La maternidad es uno de los dones más grandes con los que
Dios ha dotado a la humanidad, sino es el más grande de todos. La razón por la
cual es uno de los dones más grandes, es porque por el don de la maternidad,
viene la vida nueva, viene un nuevo ser a la tierra y así la imagen de Dios, el
hombre, se perpetúa sobre la tierra. Si no existieran las madres, no existirían
los hijos y el mundo quedaría vacío. Pero la maternidad no solo es un don
grandioso porque custodia la imagen de Dios, que es el hombre, sino ante todo,
porque lo custodia con amor, con uno de los amores humanos más perfectos que existe,
el amor materno. El ser humano, al ser imagen de Dios, necesita amor desde su
concepción, porque si es imagen de Dios lo debe imitar en todo y en lo que lo
debe imitar es en el amor, porque “Dios es Amor”. La maternidad proporciona un
amor perfectísimo al nuevo ser humano, el amor de madre, el amor materno. Entonces,
la maternidad es un don grandioso de Dios porque no solo viene a través de la
madre el nuevo ser, la imagen de Dios, sino que ese nuevo ser es custodiado con
un amor especial, que es el amor materno.
La
maternidad es un don tan grande, que cuando Dios quiso venir desde su cielo
eterno a esta tierra, eligió a una Madre para encarnarse y venir a cumplir su
sacrificio de redención. Porque es un don grandioso, Dios quería, al
encarnarse, ser recibido y arropado no con un amor cualquiera, sino con el amor
de una madre, el amor más perfecto entre todos los amores humanos. Ahora bien,
esta Madre era una Madre Purísima, Llena de gracia, inhabitada por el Espíritu
Santo, no contaminada por el pecado original ni por cualquier clase de pecado. En
Ella inhabitaba el mismo Amor del Padre, el Amor con el que el Padre amaba a su
Hijo desde la eternidad, el Espíritu Santo. Esto tenía que ser así para que el
Hijo de Dios, al encarnarse, fuera recibido en el seno de la Virgen Madre con
el mismo Amor con el que Dios Padre lo amaba en su seno desde la eternidad. Esto
es lo propio de la maternidad: amar al hijo, al fruto de la concepción. Por esto
mismo, se puede decir que el amor materno es una muestra y una participación
del amor con el que Dios nos ama desde toda la eternidad, de ahí la grandeza
del don de la maternidad. Tener una madre y recibir el amor de una madre, es
tener y recibir, en anticipo, el Amor de Dios Trino, con el Amor con el que Dios
Trino nos ama desde la eternidad y nos amará por la eternidad. Honremos a
nuestras madres, vivas o difuntas y demos gracias a Dios por el don de la
maternidad, pero sobre todo, le demos gracias a Dios por habernos dado, además
de nuestra madre biológica, a su propia Madre por Madre nuestra. Demos gracias
a Dios Trino ahora en el tiempo y, si la Misericordia de Dios así lo permite,
continuemos en la otra vida dándole gracias por toda la eternidad, por el don
de la maternidad.
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