Mi nombre es
Álvaro Sánchez Rueda y soy sacerdote católico y médico, exresidente en
Cardiología. Por el hecho de ser sacerdote y médico, me veo en la obligación
moral de establecer mi posición personal en relación a la actual crisis
sanitaria. Al respecto, quiero expresar mi más absoluto y profundo rechazo del
tratamiento con el fármaco experimental aplicado a la población mundial en
todas las edades del ser humano. La objeción contra el fármaco es doble y, a mi
modo de ver, es insalvable. La primera objeción es moral y se basa en que la
gran mayoría de los fármacos utilizan líneas celulares de embriones abortados y
no es ética ni moralmente admisible el aceptar la muerte de un inocente para
que se fabrique un fármaco con el que uno pueda supuestamente “salvarse” del
virus; la segunda objeción es de carácter médico y se debe a que estos fármacos
son experimentales y yo, en lo personal, no quiero ser un “cobayo de
laboratorio” humano. Es verdad que hay algunos fármacos que no utilizan líneas
celulares de embriones abortados, pero aun así, esto es, quitando la primera
objeción, permanece firme la segunda y es que no deja de ser un experimento
médico, cuyos efectos a mediano y largo plazo se desconocen por
completo. Es de público conocimiento, porque se pueden conseguir los
testimonios y los datos en la red, que la aplicación masiva, a escala
planetaria, de estos fármacos experimentales, ha provocado decenas de miles de
muertes y millones de lesionados con patologías graves, cuya duración se
desconoce, temiéndose en muchos casos que sean para siempre, es decir, mientras
el inoculado esté vivo. Estos fármacos no tienen indicación en ninguna fase de
la edad del ser humano y mucho menos en niños y adolescentes, puesto que el
riesgo de contraer graves patologías o incluso padecer la muerte, hace bajar a
cero el supuesto beneficio de recibir dicho fármaco. Finalmente, considero que
los máximos responsables de esta locura planetaria que consiste en pretender
inocular un fármaco experimental a toda la población humana, con las graves secuelas
de muerte y morbi-mortalidad que presenta, deben ser juzgados por la Corte
Penal Internacional, bajo la acusación de genocidio, de crímenes contra la
humanidad y muchos otros cargos criminales más. Como sacerdote y como médico
estuve, estoy y estaré en contra de esto que considero es un verdadero atentado
contra la especie humana, en una escala jamás vista en la historia de la
humanidad.
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