“¡Apártate
de Mí Satanás!” (Mt 16, 13-23). En
este episodio del Evangelio llaman la atención dos momentos absolutamente
contrapuestos entre Jesús y Pedro. El primer momento es cuando, ante la
pregunta de Jesús acerca de “qué dice la gente sobre el Hijo del hombre”, Pedro
responde correctamente, afirmando: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”;
el segundo momento es cuando, después que Jesús ha revelado que morirá en la
cruz y resucitará, para la salvación de la humanidad, Pedro trata de disuadir a
Jesús para que no muera en la cruz. En la primera respuesta, cuando Pedro dice
que Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios vivo, Jesús lo felicita afirmando que
esa respuesta viene “del Padre que está en los cielos”, es decir, es Dios Padre
quien, iluminando la mente de Pedro con la luz del Espíritu Santo, hace que
Pedro reconozca a Jesús como Dios Hijo encarnado. Pero instantes después, en la
segunda respuesta de Pedro, cuando trata de convencer a Jesús de que no muera
en la cruz, Jesús lo reprende severamente, tratando a Pedro, a quien acababa de
nombrar como a su Vicario –“Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia”-, como a “Satanás”: “¡Apártate de Mí Satanás!”.
La
razón de estas dos respuestas diferentes de Jesús a Pedro es que Pedro es
objeto de la acción de dos espíritus distintos: cuando reconoce a Jesús como a
Dios Hijo, es porque está iluminado por el Espíritu Santo; cuando le pide a
Jesús que no suba a la cruz para cumplir su sacrificio redentor, está inspirado
por el Demonio, el espíritu infernal, de ahí la razón de la doble respuesta de
Jesús y las distintas maneras de tratarlo.
“¡Apártate
de Mí Satanás!”. No debemos pensar que es sólo Pedro quien es inspirado por el
Espíritu de Dios o por el ángel caído: también nosotros nos encontramos en la
misma situación, porque cuando reconocemos que Cristo es Dios y que murió por
nuestros pecados y nuestra salvación, eso es fruto de la luz de la gracia,
mientras que cuando nos apartamos de la Cruz para seguir nuestra propia
concupiscencia, eso es obra de nuestro espíritu humano oscurecido por la
ausencia de la gracia y también por instigación del Demonio. Aprendamos a
discernir y a reconocer la acción de los dos espíritus, el Espíritu de Dios y
el espíritu infernal, para que rechacemos siempre al Demonio, ayudados por la
gracia y para que sigamos en todo momento las inspiraciones que nos conceda el
Espíritu Santo.
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