Cuando el Ángel Gabriel anuncia a María la Buena Noticia, y
cuando María da su “Sí” a la Voluntad de Dios expresada en el anuncio angélico,
se produce entre los hombres un hecho inédito en la historia de la humanidad; un hecho que
por su magnitud no tuvo, no tiene ni tendrá semejanza: se da en la naturaleza humana,
representada en la Virgen María, un nuevo modo de ser concebido: por obra del
Espíritu Santo, sin concurso de varón.
Hasta la Encarnación del Verbo, los seres humanos eran
concebidos sólo por la unión entre el varón y la mujer; con la Encarnación del
Verbo, es concebida una naturaleza humana, un Hombre, sin concurso de varón, porque este Hombre es al mismo tiempo, Dios,
y es concebido por el Amor de Dios, el Espíritu Santo.
Luego del Anuncio del Ángel, y luego del “Fiat” de María, el
Amor de Dios crea un cigoto –un huevo fecundado que posee los genes de María y
los de un varón, pero sin que hayan sido
aportados por ningún varón, puesto que fueron creados de la nada en el momento
mismo de la Anunciación-, y conduce o desciende, por así decir, al Verbo de
Dios, al cigoto, que de esta manera queda unido hipostáticamente -es decir,
personalmente-, a la Persona del Hijo de Dios. La naturaleza humana así creada –el
cigoto con los genes de María y con los genes de un varón, pero sin concurso de
ningún varón, porque fueron creados en el momento del “Fiat” de María-, unida a
la Persona Segunda de la Santísima Trinidad, el Hijo de Dios, se convierte así
en el Cuerpo humano, unicelular, de Jesús de Nazareth.
Con la Anunciación y el “Fiat” de María queda inaugurada, por
única vez, una nueva y sobrenatural forma de concepción entre los hombres, y es
nueva y sobrenatural porque lo que ha sido concebido en el útero de María no
viene de los hombres sino del Amor divino, el Espíritu Santo.
Si en ese entonces se hubiera podido analizar
microscópicamente el cigoto-Jesús de Nazareth, Hombre-Dios, se habría visto lo
que se ve en cualquier otro cigoto humano, pero lo que los más potentes
microscopios no pueden ver, es que en ese cigoto, animado por el alma humana de
Jesús de Nazareth, inhabitaba la Persona Segunda de la Santísima Trinidad, Dios
Hijo.
El Amor de Dios por los hombres llega a tal extremo, que
quiere venir a este mundo, al menos visiblemente, como cualquiera de nosotros
vino al mundo. Al menos visiblemente, porque lo que no se ve en ese cigoto, que
es su Cuerpo en estadio unicelular, es su Alma Santísima y su Persona Divina,
la Segunda de la Trinidad.
Cada cigoto meramente humano, animado solo por su alma humana –el cigoto que sí es concebido por el concurso del varón y de la mujer-, se convierte entonces en imagen viviente
del Verbo de Dios encarnado, que vino a nuestro mundo como cigoto, y por este
solo motivo, merece y debe ser tratado como algo sagrado e inviolable, como dice Su Santidad Juan Pablo II: "La vida humana es sagrada e inviolable" (cfr. Evangelium vitae 53).
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