismo sacramental, para convertirlo en hijo adoptivo suyo. Por tanto, los datos biológico, filosófico y teológico, se entrelazan mutuamente, sirviendo de apoyo, los unos para los otros, para reflejar esta verdad: el cigoto es persona humana, distinta biológica, filosófica y teológicamente distinta, a la persona de la madre y también del padre.
¿Cómo ratifica lo explicado anteriormente la ciencia médica? 
La ciencia médica lo ratifica mediante la comprobación, por análisis científico, del hecho de que el nuevo individuo, producto de la fecundación, posee una carga genética que no es ni la del padre ni la de la madre, sino una nueva carga genética, que incluye la de los dos progenitores, pero que es independiente de ellos.
El inicio de la vida de un nuevo ser humano, producida en el momento de la fecundación del óvulo, es una evidencia científica y como tal es sostenida por Academia Nacional de Medicina, en su Declaración del 23 de septiembre de 1995: “La puesta en marcha del proceso de formación de una vida humana se inicia con la penetración del óvulo por un espermatozoide. La nueva célula restante (cigoto), contiene su propio patrimonio cromosómico, donde se encuentra programado biológicamente su futuro; y, este hecho científico, con demostración experimental, es así tanto dentro como fuera del organismo materno”.
Esto quiere decir que el cigoto, aun cuando se trate de una célula, se trata ya de un ser humano, con una carga genética propia, personal, que es distinta a las de la madre y el padre. Es una célula nueva, llamada “pluripotente”, en la que está contenida toda la información genética necesaria para el desarrollo del nuevo ser humano, tal como lo afirma el P. Basso en su libro Nacer y morir con dignidad: “La fusión del óvulo materno y del espermatozoide paterno da origen al huevo o cigoto, célula única, autónoma, distinta del padre y de la madre, pluripotente, de la cual se formarán todos los órganos del nuevo ser en desarrollo”. 
Sería siempre un nuevo ser humano, nunca un ser vivo simplemente, como dijo erróneamente una ministra española…
Afirmar que un cigoto humano, proveniente de la fusión de un espermatozoide humano con un ovocito humano, no es un ser humano, sino “simplemente un ser vivo”, es irracional y significa ir en contra de toda evidencia científica. Que el cigoto humano es un nuevo ser humano no es una cuestión de dogma o de fe –no estamos diciendo que los dogmas y la fe que de ellos se deriva no sean “científicos”, puesto que son afirmaciones científicas, aunque pertenecen a otro orden de ciencias, la ciencia teológica-: es demostración científica en su máxima pureza.
A quienes afirman que el cigoto es “un ser vivo” y no “un nuevo ser humano”, se les puede responder de un modo científico –se encuentra en cualquier manual de Biología de nivel de Escuela Secundaria-, que contrasta el enfoque empírico –no científico- de las ideologías anti-vida: el embrión uni-celular –el cigoto- es el resultado de la fusión de los gametos sexuales materno –ovocito- y paterno –espermatozoide-; al fusionarse, aportan cada uno 23 pares de cromosomas, restituyendo así los pares de cromosomas normales constitutivos de toda célula humana, a la par que aportan los denominados “cromosomas sexuales”, de cuya combinación se configura la sexualidad del nuevo ser. Este “nuevo ser” no puede ser otra cosa que “humano”, puesto que está formado por gametos sexuales humanos. La vida humana comienza con la fusión de los gametos sexuales humanos y el resultante de esta fusión no es un mero “ser vivo”, sino un “ser humano”, pues solo puede ser “ser humano” aquello que nace y se deriva de gametos y cromosomas humanos.
La distinción entre “ser vivo” y “ser humano” se comprende mejor por la teleología: el ser humano, que posee la capacidad de conocer la Verdad y amar el Bien, alcanza su plenitud y felicidad en el conocimiento y el amor de Dios, lo cual no sucede con un simple “ser vivo”, como por ejemplo una planta o un animal, que no poseen estas capacidades espirituales.
¿Cómo se demuestra que la vida del cigoto es distinta a la de la madre? 
Está demostrado que, desde el inicio mismo del proceso de la fecundación, el cigoto –que, como hemos visto, tiene una carga genética propia-, se desenvuelve con un ritmo biológico inscripto en su propia codificación genética, ritmo que no depende de la madre, sino de sí mismo. Para abundar un poco en el tema, y citando al P. Basso, podemos decir que la carga cromosómica aportada por los gametos paterno y materno, a la par que reconstituye el número normal de cromosomas, configura la totalidad del depósito del material genético (genotipo) del nuevo individuo, el cual se expresará externamente (fenotipo) a medida que transcurra el tiempo, pero nada de lo genéticamente expresado (fenotipo) será agregado a lo genéticamente constituido (genotipo) desde el momento de la fecundación, porque la información genética del nuevo individuo está contenida en los 23 pares de cromosomas.
Es decir, en los 23 pares de cromosomas se contiene el código genético en donde está la totalidad de la programación del nuevo ser humano, el cual es humano y es “ser”, valga la redundancia: es decir, pertenece a la especie humana, y es “nuevo”, en el sentido de que su constitución genética y cromosómica, derivada de la unión de los gametos paterno y materno, es distinta a la constitución genética y cromosómica de sus progenitores. Parece una redundancia obvia –de la fusión de gametos humanos se deriva un nuevo ser humano-; sin embargo, es necesario decirlo, puesto que aun lo que es obvio, en nuestros días parece no serlo.
Un autor –A. Serra, en un libro en italiano llamado: Identitá e statuto dell’embrione umano: il contributo della biología– lo dice claramente: “Lo que somos biológicamente los adultos, no es esencialmente otra cosa que lo que fuimos como óvulos fecundados”. Y también: “Luego de la fusión del espermatozoide y el ovocito (…) se forma una nueva célula: el cigoto o embrión unicelular. Ésta comienza a operar como un sistema único, es decir, como una unidad, un ser viviente ontológicamente unitario, esencialmente similar –si bien con algunas peculiaridades- a toda otra célula en fase mitótica”.
Estas consideraciones son importantes porque si bien algunos distinguen un estadio denominado pre-embrionario hasta el 14º día, luego de lo cual sería “embrión” propiamente dicho, y en relación al embarazo unos distinguen entre “gestación”, que iría desde la fecundación hasta la implantación, para luego dar inicio al “embarazo” propiamente dicho, desde el momento de la implantación, la distinción es irrelevante en cuanto a la consideración del estatuto biológico y metafísico del cigoto: el cigoto ya es una persona humana, sea embrión o pre-embrión, se haya implantado o no, y atentar contra él, será atentar contra la vida de una persona humana; este atentado contra la vida de una persona humana en este estadio de cigoto, se denomina: “aborto”.
Nunca sería, como afirman las feministas, parte del cuerpo de la madre… 
De ninguna manera y bajo ningún argumento racional y científico, puede decirse que el cigoto, el embrión, es “parte del cuerpo de la madre”. Como hemos visto, lo más particular en esta célula llamada cigoto, es que se trata de un embrión, en estado unicelular, pero un embrión humano, con su genoma propio y particular, resultado de la combinación de los genes de los gametos paternos, pero totalmente distinto a ellos –es decir, genéticamente no es solo distinto a la madre, sino también al padre o progenitor varón-, puesto que se trata de una recombinación de dichas cargas genéticas: el dato científico y biológico establece que el cigoto es ya un individuo humano y, por lo tanto, una persona humana con derechos: “La biología manifiesta de modo contundente a través del ADN, con la secuenciación del genoma humano, que desde el momento de la concepción existe una nueva vida humana que ha de ser tutelada jurídicamente. El derecho a la vida es el derecho humano fundamental”. 
Es precisamente este nuevo genoma el que representa el “principal centro de información para el desarrollo del nuevo ser humano”. Dice así un autor: “…tan pronto como los veintitrés cromosomas paternos se encuentran con los veintitrés cromosomas maternos, está reunida toda la información genética necesaria y suficiente para determinar cada una de las cualidades innatas del nuevo individuo (…) la información contenida en los cuarenta y seis cromosomas (…) resultará descifrada por la maquinaria del citoplasma del huevo fecundado (…) y el nuevo ser empieza a manifestarse tan pronto como es concebido. Que el niño deba después desarrollarse durante nueve meses en el vientre de la madre, no cambia estos hechos (…) el ser humano comienza con la fecundación”.
Desde la fecundación y constitución del cigoto y durante nueve meses, esta célula será el mismo, único, irrepetible y completo ser humano, que desenvolverá la información de su genoma, para convertirse, de embrión unicelular a niño a término. Como sostiene un autor, “después de la fecundación no puede señalarse ningún momento de cambio radical que autorice a opinar que ahí empieza la vida humana; es una arbitrariedad incompatible con conocimientos elementales de Neurobiología” y de Embriología. Es decir, es absolutamente científico afirmar que, con la fecundación, ya se inicia un nuevo ser humano: “(…) No hay desarrollo cuantitativo y cualitativo a partir del cigoto, que permita señalar un momento posterior en el que se acceda a la condición humana.
Es estrictamente científico afirmar que en el cigoto y en sus fases ulteriores de transformación (…) existe ya, potencialmente, un nuevo ser humano”. E incluso, luego de nacido, el genoma humano particular adquirido en la concepción por ese ser humano particular, continuará siendo el mismo, único, irrepetible y completo. Esto nos hace ver que ya desde el momento mismo de la fecundación, nos encontramos, según los datos aportados por la biología, con un ser humano poseedor de un genoma humano, cuyo cuerpo, por así decirlo, consta de una sola célula, el cigoto, pero en lo esencial y desde el punto de vista de la biología, en nada difiere de un ser ya constituido en un espécimen adulto.
El cigoto –y luego el embrión y luego el niño por nacer y luego el niño recién nacido- es un ser humano que posee su propio cuerpo y su propia alma, solo que, en este momento de su desarrollo, su cuerpo está formado por una sola célula, pero es indudable que NO ES parte del cuerpo de la madre. Si fuera parte del cuerpo de la madre, su código genético debería ser exactamente el mismo del de la madre, y no lo es, es el resultado de la unión de las cargas genéticas de los gametos paterno y materno.
Caería la tesis feminista de que la mujer puede hacer lo que quiera con su cuerpo… 
Totalmente, porque no hay forma de sostener, de modo científico y racional –y también metafísico o filosófico-, que el cigoto forme parte del cuerpo de la madre. Es una sola célula, el cigoto, pero es el cuerpo de un individuo distinto al organismo materno y por lo tanto debe ser considerado como tal, como una persona humana independiente de la madre. Va contra toda evidencia científica considerar al cigoto –futuro embrión- como “parte del cuerpo de la madre”: equivaldría a decir que el cigoto es, ontológicamente hablando, igual a cualquier otro órgano materno –hígado, riñones, etc.-, lo cual es absurdo, además de ser un grosero error científico.
Javier Navascués
(https://adelantelafe.com/biologia-filosofia-teologia-frente-la-barbarie-del-aborto/)

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