El cigoto, es decir, el ovocito fecundado por un espermatozoide, es ya una persona humana, con un acto de ser, con un cuerpo y con un alma, y por lo tanto, su primer derecho humano es el derecho a vivir

viernes, 21 de enero de 2011

El médico, figura de Cristo Médico Divino


La profesión médica es una profesión digna y noble, y su dignidad le viene no tanto por ella misma, sino por el objeto con el cual tiene que tratar, y ese objeto no es un objeto cualquiera, sino que es el ser humano.

El ser humano es la creatura más digna sobre la faz de la tierra; su dignidad se debe al haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, y la imagen de Dios impresa en él es su espiritualidad y su tendencia natural a establecer una comunión de personas –Dios es Espíritu Puro y es comunión de Personas, las Personas de la Trinidad, y estas son las dos semejanzas con el ser divino que fundamentan la dignidad del hombre. Pero además, el ser humano está llamado a una dignidad mukcho mayor aún, incomparablemente mayor, que es la dignidad de ser hijo de Dios, y está llamado a entrar en comunión, como hijo de Dios, con la Trinidad de Personas. A la espiritualidad y a la comunión de personas que naturalmente posee, se le agrega, por libre decisión de Dios, una espiritualidad infinitamente mayor, que es la de ser hijo de Dios, y establecer una comunión de personas con la Trinidad.

El médico debe mirar a todo ser humano desde este doble punto de vista, desde esta doble dignidad, la que posee por naturaleza, y la que está llamado a poseer por libre decisión de Dios. De allí que la esencia de la profesión médica sea custodiar, conservar, preservar, curar, acrecentar, esta vida humana, que por estos motivos es única en el universo y que por lo tanto es inapreciable. Una sola vida humana, aún aquella que da señales casi nulas de ser humana[1] –cigoto, embrión, terminales en coma- vale más que todo el universo material, tiene derecho a recibir el créditoy es deber sagrado del médico valorarla como tal y como tal tratarla en su profesión.

De allí también la tarea del médico de oponerse con todas sus fuerzas a la cultura de la muerte imperante en la sociedad materialista y hedonista de hoy, que tiene del ser humano una visión no menos materialista y hedonista. Para la cultura de la muerte, la vida que no tiene utilidad económica debe ser eliminada, no tiene sentido su presencia en la sociedad[2]. Así, se busca de eliminarla desde el nacimiento, desde la concepción, con la píldora del día después, hasta el momento de salir del seno materno, el aborto de parto parcial, y hasta las fases finales de la vida, el comatoso, el anciano, o incluso aquél que posee solo una enfermedad terminal, en las clínicas eutanásicas. Por su naturaleza, la profesión médica forma parte esencial de la cultura de la vida, es la principal constructora de un mundo verdaderamente humano, de respeto y de valoración de la dignidad inestimable de la vida humana, de toda vida humana, empezando por aquella más desprotegida, la que más sufre.

Además, por estas características, es la profesión humana que más se acerca al Oficio divino del Salvador, Jesucristo, que es llamado Médico Divino: curar, aliviar, consolar a la humanidad que sufre.

Curando, aliviando o consolando a la humanidad doliente, y considerándola en su dignidad de imagen de Dios, el médico es una figura de Cristo Médico Divino, que con su misterio pascual de muerte y resurrección no sólo cura la enfermedad mortal del alma, el pecado, sino que es quien concede la dignidad infinita a la vida humana que es hacer de cada ser humano un hijo de Dios.


[1] E. Sgreccia et al., Identità e statuto dell’embrione umano, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 1998, 95.

[2] Cfr. Juan Pablo II, Evangelium vitae, ...

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