Inicio:
ofrecemos esta Hora Santa y el Santo Rosario meditado
en reparación por el ultraje a Nuestro Señor Jesucristo realizado en una
iglesia en Lublín, Polonia, en la que inadecuada e irrespetuosamente se colocó
una figura del Redentor, en el altar mayor, con alas de murciélago y con patas
de cabra. La información relativa al lamentable hecho se puede encontrar en el
siguiente enlace:
Canto inicial: “Postrado a vuestros pies humildemente”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio
(misterios a elección).
Meditación.
Muchos cristianos, deseosos de progresar en la vida
cristiana, realizan numerosos esfuerzos, incontables peregrinaciones,
meditaciones, ayunos, oraciones. No está mal que hagan todo esto; por el
contrario, es lo que deben hacer. Pero dicen los santos que hay un método
infalible que puede hacer que todas estas cosas, realizadas para la perfección
del alma, alcancen su máxima eficacia y es la comunión eucarística. En efecto,
dice San Pedro Julián Eymard que “cuando se ha prendido una chispa eucarística
en un alma, se ha puesto en su corazón una semilla divina de vida y de todas
las virtudes, la cual es eficaz por sí sola, por decirlo de alguna manera”[1]. Pidamos
a Nuestra Señora de la Eucaristía, la Santísima Virgen María, que nuestros
corazones sean como el pasto seco o como un leño seco, para que ante el contacto
con esa brasa ardiente que es la Eucaristía, nuestros corazones se enciendan en
todas las virtudes celestiales, pero, sobre todo, en el infinito Amor a Jesús
Eucaristía.
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Un gran
número de cristianos, deseosos de progresar en su vida de hijos de Dios, se dan
a la lectura de libros piadosos que, efectivamente, hacen germinar en ellos,
sino las virtudes, al menos el deseo de las mismas, con lo cual se dan a la
tarea de ejercitarse en las mismas. Sin embargo, y siempre según los santos,
sin dejar de hacer esto, los cristianos deberían alimentar sus almas en libros
que los introduzcan en el misterio del amor eucarístico, como los de San Pedro
Julián Eymard. Éste mismo escribió así las siguientes palabras: “Aquí tienes mi
vida, querido Jesús; heme aquí dispuesto a comer piedras, a morir abandonado
con tal de conseguir alzaros un trono, daros una familia de amigos, un pueblos
de adoradores. Los cristianos que quieran crecer en su vida de hijos de Dios,
alimentándose de la Eucaristía, por medio de la comunión eucarística y la
adoración eucarística, pueden formar ese “pueblo de adoradores” con el que
soñaba San Pedro Julián Eymard.
Un
Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Según las
Escrituras, todo cristiano debe amar a Cristo, a riesgo de caer en anatema si
no lo hace: “El que no ama al Señor, ¡anatema sea!” (1 Co 16, 22). Ahora bien, para poder hacer realidad este amor a
Cristo, no es necesario haber vivido en el tiempo de Jesús, ya que el mismo
Jesús, que caminó por Palestina realizando innumerables curaciones y prodigios
de todo tipo, es el que se encuentra, glorioso y resucitado, en la Eucaristía. No
somos nosotros los que vamos a Él, sino que es Él quien viene a nosotros, por
medio del misterio de la Eucaristía, atravesando el tiempo y el espacio, para
venir a nuestros corazones. Y el motivo por el cual Jesús realiza este
admirable prodigio, el de venir a nuestras almas por la comunión eucarística,
no es otro distinto que el que lo llevó a encarnarse y luego morir en cruz y
resucitar: es el Amor a Dios y a los hombres lo que lleva a Jesús a bajar del
cielo en cada Santa Misa, para quedarse en la Eucaristía y así poder ingresar
en nuestros corazones y, una vez allí, derramar la plenitud del contenido de su
Corazón Eucarístico, el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Si queremos amar a
Cristo, entonces acudamos a Jesús Eucaristía, para colmarnos con el Amor de su
Sagrado Corazón Eucarístico.
Un
Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Para los
santos, en este mundo, no había nada más deseable que no fuera la Sagrada
Eucaristía. La Eucaristía era todo para ellos, era la razón de su ser y de su
existir: no deseaban nada del mundo, pero ni siquiera tampoco en la religión
buscaban puestos de honor, ni ser considerados, ni ser tenidos en cuenta: lo
único que pedían era la Eucaristía. Así lo escribía Santa Margarita María de
Alacquoque al dejar el mundo y consagrarse a Dios mediante un voto particular,
escribiendo lo siguiente: “Todo para la Eucaristía, nada para mí”[2]. Una
vez, estando enferma y sin poder comulgar, la Santa tenía tantos deseos de
recibir a Jesús Eucaristía, que decía: “Tengo tal deseo de la Santa Comunión
que si fuera necesario andar descalza sobre un camino de fuego para alcanzarla
lo haría con una alegría indecible”[3]. La
Santa desearía caminar sobre el fuego, con tal de comulgar. Para ir a la Santa
Misa, nosotros, los cristianos comunes y corrientes, ¿debemos caminar sobre
brasas ardientes? Por cierto que no, por lo que deberíamos preguntarnos:
¿tenemos en el corazón el deseo ardiente de recibir a Jesús Eucaristía, o más
bien nos dejamos llevar por la pereza y la indolencia?
Un
Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Otros santos expresaron así su amor por la Eucaristía,
por ejemplo, Santa Catalina de Siena, decía así a su confesor: “Padre, tengo
hambre; por amor de Dios, dad a esta alma su alimento, Jesús Eucaristía; y
también: “Cuando no puedo recibir al Señor, voy a la Iglesia y allí Lo
contemplo… Lo sigo contemplando… y esto me sacia”. Santa Bernardita, en su
larga y penosa enfermedad, contó una vez la felicidad que sentía en sus horas
de insomnio porque podía unirse a Jesús en el Sacramento y señalando una
pequeña custodia dorada que tenía enfrente sobre una cortinilla en torno a su
lecho decía: “Verla me da el deseo y la manera de inmolarme cuando me doy más
cuenta del aislamiento y del sufrimiento”. ¿Experimentamos nosotros, que
tenemos la oportunidad de comulgar todos los días, la necesidad de recibir al
Amor de los amores, Jesús Eucaristía? Si no lo experimentamos, pidamos esa
gracia a Nuestra Señora de la Eucaristía.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Un día la cielo iré y la contemplaré”.
[1] Cfr. Stefano Maria Manelli,
Jesús, Amor Eucarístico, Testimonios
de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 18.
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