"Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia". Agobiada por el pecado del aborto ahora legalizado, la Argentina ha sido bendecida al mismo tiempo con una gracia especial. Una buena porción del país se ha reconciliado con su tradición y la levantó como bandera en una contienda heroica que, tres años atrás, nadie imaginaba posible.
Estos combatientes imprevistos han sido familias urbanas o del interior profundo, profesionales, empleados, gente de campo, trabajadores independientes, estudiantes y, de manera muy especial, mujeres jóvenes preservadas milagrosamente del opresivo libreto feminista.
Todos juntos presentaron batalla con armas que ya parecían olvidadas: la oración, el ayuno, la mortificación, la adoración. Llevaron la palabra a sus lugares de trabajo o de estudio, se movilizaron en las calles, intervinieron en las redes sociales y, cada vez que les dieron la posibilidad, se midieron en el territorio hostil de los grandes medios de comunicación. Levantaron la voz y se hicieron ver, sin temores ni complejos.
Fueron a la pelea alegres, cantando y rezando. Sus marchas, sus actos públicos, estaban inspirados por un profundo sentido misional, pero también eran fiestas que celebran la vida y daban gracias al Creador de la vida.
Se enfrentaron con entusiasmo y buena voluntad a adversarios que disponían de todo el dinero del mundo, y de todas sus trampas y falsedades. A la mezquindad, el egoísmo y el obstinado anhelo de muerte de sus rivales, respondieron con sacrificio, abnegación y caridad. Dieron testimonio y libraron el buen combate hasta el final.
¿Fueron derrotados los defensores de la vida? Si la batalla era meramente legislativa, la derrota es indudable. La matanza de los inocentes se ha legalizado en la Argentina, para ruina del país y condenación eterna de quienes la votaron. Pero los alegres defensores de la vida saben algo más. Recuerdan que su Señor les dijo: "Mi reino no es de este mundo". Pero a la vez agregó: "Yo he vencido al mundo". Y contra eso no hay ley que valga.
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