María Martinez narra cómo paso de acompañar parejas ilusionadas con el nacimiento de sus bebés "a la planta del infierno", donde se practican abortos. El primer paso, aislar a la mujer. Luego, desmembrar a su hijo. Recoger en un cubo los restos. Y que pase la siguiente. Todo en 15 minutos.
“Lo fundamental era conseguir que no dieran problemas”. Así narra María Martínez, una enfermera de Bilbao, la labor que le encomendaron cuando la destinaron al servicio de acompañamiento a madres que iban a abortar.
Después de destacar profesionalmente en “el cielo”, esto es, el acompañamiento a madres parturientas y ayudarlas a dar a luz en las mejores condiciones, esta enfermera llegó “al infierno”: los quirófanos donde se realizan los abortos.
Actuall depende del apoyo de lectores como tú para seguir defendiendo la cultura de la vida, la familia y las libertades.
Martínez explica que este procedimiento “es muy rentable” pues sólo necesita de un ginecólogo y una enfermera y un equipamiento básico en el quirófano: camilla, estribos, un ecógrafo y un instrumental de hierro.
La mujer se tumba en la camilla, coloca las piernas en los estribos, es tapada con un paño verde “y ya no ve nada más”
La enfermera relata, en un vídeo de la diócesis de San Sebastián recogido por La Contra TV, cómo los procedimientos de aborto se empiezan a preparar a las 6:30 de la madrugada y, desde las 8 de la mañana “cada quince minutos pasaba una mujer a ese quirófano“.
Martinez recibía a las chicas, las acompaña a cambiarse y las conduce al quirofano. En este paso se aisla a las chicas. “¿Por qué la aislamos? Para que no haya arrepentimiento ni marcha atrás en la decisión que ha tomado. Para que no haya nadie que pueda influenciarla en el último momento. La sacamos de la realidad, de otra realidad que no sea la decisión que ha tomado“, explica con crudeza.
De su mano, la mujer se tumba en la camilla, coloca las piernas en los estribos, es tapada con un paño verde “y ya no ve nada más”. En ocasiones, se le suministra algún tipo de tranquilizante, aunque normalmente no. “Van nerviosas como podéis imaginar, pero decididas en este primer momento“, continúa.
El trabajo de la enfermera entonces prosigue con la repetición de frases hechas “como un papagayo” mientras las mujeres embarazadas le agarran la mano derecha: “Lo único humano a lo que se agarran. Bueno, humano. Mi mano en esos momentos no era muy humana“, reconoce.
“Empieza a haber un temblor del alma, de la vida, del acto. De lo que se está empezando a ver, a experimentar, a sentir”
Llega el ginecólogo que va a acabar con la vida del bebé. La enfermera es la única que ve el monitor del ecógrafo. María Martínez detalla cómo le explica a la madre lo que va a ir sintiendo mientras se procede a matar a su bebé. El frío del metal del espéculo con el que se dilata la vagina. El frío del líquido desinfectante.
“Lo fundamental era conseguir que no dieran problemas”. Así narra María Martínez, una enfermera de Bilbao, la labor que le encomendaron cuando la destinaron al servicio de acompañamiento a madres que iban a abortar.
Después de destacar profesionalmente en “el cielo”, esto es, el acompañamiento a madres parturientas y ayudarlas a dar a luz en las mejores condiciones, esta enfermera llegó “al infierno”: los quirófanos donde se realizan los abortos.
Actuall depende del apoyo de lectores como tú para seguir defendiendo la cultura de la vida, la familia y las libertades.
Martínez explica que este procedimiento “es muy rentable” pues sólo necesita de un ginecólogo y una enfermera y un equipamiento básico en el quirófano: camilla, estribos, un ecógrafo y un instrumental de hierro.
La mujer se tumba en la camilla, coloca las piernas en los estribos, es tapada con un paño verde “y ya no ve nada más”
La enfermera relata, en un vídeo de la diócesis de San Sebastián recogido por La Contra TV, cómo los procedimientos de aborto se empiezan a preparar a las 6:30 de la madrugada y, desde las 8 de la mañana “cada quince minutos pasaba una mujer a ese quirófano“.
Martinez recibía a las chicas, las acompaña a cambiarse y las conduce al quirofano. En este paso se aisla a las chicas. “¿Por qué la aislamos? Para que no haya arrepentimiento ni marcha atrás en la decisión que ha tomado. Para que no haya nadie que pueda influenciarla en el último momento. La sacamos de la realidad, de otra realidad que no sea la decisión que ha tomado“, explica con crudeza.
De su mano, la mujer se tumba en la camilla, coloca las piernas en los estribos, es tapada con un paño verde “y ya no ve nada más”. En ocasiones, se le suministra algún tipo de tranquilizante, aunque normalmente no. “Van nerviosas como podéis imaginar, pero decididas en este primer momento“, continúa.
El trabajo de la enfermera entonces prosigue con la repetición de frases hechas “como un papagayo” mientras las mujeres embarazadas le agarran la mano derecha: “Lo único humano a lo que se agarran. Bueno, humano. Mi mano en esos momentos no era muy humana“, reconoce.
“Empieza a haber un temblor del alma, de la vida, del acto. De lo que se está empezando a ver, a experimentar, a sentir”
Llega el ginecólogo que va a acabar con la vida del bebé. La enfermera es la única que ve el monitor del ecógrafo. María Martínez detalla cómo le explica a la madre lo que va a ir sintiendo mientras se procede a matar a su bebé. El frío del metal del espéculo con el que se dilata la vagina. El frío del líquido desinfectante.
A la caza del bebé
Es cuando la mujer entra en temblores: “Mucha gente cree que es el temblor del quirófano, porque es verdad que los quirófanos son fríos, pero empieza a haber un temblor del alma, de la vida, del acto. De lo que se está empezando a ver, a experimentar, a sentir“.
Es entonces cuando prosigue con las indicaciones establecidas “como si fuera una voz en grabadora” para explicarle “lo que llamamos a veces la caza del bebé” que no es otra cosda que el desmembramiento del bebé.
“Primero se rompe la placenta, que es el hogar del bebé, que protege en el útero materno la vida, para que salga el líquido aminótico”. A continuación se van introduciendo dilatadores de diversos tamaños y grosores “según se quiere ir destrozando y destruyendo la vida del interior”.
La narración continúa mientras la respiración del oyente se acelera sin remedio: “Se va rompiendo la caja torácica, el cráneo del bebé, los brazos, las piernas porque todo tiene que ser deshecho en la zona uterina para que pueda ser expulsado hacia el exterior, que se aspira con una aspiradora y cae a un cubo que cae abajo en la zona del suelo debajo de las piernas de la mujer“.
“Muchas mujeres en el estado de shock creían que no habíamos realizado el aborto y en ese momento me pedían que no las pasara a quirófano porque se habían arrepentido”
Martínez explica que al ser la persona que está enfrente del monitor lo ve todo.
La experiencia no le deja indiferente: “Al principio creía que sólo habíamos destrozado una vida, la vida del bebé, pero ahora veo que en realidad se destrozaban cuatro vidas: la vida del bebé, la vida de la madre, la vida del ginecólogo y mi vida“.
Antes de eso, reconoce que su corazón “estaba lo suficientemente endurecido para no sentir” y su conciencia “adormilada bajo una capa de mentira”, la de creer que estaba haciendo lo correcto porque era proaborto.
Aunque puntualiza: “la verdad es todavía peor. La verdad es que yo tenía que pagar mi hipoteca, quería comprarme un coche, irme de vacaciones, difrutar de lo que se supone que el mundo me decía que tenía derecho a tener. Y era a costa de cualquier cosa y de todo“.
Es cuando la mujer entra en temblores: “Mucha gente cree que es el temblor del quirófano, porque es verdad que los quirófanos son fríos, pero empieza a haber un temblor del alma, de la vida, del acto. De lo que se está empezando a ver, a experimentar, a sentir“.
Es entonces cuando prosigue con las indicaciones establecidas “como si fuera una voz en grabadora” para explicarle “lo que llamamos a veces la caza del bebé” que no es otra cosda que el desmembramiento del bebé.
“Primero se rompe la placenta, que es el hogar del bebé, que protege en el útero materno la vida, para que salga el líquido aminótico”. A continuación se van introduciendo dilatadores de diversos tamaños y grosores “según se quiere ir destrozando y destruyendo la vida del interior”.
La narración continúa mientras la respiración del oyente se acelera sin remedio: “Se va rompiendo la caja torácica, el cráneo del bebé, los brazos, las piernas porque todo tiene que ser deshecho en la zona uterina para que pueda ser expulsado hacia el exterior, que se aspira con una aspiradora y cae a un cubo que cae abajo en la zona del suelo debajo de las piernas de la mujer“.
“Muchas mujeres en el estado de shock creían que no habíamos realizado el aborto y en ese momento me pedían que no las pasara a quirófano porque se habían arrepentido”
Martínez explica que al ser la persona que está enfrente del monitor lo ve todo.
La experiencia no le deja indiferente: “Al principio creía que sólo habíamos destrozado una vida, la vida del bebé, pero ahora veo que en realidad se destrozaban cuatro vidas: la vida del bebé, la vida de la madre, la vida del ginecólogo y mi vida“.
Antes de eso, reconoce que su corazón “estaba lo suficientemente endurecido para no sentir” y su conciencia “adormilada bajo una capa de mentira”, la de creer que estaba haciendo lo correcto porque era proaborto.
Aunque puntualiza: “la verdad es todavía peor. La verdad es que yo tenía que pagar mi hipoteca, quería comprarme un coche, irme de vacaciones, difrutar de lo que se supone que el mundo me decía que tenía derecho a tener. Y era a costa de cualquier cosa y de todo“.
Terror después del quirófano
Al terminar la intervención, María acompañaba a la madre fuera del quirófano: “Aquí empezaba la siguiente parte terrorífica porque la mayoría iba en estado de shock”.
Segçun su narración, las convulsiones aumentaban yllegab ael arrepentimiento: “Muchas mujeres en el estado de shock creían que no habíamos realizado el aborto y en ese momento me pedían que no las pasara a quirófano porque se habían arrepentido de lo que iba a hacer y se querían volver a casa”.
La realidad era explicarles que “ya no había nada en su útero” y que se tenía que quedar en observación para asegurarse de que no había ninguna hemorragia o complicación y marcharse, para no convertirse en “un problema” para el hospital y “los problemas no dan dinero”.
Después de dejar a la madre que acaba de abortar, María se encargaba de vaciar el cubo con los restos del bebé. “Se tiran los restos a un triturador”. En el primer aborto al que asistió, se encontró con un piececito y se quedó bloqueada viéndolo. LA conversación que reproduce a continuación es escalofriante y se puede resumir así:
– ¿Qué te pasa?
– Si no he visto mal, eso era un pie.
– ¿Quieres seguir en este trabajo?’
– Sí.
– Entonces eso no es un pie. Eso es un coágulo.
Cuando las dudas le llevaron a saltarse algunas frades protocolarias para mostrar algo de compasión, la echaron del quirófano, aunque como era muy buena enfermera no fue despedida.
María concluye su testimonio así: “el corazón, cuando se vive en la oscuridad se endurece mucho. Es la dureza de nuestros corazones y el mío ya estaba muy duro. Terriblemente duro”.
Al terminar la intervención, María acompañaba a la madre fuera del quirófano: “Aquí empezaba la siguiente parte terrorífica porque la mayoría iba en estado de shock”.
Segçun su narración, las convulsiones aumentaban yllegab ael arrepentimiento: “Muchas mujeres en el estado de shock creían que no habíamos realizado el aborto y en ese momento me pedían que no las pasara a quirófano porque se habían arrepentido de lo que iba a hacer y se querían volver a casa”.
La realidad era explicarles que “ya no había nada en su útero” y que se tenía que quedar en observación para asegurarse de que no había ninguna hemorragia o complicación y marcharse, para no convertirse en “un problema” para el hospital y “los problemas no dan dinero”.
Después de dejar a la madre que acaba de abortar, María se encargaba de vaciar el cubo con los restos del bebé. “Se tiran los restos a un triturador”. En el primer aborto al que asistió, se encontró con un piececito y se quedó bloqueada viéndolo. LA conversación que reproduce a continuación es escalofriante y se puede resumir así:
– ¿Qué te pasa?
– Si no he visto mal, eso era un pie.
– ¿Quieres seguir en este trabajo?’
– Sí.
– Entonces eso no es un pie. Eso es un coágulo.
Cuando las dudas le llevaron a saltarse algunas frades protocolarias para mostrar algo de compasión, la echaron del quirófano, aunque como era muy buena enfermera no fue despedida.
María concluye su testimonio así: “el corazón, cuando se vive en la oscuridad se endurece mucho. Es la dureza de nuestros corazones y el mío ya estaba muy duro. Terriblemente duro”.
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