El cigoto, es decir, el ovocito fecundado por un espermatozoide, es ya una persona humana, con un acto de ser, con un cuerpo y con un alma, y por lo tanto, su primer derecho humano es el derecho a vivir

miércoles, 22 de enero de 2020

Ayer Moloch, hoy el aborto

Moloch era el dios de los antiguos cananitas o fenicios. Lo consideraban el símbolo del fuego purificante, el que, a su vez, simbolizaba al espíritu. Creían que, como resultado de una catástrofe ocurrida en el comienzo del tiempo, ese espíritu se había transformado a sí mismo en obscuridad al convertirse en materia.
Según las creencias fenicias ––de acuerdo con la herejía gnóstica–– el hombre era la encarnación de tal tragedia ontogénica y para redimirse de ese pecado era necesario ofrecer sacrificios a Moloch inmolando bebés, por ser considerados los más impregnados de materia.
Lanzar recién nacidos al fuego constituía el más agradable sacrificio que podía ofrecerse a esa implacable divinidad, representada por una gigantesca estatua de bronce que encerraba un horno en su cavernoso cuerpo.
Las madres arrojaban a sus propios hijitos vivos en el incandescente vientre de Moloch, el que esperándolos de brazos abiertos, devoraba por el fuego a sus pobres y pequeñas víctimas. Y para atenuar la repulsión causada entre los que asistían a tales escenas, los inicuos sacerdotes de Moloch tomaban el cuidado de hacer tocar trompetas y rufar tambores para sofocar la infernal melodía de los gritos de los inocentes. (1)
Así, sin pena ni piedad, en aquellos tiempos los fenicios inmolaban millares de criaturas… ¿Sólo en aquellos tiempos? ¿Sólo los fenicios?
El aborto, en efecto, era una costumbre generalizada en el mundo pagano. Pero Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz, al redimir al género humano, destruyo esa monstruosidad en las naciones cristianas, bajo el benéfico influjo de la Iglesia.
Fueron necesarios muchos siglos de decadencia para que los hombres osaran volver a “endiosar” la práctica criminal del aborto al despenalizarlo o autorizarlo por los más diversos motivos.
Por primera vez, recién en 1920, el aborto fue legalizado en la Unión Soviética por el socialismo marxista, bajo la dictadura de Lenin. En la década del 40 y del 50 le siguieron Japón, Canadá, Suecia y varios países de Europa oriental dominados por los comunistas. Y en los años 60 y 70, en plena “revolución sexual”, tanto en los EE.UU. como en la mayoría de los países de Europa occidental, fueron abiertas las puertas al aborto legal o al menos a su despenalización.
De este modo, en los umbrales del siglo XXI, cuando tanto se proclaman los “derechos humanos”, el lugar de los sacerdotes fenicios lo ocupan médicos sin escrúpulos. Pero tragedia aún mayor –para cuya descripción el lenguaje humano tiene dificultad de encontrar las palabras exactas–– el vientre de Moloch ha sido reemplazado por el propio seno materno…
Quién hubiera de decir que, en nuestros aciagos días, el lugar de mayor riesgo para la vida de un niño es ¡el vientre de su madre!, el lugar por naturaleza más resguardado, más acogedor.
¿Puede haber una mayor y más monstruosa inversión de valores?
“The womb has become a tomb”… (El seno materno se transformó en una tumba).
¿A qué divinidad se inmolan hoy las millones de víctimas inocentes? Varían de acuerdo a un politeísmo macabro.
Cuando se trata de rendir culto al “placer sexual”, sin respetar las finalidades y consecuencias establecidas por la propia naturaleza, ese dios se llama Eros y la religión toma el nombre de Erotismo.
Cuando se trata de evitar “estorbos”, en una frenética búsqueda de conveniencias personales, ese ídolo se llama Ego y la religión tiene el nombre de Egoísmo.
Sobre todo esto, se yergue el Leviatán, es decir, los Estados hipócritas y las organizaciones internacionales, cuyos voceros tanto hablan de derechos humanos pero que son cómplices de una injusticia clamorosa: el exterminio del más indefenso de los seres, el no nacido. Y ahogan en la sangre de las víctimas inocentes al más elemental de los derechos fundamentales del hombre, el derecho a la vida, practicando la más odiosa de las discriminaciones contra el ser humano en la fase pre-natal de su existencia.
En realidad, el Moloch moderno es mucho más implacable que el dios cananita: los sacrificios humanos de la antigüedad son insignificantes si se comparan con los 50 millones de niños que todos los años son sacrificados en el vientre de sus madres.
La paradoja no podría ser más flagrante:
Precisamente de la madre, el hijo debería esperar amor sin límites, pero ella lo inmola, no ya en un altar en llamas, sino en una fría mesa de operaciones.
El médico, cuya misión es garantizar la vida, se transforma en el instrumento de su muerte.
El Estado, que debería castigar a los criminales que levantan la mano contra su vida, niega al nonato el derecho a vivir.
Este trágico símbolo de la decadencia moral de la sociedad denuncia también su profunda deshumanización e irracionalidad.
De su deshumanización, por considerar a la vida del hombre como algo trivial, etéreo, una vana brisa sin una finalidad específica ni destino trascendente. De su irracionalidad, por conducir a la matanza de una vida inocente.
El aborto contradice profundamente la naturaleza humana. Es un desorden fundamental que nos aleja del principio moral más básico, el que nos manda respetar la vida de nuestros semejantes.
Bien y mal, justicia e injusticia no son meras convenciones o caprichos. A ellos debemos adecuar nuestra conducta personal para el cumplimiento de nuestros deberes.
Ahora bien, el derecho y la justicia sólo encontrarán una sólida y efectiva justificación si afirmados en sus últimos y más absolutos fundamentos, es decir, si se comprende que los inalienables derechos del hombre le vienen de su condición de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, y, que, como criatura, tiene el deber de dar a los demás lo que les es debido. (2)
En esa perspectiva, anhelamos que la lectura de este artículo contribuya a que todos cumplamos con el deber sagrado de proclamar, sin tapujos y con toda valentía, la verdad, toda la verdad.
Acomodarse, ceder al miedo, a la pereza o entrar en componendas a costa de omisiones y concesiones inaceptables para la conciencia católica, constituye una defección.
Parafraseando al célebre Hugo Wast, debemos estar dispuestos, por el contrario, a no paliar las verdades fuertes ni disimular la buena doctrina, disponiéndonos a afrontar gustosos las consecuencias de ello.
Si así lográsemos evitar que se disipe la vida de un niño dentro del seno de su madre, asesinado por un “especialista” sin conciencia antes de nacer, “nos consideraríamos ricamente pagados sin que nos importase nada el odio sobreviviente al haber expuesto con palabras claras las leyes de Dios y las enseñanzas de la Iglesia”. (3)
¡Qué la Santísima Virgen María, Madre del Verbo Encarnado y Madre nuestra, conceda este privilegio a todos los que luchan en defensa de la vida inocente!
Notas:
(*) Cf. Dr. Johann B. Weiss, “Historia Universal”, Vol.3, Los Hebreos; los Fenicios; sus viajes y colonias, Barcelona; La Educación, 1937, pp. 904-905.
(*) Cfr. Josef Pieper, “Justice”, Ed. Pantheon, New York, 1955, pp. 21-22.
(*) Cfr. Hugo Wast, “Autobiografía del hijito que no nació”, Ed. Theoría, Buenos. Aires., 1994, p. 13.
FUENTE: “FUNDACIÓN ARGENTINA DEL MAÑANA”

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