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jueves, 8 de agosto de 2019

Ridiculez extrema: la vigilia de los veganos que consuelan a los cerdos en el matadero

Nota: sólo compartimos la noticia, no el punto de vista del articulista.
Momento en que una activista le da agua a los cerdos que van a sacrificar.
Agarrada a un barrote, Rocío, socióloga de profesión, mete la mano como puede por un estrecho ventanuco y busca el lomo o la cabeza de un cerdito para acariciarlo. A Natalia, veterinaria, se le caen las lágrimas tras despedirse. "Lo siento, te queremos"; el murmuro sale de un joven que ha podido acariciar a otro gorrino. Hay lágrimas y susurros alrededor de los 200 cerdos que van dentro del largo camión. Iria, aupada por Jorge, su pareja, acerca su cara todo lo que puede a otro cerdito. "No te olvidaré". Jorge la abraza para que se le pase el mal trago. Algunos veganos, tras despedirse de los animales, juntan las palmas de sus manos como si estuvieran lanzando una plegaria al aire. Son gestos fugaces, sentidos y espontáneos, una contagiosa mezcla de compasión sincera y lamento de la que todos los presentes forman parte. Es el último adiós a unos cerdos que en minutos van a ser sacrificados. Somos testigos de una vigilia vegana.
La sorpresa supera incluso a la primera vez que uno oye hablar de este tipo de despedidas, una idea que nació en 2007 en Toronto, Canadá, de la mano de la activista Anita Krajnc tras un proceso judicial que pudo terminar con ella en la cárcel durante al menos seis años. Su delito: darle agua a unos cerdos que iban hacinados en un camión de caja metálica, a más de 35 grados de calor, hacia el matadero en la ciudad de Toronto (Canadá). Finalmente, en 2017, un juez la absolvió: "Se me ha llevado a juicio por ofrecer agua a unos cerdos sedientos. Si hubiesen sido perros, sería considerada una heroína", argumentó la fundadora de The Save Movement cuando se vio libre. Este movimiento se ha expandido a varios países y expone el maltrato y la tensión que viven los animales de consumo en granjas, al ser llevados al sacrificio. Por eso promueven la alimentación vegana y celebran vigilias pacíficas, como esta organizada por Save Movement Madrid, frente a los mataderos.
El credo vegano de Anita llegó hace un año a España, y desde entonces las vigilias veganas empezaron a cuajar primero en Barcelona, luego en Madrid, Valencia, Murcia... Un nuevo fenómeno que los propios activistas no ocultan sino que difunden en las redes sociales y en segundos se hacen virales. La cosa parece cuajar. Los mataderos de media España ya comienzan a acostumbrarse a la presencia a primera hora de la mañana de activistas en las puertas.

EL DESCONSUELO

Aún no había roto el día y a la entrada del matadero de Getafe, situado en un discreto lugar del cinturón Madrid, una treintena larga de veganos (38), en su mayoría mujeres, esperan tiritando de frío. Sostienen que los animales que van a morir merecen «un poco de calor humano», «que no se sientan solos en sus minutos finales». «Nosotros -tercia Toño, que hace de maestro de ceremonias de esta vigilia- no vemos la diferencia entre una mascota y un cerdo o una gallina». Para este periodista, la del martes fue su primera vigilia. El fin era dar el último adiós a un cargamento de cerdos antes de que los convirtieran en chuletas. Los acarician, les susurran palabras amables, les hacen fotos con sus móviles... Y lloran de verdad por ellos.
Momentos en que los veganos se acercan al camión para despedirse de los cerdos.
La cita es a las ocho, con la primera luz del día. El frío intenso del amanecer hace crujir los pies y las rodillas. Los más veteranos vienen con chaquetones de montaña, botas térmicas y calcetines de lana gruesos. La espera en la puerta del matadero se hace inusualmente larga, el café caliente de los termos ayuda a que sea más llevadera. Natalia, la veterinaria del grupo -hay informáticos, profesores, educadores de cárceles, sociólogos...-, se presenta al periodista de Crónica. Ésta es su segunda vigilia y reconoce que no es fácil de explicar. "Se establece una especie de comunión entre la persona y el animal, ellos lo notan y tú también. Para mí esto es un trago horrible...", explica esta vegana de 31 años, 25 sin comer carne de ningún animal, según ella, "la opción más ética".
Existe un pacto no escrito entre los organizadores de las vigilias, el matadero y buena parte de los camioneros para que todo transcurra sin altercados. Un pacto de no agresión que todos llevan a rajatabla. Los activistas hacen piña justo en la barrera que da acceso a la parte trasera del matadero donde se descargan los animales. Levantan los brazos y dibujan una uve con los dedos. Nadie suelta una palabra, todos guardan riguroso silencio mientras el camión avanza de frente hacia ellos. "¡Joder!", suelta alguien que no las tiene todas consigo.
En primera línea, bien en lo alto, un cartel dirigido al conductor del camión resume las intenciones de los veganos: "Por favor, sólo queremos tres minutos para decirles adiós. Stop". Al lado, otra pancarta: "Sin prejuicios, sólo amor a los animales". El transportista para y, sin bajarse ni decir palabra, con un gesto autoriza a los veganos a que se acerquen al vehículo y se despidan de los cerdos. La empatía con los animales se desborda. Los activistas corren hacia las estrechas ventanas del camión intentando contactar con los gorrinos. Les acercan sus manos, los acarician... Algunos contienen las lágrimas. Otros no pueden. "No te olvidaré". "Gracias por todo lo que nos has dado". La escena destila tristeza, el ruido del motor se entremezcla con los gruñidos de los cerdos. El desconsuelo de los veganos va en aumento. Ellos aseguran que presenciar los últimos minutos de vida de los cerdos les rompe el alma. La escena es todavía más inquietante para un carnívoro.
Habrá que esperar cerca de dos horas a que aparezca otro cargamento. Algo inusual pues, según los activistas, lo habitual es que desde las ocho de la mañana el trajín de camiones cargados de cerdos sea mayor. Los activistas calculan que en una mañana, sólo en Getafe, podrían ser sacrificados más de 2.000 ejemplares. De hecho, en España hay más cerdos (50 millones de cabezas) que personas (46,5 millones), con un consumo anual de 21 kilos de carne de gorrino por habitante, lo que convierte a nuestro país en el cuarto productor mundial de carne porcina y el segundo de la Unión Europea.

"NO SOMOS FRIKIS"

"Estar aquí pasando frío por ellos no nos importa", señala Pablo, 37 años y padre de dos niñas de siete y cuatro, también veganas como él y como su esposa Rocío. "Mucha gente pensará que somos unos frikis, pero no, todo lo contrario. Cuando has interiorizado la profunda insensibilidad que hay en torno a los animales, da igual lo que sean, terminas en esto que estamos haciendo aquí, denunciando esta locura". ¿Cómo les ha contado a sus dos hijas pequeñas lo que significa ser vegano? "Tanto su madre como yo se lo hemos explicado de manera muy fácil: igual que no nos comemos a nuestro perrito, tampoco nos comemos a otro animal". ¿Ha pensado en traer a sus niñas a estas vigilias? "Esto sería muy fuerte para ellas, todavía son muy pequeñas para que puedan entender lo que significa para cada uno de nosotros hacer lo que estamos haciendo: no sólo nos despedimos de unos animales predestinados a morir, sino que ésta es una forma de visibilizar el disparate de la explotación masiva de animales para el consumo cuando no es necesario".
Alguien del grupo nos habla de Earthlings, un durísimo documental en el cual el actor Joaquin Phoenix pone voz a escenas tomadas con cámara oculta que sacan a la luz lo inconfesable de la industria porcina, avícola y vacuna.
A eso de la una y media del mediodía, los asistentes a la vigilia se van retirando. Unos a sus casas, otros a sus trabajos o a clase. Todos se abrazan por los malos ratos vividos. La escena destila tristeza. A sus espaldas se oyen los gruñidos de los cerdos desde el matadero. "Sus miradas parten el alma", murmulla María, que se marcha desconsolada.
(https://www.elmundo.es/cronica/2019/02/04/5c4b6413fc6c83de378b4660.html?fbclid=IwAR1b4sKw3-vZwoCE0plohmcw_yS0ZffEzjwPcOHCtscILLqyYydnJ2zFXM8)

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