(Ciclo
C – 2022)
Los tres Reyes Magos, luego de realizar un largo peregrinar
desde tierras lejanas, guiados por la Estrella de Belén, llegan hasta el Portal
de Belén, en donde se encuentra el Niño Dios, sostenido entre sus brazos por la
Madre de Dios, la Santísima Virgen María. Al
llegar, los Reyes Magos se postran ante el Niño Jesús y lo adoran. Luego, le
entregan sus regalos: oro, incienso y mirra, regalos que son propias de un rey,
lo cual significa que los Reyes Magos consideran al Hijo de la Virgen como Dios
y como Rey de todas las naciones, porque ellos representan a quienes no son
hebreos. En esta escena, real, debemos contemplar los elementos sobrenaturales
y celestiales que se encuentran ocultos a los ojos de quienes carecen de la
gracia sobrenatural y de la luz de la santa fe católica.
Un primer elemento a considerar es la Estrella de Belén: es
una verdadera estrella cósmica, que guía a los Reyes Magos hasta el lugar
exacto en donde se encuentra el Niño Jesús: la Estrella de Belén representa a
la Virgen María, porque es Ella quien nos lleva siempre, indefectiblemente, al
encuentro con su Hijo Jesús.
Otro elemento a considerar es la Epifanía del Niño en sí
misma, esto es, el resplandor de luz que el Niño emite en el momento en el que
llegan los Reyes. En la Sagrada Escritura, la luz es sinónimo de gloria divina,
por lo tanto, el hecho de que el Niño resplandezca de luz, es manifestación de
su divinidad, de su gloria, porque la luz que el Niño emana es Luz Eterna, luz
proveniente de su Ser divino trinitario y es por lo tanto una manifestación de
su divinidad. Al resplandecer ante los Reyes Magos, el Niño Dios se manifiesta,
como Dios Niño, a los pueblos de la tierra, que no conocían al Dios Único y
Verdadero, pueblos que están todos representados en los Reyes de Oriente.
Otro elemento a considerar es la actitud de los Reyes ante
el Niño: iluminados por la gracia divina, los Reyes Magos se postran en
adoración ante el Niño recién nacido y este gesto de adoración no lo harían, de
ninguna manera, si el Niño de Belén fuera un niño humano más entre tantos, y no
el Niño Dios, esto es, Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios.
Por último, debemos considerar los regalos que los Reyes ofrendan
al Niño Dios: oro, incienso y mirra, regalos que, como dijimos, son propios de
un rey, por lo que se concluye que los Reyes Magos claramente consideraban al
Niño de Belén como a Dios Hijo encarnado.
Al
recordar la Visita de los Reyes Magos al Niño Dios, podemos hacer el propósito
de imitarlos en esta Visita. Por lo tanto, debemos adorar al Niño de Belén,
como lo hicieron los Reyes Magos, porque el Niño de Belén es Dios Hijo encarnado
y Dios es el Único que merece ser adorado “en espíritu y en verdad”. Otra forma
de imitar a los Reyes Magos, es ofrecerle dones al Niño Jesús; ahora bien, como
nosotros no tenemos oro, ni incienso, ni mirra, podemos ofrecer,
espiritualmente, lo que estos dones materiales significan: el oro representa la
adoración; el incienso, la penitencia y la mortificación de nuestra humanidad,
de nuestros sentidos; la mirra, representa la oración. Entonces, imitando a los
Reyes Magos, adoremos al Niño Dios Presente en Persona en la Eucaristía, postrándonos
ante el Santísimo Sacramento del altar y le ofrezcamos dones espirituales: adoración
perpetua en la Eucaristía -el equivalente al oro-, sacrificios, penitencias y ayunos
-el equivalente al incienso- y la oración, sobre todo el Santo Rosario -el
equivalente a la mirra-.
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