Contrariamente a lo que sostiene Greta Thunberg, la lucha contra la pobreza es un gran instrumento contra la degradación ambiental
Parece que la batalla aún durará, ya que aún no se apaga el fragor de las escaramuzas en las redes sociales por el discurso de Greta Thunberg en la apertura de la pasada Cumbre para la Acción Climática de las Naciones Unidas, en Nueva York.
Al respecto, ¿cómo puede polarizar tanto a la opinión pública una adolescente de 16 años con intenciones nobles, en apariencia? Quizá porque un error al analizar las palabras de Thunberg ha sido la excesiva personalización: se hace de ella el objeto de las críticas y apoyos, sin referirse apenas a sus posturas o a las organizaciones y movimientos que supuestamente están detrás de ella. Pero como alertó Plutarco en su Vidas Paralelas, no hay que matar al mensajero. Incluso eliminando al mensajero, el mensaje seguirá existiendo.
En tal sentido, no atacaré a Thunberg, prestándole más bien oídos a Oscar Wilde que también prevenía «No le disparen al pianista, lo hace lo mejor que puede». Por ello, me referiré a las ideas de la que Greta es portavoz y lo que representan las organizaciones que supuestamente están detrás de ella. Un análisis despersonalizado nos permitiría coincidir en que los principales instrumentos de la ciencia son el desacuerdo y el método científico de investigación. El consenso no es, ni de lejos, uno de sus instrumentos principales. El consenso, cuando existe, es sobre muy pocas cosas, casi siempre preliminares de los temas fundamentales. El consenso, además es de políticos, activistas y periodistas, pero no de científicos.
Así, el consenso en materia del llamado cambio climático es que el dióxido de carbono (CO2) tiene cierto impacto en la temperatura. Sin embargo, a pesar de lo que diga el discurso de Thunberg, no hay consenso sobre cuánto es ese impacto, si solo el CO2 (y no otros gases) es el culpable, si el ser humano es el principal causante del cambio climático, si hay una real emergencia climática y si las políticas climáticas propuestas aliviarían tal emergencia, de existir, o más bien la agravarían. En todos estos puntos no hay acuerdos científicos monolíticos, a pesar del enorme esfuerzo por acallar a los científicos que mantienen una visión disidente sobre el cambio climático y sus efectos.
Así que seguidores y detractores de Greta Thunberg deberían ser conscientes de que en esa materia mucho está por decirse y que la ciencia aún tiene un enorme campo por investigar. Unos y otros debaten la mayoría de las veces sobre datos incompletos y suposiciones interesadas. Quien diga que todo está dicho o es un político (en búsqueda desesperada de votos y seguidores), o un activista (en búsqueda de financiamiento para sus gustos e intolerancias), o un periodista (haciendo notas a destajo para vender más periódicos) o simplemente, un demagogo más.
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Y si hablamos de demagogia, el discurso leído por Greta es un dechado de ella. Señaló que «estamos en el comienzo de una extinción masiva y de lo único que ustedes pueden hablar es de dinero y cuentos de hadas de crecimiento económico sin fin». Su condena al «dinero» y su referencia al «crecimiento económico eterno» como un «cuento de hadas» muestran que, en esencia, el pensamiento de la joven sueca gira en torno a la idea de que la economía de mercado, tal como la conocemos, es incompatible con la mejora medioambiental.
Pero si algo ha quedado claro en los últimos años es que solo la economía de mercado puede ayudar al medio ambiente: derechos de propiedad y precios como factores de cuidado y uso racional, nuevos materiales y tecnologías más amigables, cultivos más resistentes, nuevos modelos de negocios, muestran que los mercados libres y competitivos tienen mejores herramientas para hacer frente al calentamiento global. En realidad, los países con mayor libertad económica son los que tienen un mejor desempeño ambiental. Por lo tanto, no hay una contradicción entre cuidado y calidad ambientales y capitalismo.
Por otra parte, el tremendismo del discurso de Thunberg no debe llevarnos a olvidar que el gran crecimiento económico de las últimas décadas ha permitido sacar a millones y millones de personas de la pobreza y mejorado la salud, la educación, la alimentación y las condiciones de vida en todo el mundo. El impacto de ese crecimiento sí es medible y visible, mostrando que la lucha contra la pobreza es un gran instrumento contra la degradación ambiental. Es por ello que necesitamos más crecimiento, no menos.
Oponer el mercado al ecoalarmismo es usual al menos desde Thomas Maltus en siglo XVIII. En la época contemporánea, el primer anuncio de colapso global fue de Paul Ehrlich, quien pronosticó que, según sus cálculos, moriríamos entre nubes de gases azules, antes de 1975. Desde entonces, se ha pronosticado espuriamente de todo bajo el nombre de la «ciencia»: enfriamientos y calentamientos climáticos, hambrunas generalizadas, sequías globales, desecamiento de los océanos, derretimiento de los polos, agotamiento de las fuentes de energía, inundación de ciudades como Nueva York o islas como las Maldivas, migraciones masivas, extinción de especies, achicamiento de alimentos y esterilidad de especies o megabasureros océanicos de plástico. De todas y cada una de las profecías sobre la muy próxima destrucción del planeta, el tiempo ha venido a demostrar su error o su desvergonzada exageración.
Esto no debiera sorprendernos: en realidad el movimiento de histeria climática no se trata de ciencia, sino de un punto indefinido entre la creencia religiosa, tipo la próxima venida del juicio final y el mero sensacionalismo que se rige según las reglas del espectáculo, la exageración y los efectos publicitarios.
Esto lo saben bien y lo explotan quienes están detrás de Greta Thunberg: grandes empresas energéticas, compañías interesadas en nuevos modelos de negocios, políticos socialdemócratas, lobbies verdes, fondos de inversión, empresas de relaciones públicas, ecoacadémicos y toda una pléyade de maratonistas en pos de los contratos gubernamentales para «ecologizar» las economías. Todas ellas requieren un universo mediático con esta carga de sensacionalismo comercial y de fanatismo casi religioso.
En buena medida, todo este conjunto de actores lo que terminan proponiendo es que sean el Estado y sus políticos los que decidan sobre el clima y lo «cuiden» en la esperanza de agenciarse contratos y favores. No por nada el discurso de Thunberg estuvo dirigido precisamente a los «estadistas». Es el clásico sector de los empresarios mercantilistas favoreciendo a los políticos y beneficiándose de ellos, en oposición a los mercados libres y abiertos, dependientes del favor de los consumidores.
Así que si usted cree que la presente histeria climática y sus voceros refulgen de verdad y credibilidad, sin que nada ni nadie puedan relativizarlos o cuestionarlos, preste un poco de atención en sus acompañantes y como su discurso contradice cualquier probidad científica.
(https://es.panampost.com/victor-h-becerra/2019/10/04/greta-thunberg-el-enorme-negocio-de-la-histeria-climatica/?fbclid=IwAR0-rnN4xPadCDFSbIa95qe2RHzRSW7Oj9Rt2FlnFCk-3SdCsM9bvkAW_c0)
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