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Por Jonathan Miltimore – fee.org.es
Un nuevo estudio publicado en The Southern Medical Journal (SMJ) descubrió que una orden para el uso de las mascarillas en todo el condado de Bexar, Texas, no llevó a una reducción de las tasas de hospitalización por COVID-19 ni de muertes.
El estudio, que fue revisado por colegas, analizó los datos antes y después de que se impusieran los mandatos tanto a nivel estatal (3 de julio del 2020) como en el condado de Bexar (5 de julio del 2020), el cuarto condado más grande de Texas.
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“Definimos el período de control como del 2 de junio al 2 de julio y el período posterior a la orden de enmascaramiento como del 8 de julio de 2020 al 12 de agosto de 2020, con una brecha de 5 días para dar cuenta de la mediana del período de incubación de los casos; se utilizaron períodos más largos de 7 y 10 días para la hospitalización y la admisión/muerte en la UCI, respectivamente”, escribieron los autores del estudio. “Los datos fueron reportados por cada 100.000 habitantes, utilizando las poblaciones respectivas censadas por la Oficina del Censo de EE.UU.”.
Los autores del estudio, que fue revisado por el Instituto de Investigación Quirúrgica del Ejército de Estados Unidos, analizaron el promedio diario de casos de COVID-19, hospitalizaciones, visitas a la UCI, pacientes con respiradores y muertes y concluyeron que la política no redujo ninguna de estas métricas.
“Todos los resultados medidos fueron mayores en promedio en el período posterior al enmascaramiento, al igual que las co-variables incluidas en el modelo ajustado”, dijeron los investigadores. “No hubo una reducción de la mortalidad diaria por población, de las camas de hospitalización, de las camas de UCI o de la ocupación de respiradores por parte de los pacientes positivos con COVID-19 atribuible a la implementación de un mandato de uso de mascarillas”.
¿La ciencia de las mascarillas es incierta?
Los resultados de la investigación del SMJ se producen cuatro meses después de que los CDC publicaran un estudio a gran escala en el que se concluía que no había una diferencia estadísticamente significativa en la propagación del COVID entre los niños en las escuelas en las cuales las mascarillas eran opcionales, en comparación con las escuelas en las que eran obligatorias.
Ese estudio analizó a unos 90.000 estudiantes de primaria en 169 escuelas de Georgia en noviembre y diciembre de 2020.
Otros estudios, sin embargo, encontraron que las máscaras reducen la propagación de COVID-19, incluyendo un análisis a gran escala de Bangladesh actualmente en pre-impresión y bajo revisión en la revista Science.
“Ahora tenemos pruebas, procedentes de un ensayo aleatorio y controlado, de que la promoción de las mascarillas aumenta el uso de protectores faciales y previene la propagación del COVID-19”, afirmó Stephen Luby, profesor de medicina de Stanford y coautor del estudio.
Otros, sin embargo, refutan esta conclusión.
“El estudio de las mascarillas de Bangladesh no muestra una diferencia estadísticamente significativa en la eficacia de las mascarillas de tela frente a las quirúrgicas”, observó recientemente el epidemiólogo de Harvard Martin Kulldorff. “Según los intervalos de confianza, ambas podrían estar en torno al 0% o ambas podrían estar en torno al 20%”.
Un artículo reciente de la revista New York afirmaba que las investigaciones contradictorias sobre la obligatoriedad de las mascarillas, combinadas con la ausencia de brotes en las escuelas europeas que no obligan a los niños a llevarlas, sugieren que la ciencia sobre las mascarillas “sigue siendo incierta“.
¿Seguir a la ciencia?
A la luz de la incierta eficacia de las máscaras y de las obligaciones de uso de las mismas como medida de mitigación para frenar la propagación del COVID-19, muchos argumentarían que parece poco científico y poco útil obligar a la gente a llevar máscaras. (La gente, por supuesto, es libre de llevar la cara cubierta si lo desea).
Tal vez por ello, muchas personas están empezando a resistirse a las medidas que les obligan a llevar la cara cubierta para asistir a reuniones locales y públicas.
Sin embargo, son menos los que se dan cuenta de que los mandatos de uso de mascarillas quedan fuera del ámbito de la ciencia, incluso si las investigaciones concluyen que son eficaces para reducir la propagación del COVID-19.
Como observó en una ocasión el economista Ludwig von Mises (1881-1973), en el mundo moderno la ciencia ha sido invocada durante mucho tiempo por el Estado para coaccionar y dictar las acciones de los individuos.
“Los planificadores pretenden que sus planes sean científicos y que no puede haber desacuerdo con respecto a ellos entre personas bien intencionadas y decentes”, escribió Mises en su ensayo de 1947 “Caos planificado”.
Sin embargo, la ciencia no puede responder a cuestiones morales ni dar respuestas en el ámbito de los juicios de valor subjetivos. No puede decirnos lo que deberíamos hacer o lo que debemos hacer.
“No existe un deber científico”, escribió Mises, haciéndose eco de un famoso argumento del filósofo David Hume. “La ciencia es competente para establecer lo que es”.
Gran parte del debate en torno al COVID-19 se debe a que los funcionarios de la salud pública han sobrepasado los límites de la ciencia. En lugar de hacer recomendaciones de salud pública basadas en pruebas científicas, el Estado ha empezado a utilizar el poder de la ley para coaccionar a los individuos a actuar.
Los resultados han sido desastrosos y aterradores.
Los mandatos sobre las mascarillas, confinamientos y otras “intervenciones no farmacéuticas” impuestas por el Estado pueden muy bien reducir la propagación del COVID-19, aunque una gran cantidad de pruebas científicas sugiere que no lo hacen de manera eficaz y que tienen consecuencias no deseadas, algunas de las cuales son peligrosas y mortales.
Pero no llame a estas intervenciones “ciencia”. Como bien entendió Mises, no hay tal cosa como un deber científico.