El cigoto, es decir, el ovocito fecundado por un espermatozoide, es ya una persona humana, con un acto de ser, con un cuerpo y con un alma, y por lo tanto, su primer derecho humano es el derecho a vivir

viernes, 23 de julio de 2021

El título original es: "¿Qué les está pasando a los italianos?" Pero perfectamente podemos reemplazar y poner "argentinos" en vez de "italianos"


Qué les está pasando a muchos italianos?

Apelaciones del profe. Francisco Lamendola

En la hora de la ′′ Buena batalla ": para salir de la hipnosis y hacer renacer al hombre nuevo, al hombre espiritual, que tiene hambre y sed de verdad.

Estamos presenciando un ataque sin precedentes, de virulencia inaudita, contra la estructura lógica del discurso.

Nunca se había visto algo así: nunca, ni siquiera en las épocas más oscuras y barbáricas de la historia. Incluso en medio de las invasiones, destrucción, colapso de los imperios, deportación de los pueblos vencidos, nunca había ocurrido un ataque concéntrico, organizado, capilar, inexorable contra toda estructura de sentido del hablar y el razonamiento.

Incluso mientras los vándalos incendiaban las ciudades y los hunos allanaban bajo las pezuñas de sus caballos cada pista de la vida civil, los escritores seguían escribiendo, los filósofos a pensar, los sacerdotes a celebrar, los monjes a orar, los novios a traer al mundo de los hijos. La razón natural estaba reducida al silencio, no oscurecida; callada, no destruida.

Sin embargo, hoy el ataque no se lleva contra las cosas o las personas, sino contra el pensamiento racional y contra sus propios fundamentos, es decir, contra la lógica. Las casas se quedan en pie y las ciudades también, por más solitarias y empobrecidas, pero algo en la facultad racional de la gente se ha roto y tal vez se ha roto para siempre.

Hoy es imposible dar un discurso racional sobre cualquier tema fundamental de la vida social, porque en lugar de racionalidad se impuso el sentimiento del miedo, y cuando la gente está asustada ya no hay argumentos racionales que tengan.

Es inútil señalar que, según la definición común de los manuales científicos, no es una pandemia, sino una simple epidemia de gripe, como las hay cada año (y este año, de hecho, nadie habla más de gripe: parece que Solo existe el Covid-19).

No hace falta señalar que la mascarilla en el rostro, especialmente en los lugares abiertos, no tiene ningún significado, en todo caso, provoca graves daños en la salud.

No hace falta señalar que el número total de muertes en el pasado año está en consonancia con la mortalidad de años inmediatamente anteriores, confirmando que esta es una pandemia inexistente.

No hace falta destacar el absurdo de prohibir la frecuencia a la santa misa, pero no el acceso a centros comerciales y supermercados; y el inmotivado y gravísimo daño económico provocado a hosteleros, restauradores y baristas con el cierre de sus locales o con las restricciones ilógicas, como El cierre a las seis de la tarde, pero no al mediodía.

No hace falta subrayar la locura de los bancos escolares de ruedas y la inútil precaución de la didáctica a distancia, cuando se conoce que ningún niño murió de Covid-19, de hecho casi nadie ha sido contagiado seriamente.

No hace falta decir que los hisopados solo sirven para llenar estadísticas falsas, ya que no son fiables en el ochenta o incluso en el % de los casos, y por lo que reportan una cantidad impresionante de falsos positivos.

No hace falta decir que no tiene sentido aconsejar la mascarilla incluso en casa, incluso en la noche, cuando no se está en contacto con personas ajenas.

No hace falta preguntar por qué se registran como muertes por el Covid-19 una cantidad de muertes que se pueden derivar en otras patologías, a las que, por último, también se ha sumado el Covid, así como en los últimos años la gripe o neumonía ′′ normales ′′ marcaban el final para un anciano con un cuadro clínico seriamente comprometido, pero nadie soñaba con escribir en el certificado de defunción que había fallecido por la gripe, cuando los médicos sabían bien que había fallecido de tumor, infarto o diabetes.

No hace falta señalar que una vacuna no se puede fabricar y comercializar en el plazo de unos meses, cuando se sabe que tardan de cinco a diez años en comprobar sus reacciones adversas.

Y aún más inútil observar que cualquier virus muta durante unas semanas o unos meses, por lo que no existe vacuna que pueda inmunizar a un virus que ya no es el del año pasado (y que nunca ha sido aislado).

No hace falta hablar de que las vacunas son producidas con líneas celulares de fetos abortos y que Bergoglio y todos los obispos que incitan a la gente a vacunarse, además de desorbitar de los límites de su función espiritual, están incitando a hacerse cómplices del pecado más grave que nos tanto en el mundo, la supresión voluntaria de nacimientos, diseñados por dinero, con el único propósito de proporcionar material orgánico para utilizar en nombre de las multinacionales farmacéuticas.

No hace falta señalar cuántas personas mueren o sufren graves daños tras la ingesta de la vacuna; y cuántas han muerto porque, con otras enfermedades, han visto retrasados los cuidados debido a la preferencia absoluta dada a los pacientes con Covid, con hospitales enteros destinados exclusivamente a Ellos, y con los departamentos y salas de terapia intensiva semivacía, pero que los medios de comunicación se obstinan en describir cómo llenos y al borde del colapso.

Por último, no hace falta preguntar quién ha decidido que el bien de la salud sobrepasa a cualquier otro, empezando por el sacrificio de las libertades constitucionales más elementales; y con qué derecho de los simples decretos de la presidencia del Consejo se han superpuesto, cancelándolas, a las leyes ordinarias;

y por qué el Parlamento, en más de un año desde el inicio de esta situación, no haya movido un dedo ni manifestado mínimamente la intención de sanar semejante contradicción, legislando en materia de emergencia sanitaria y estableciendo las prioridades a las que se debe respetar un gobierno, respetando de la Constitución y libertades fundamentales del ciudadano.

Todo perfectamente inútil, porque ningún argumento racional hace agarrar a la gran mayoría de la gente. Lo mínimo que le puede pasar a quien plantea cuestiones similares es sentirse preguntado, irónicamente y con malcelado desprecio, si es médico, o virólogo, para permitirse decir lo que dice: como si para usar el cerebro y hacer dos más dos, y tener derecho a expresar su opinión, era necesario poseer una licenciatura en medicina, biología o química orgánica.

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