Amy Coney Barrett, católica de 48 años y madre de siete hijos, acaba de convertirse en juez de la Corte Suprema al ser aprobada su candidatura por el Senado de Estados Unidos.
A efectos de la política interior, la contribución más importante que puede hacer un presidente norteamericano en su mandato es la elección de jueces para la Corte Suprema -que es también el intérprete de la Constitución- cuando se produce una vacante, porque el cargo es vitalicio salvo que el sujeto renuncie voluntariamente.
Hasta ahora, en el mandato de Trump se habían producido dos vacantes, cubiertas por sendos candidatos de Trump, Neil Gorsuch y Brett Kavanaugh. Pero la muerte el 18 de septiembre de la juez Ruth Ginsburg, la más progresista del Tribunal, dio una oportunidad de oro a Donald Trump a pocas semanas de las elecciones.
Para sustituirla el presidente de Estados Unidos se fijó en una católica de 48 años, madre de siete hijos -dos adoptados y uno con síndrome de Down- que había sido discípula del que fuera miembro del importante organismo hasta 2016, Antonin Scalia.
El resultado de la votación, que tuvo lugar ayer, cuando era de noche en España, fue de 52 a 48; ni un voto demócrata, como era de esperar. Ahora la Corte Suprema es de mayoría ‘conservadora’. Por primera vez desde los años setenta, el fin del aborto constitucional parece al alcance de la mano, ¿se atreverán sus señorías?
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