LA AGENCIA EUROPEA DE SEGURIDAD ALIMENTARIA OCULTA LOS EFECTOS ADVERSOS DEL CONSUMO DE INSECTOS, POR RAZONES DE CONFIDENCIALIDAD
El menú más estrambótico del hombre en carrera al transhumanismo ha sido anunciado a bombo y platillo. Comer grillos, escarabajos del estiércol, gusanos y todo tipo de larvas y bichejos es otra de las incorporaciones a la nueva vida de los mutantes humanos. Y no por la ocurrencia de algún politiquillo en horas bajas o porque de pronto la sociedad esté siendo víctima de un síndrome colectivo de exotismo esnob, sino por el látigo de los negreros de la Agenda 2030 y sus capataces, los mandatarios de turno. El invento tiene, por tanto, carácter global, y se está imponiendo a través de los diferentes gobiernos o delegaciones del NOM. Así, el BOE publicó recientemente el reglamento para la comercialización del Alphitobius Diaperinus, es decir, larvas del escarabajo del estiércol. Eso sí, se ofrece variedad de elección: en pasta, desecada, congelada y en forma de harina. Además de la citada, hay otras tres especies autorizadas, bajo el Reglamento (UE) 2015/2283: larvas del gusano de la harina (Tenebrio molitor), la langosta migratoria (Locusta migratoria) y el grillo doméstico (Acheta Domesticus).
Hace un tiempo, esta noticia la habríamos tomado a broma. Pero el caos y la sinrazón son tan manifiestos y el camino al precipicio es tan pendiente y resbaladizo, que casi no hay lugar para la reflexión, ni siquiera para las sorpresas. Visto y aceptado –sin ninguna manifestación en contra— que se puede cambiar de sexo a voluntad; mutilarse, incluso los menores; que la educación sexual a niños y adolescentes será impartida por drag queens, gente queer y pervertidos de diferente jaez; que se incitará a los pequeños a masturbarse en grupo y a tener relaciones homosexuales entre ellos, cada vez a edades más tempranas; que la pederastia está a punto de ser despenalizada y que la zoofilia estará permitida, siempre y cuando el animal no sufra –la ley del “solo sí es sí” no cuenta en estos casos—, o la endémica corrupción generalizada a todos los niveles y en todas las instituciones –Sanidad y Justicia incluidas—, la noticia de que los grillos, los escarabajos y toda suerte de bichos formen parte de nuestra mesa es casi una cuestión menor, máxime si viene acompañada de consignas sobre la salvación del planeta. ¡Menuda falacia y menuda vergüenza!
Lo sentimos, pero tenemos que seguir aludiendo a la gran mentira del cambio climático. Desde que las élites decidieron hace ya unas décadas engañar a los ciudadanos con un falso efecto invernadero y otras anomalías del clima, se han ido diseñando, por un lado, teorías surrealistas a cual más disparatada –sobre las que discrepan los científicos de verdad, sin conflicto de intereses— y por otra, una carrera en busca de culpables. Y miren por dónde, la mayor culpa ha recaído, ¡cómo no!, en el ser humano y su irresponsabilidad en el uso de los recursos. ¡Como si dispusiéramos de aviones privados para ir a Davos! Lo malo es que lo de la esclavitud es tan consustancial que lo hemos asumido y creído, lo cual es decepcionante.
Por mucho que sepamos sobre el funcionamiento del cerebro, la mente, la memoria predictiva, la disonancia cognitiva y las teorías conductistas en general, es decir, aunque estemos en posesión de las razones teóricas de por qué la ciudadanía es tan gregaria, tan complaciente y dispuesta a creer cualquier patraña y a obedecer sin cuestionar la orden recibida, por surrealista y contranatura que sea, no podemos evitar sorprendernos.
Las élites globalistas que dirigen y parasitan el mundo utilizan el término rebaño para referirse a la humanidad. Quizá algún despistado buenista se extrañe, pero esta es su nomenclatura. Lo peor de todo es que, más que un insulto, es una definición de lo que somos: una manada que se gobierna por leyes y comportamientos grupales, como puede hacerlo un rebaño de ovejas o de animales salvajes. ¡Cómo se explica, si no, el grado de sopor, de ignorancia, de conformismo, de incapacidad para pensar, para dudar, para rebelarse, para luchar por la salud auténtica, para reivindicar la libertad! Carecemos de discernimiento y de capacidad de deducción, prueba de nuestra racionalidad limitada. ¿O no?
En cuanto a la implantación del consumo de coleópteros y gusanos, unos ríen y hacen chistes; otros se enfadan, y el resto se pasea por los supermercados ante las mesas de degustación que ofrecen el nuevo maná, dispuestos siempre a declarar ante las cámaras lo que el estáblisment espera de ellos: total conformidad y asentimiento ante el nuevo invento de los ideólogos de las cloacas. Algunos incluso se atreven a esgrimir opiniones seudoilustradas al más puro estilo de los expertos en sabores y texturas de Masterchef. ¡Es que en la tele se aprende mucho!
Comer insectos puede ser peligroso
La nueva moda entomofágica ha entrado de manera silenciosa como todo lo que se diseña en los albañales del mal. Con la particularidad de que, en esta ocasión, estamos hablando de un potencial peligro para la salud. Una cosa es degustar insectos cuando visitamos países exóticos o alguna feria de gastronomía y otra muy distinta es incorporar masivamente el consumo de estos bichos. Basta echar un vistazo a la literatura de la FAO y de la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), incluso la advertencia de algunas asociaciones de consumidores y de varios expertos en entomología para darnos cuenta de las contraindicaciones de su ingesta.
El veterinario Manuel Manzano nos informa desde su canal de YouTube que esto puede acarrear muchos riesgos que desconocemos. Aclara que los insectos presentan en su composición sustancias antinutritivas y tóxicas, como la quitina, carbohidrato que forma parte del exoesqueleto, es decir, del caparazón de los artrópodos (insectos, arácnidos y algunos crustáceos), así como de sus alas y garras [1]. La quitina dificulta la digestibilidad de las proteínas y su absorción. Según Manzano, los órganos internos de estas especies, aparte de los aditivos empleados en su cultivo, acumulan alcaloides necrotóxicos. La cantaridina de los escarabajos –un compuesto químico venenoso— causa irritación en la piel y en el sistema urinario. A todo esto hay que añadir el desconocimiento sobre la cantidad de bacterias presentes en los insectos, así como su peligrosidad, teniendo en cuenta que el alimento de estos insectos es el estiércol de animales, rico en bacterias como el coli y la salmonella, con el agravante de que la temperatura del cocinado no destruye las esporas de estas bacterias, especialmente los bacillus y salmonellas.
Los insectos acumulan desde pesticidas a metales pesados, como el cadmio, el cobre, el cobalto o hidrocarburos como el tolueno, procedentes de los sustratos donde son criados, y en concentraciones importantes, ya que deben consumir gran cantidad de tierra para alimentarse. No hay estudios serios sobre las posibles interacciones, y pueden presentarse problemas serios por hipersensibilidad al consumo de insectos. Existe un gran riesgo de reacciones alérgicas anafilácticas.
Llama la atención que la FAO y la propia Agencia Europea conozcan estos riesgos y, sin embargo, autoricen su consumo y comercialización. Aparte de no respetar el principio de precaución, no se exige el etiquetado sobre sus posibles efectos adversos, debido a razones de confidencialidad. ¿Pero confidencialidad y principio de precaución no son conceptos incompatibles? Así es, pero esta gente se pasa la ética por el forro y han pactado mantenerlo “en secreto” durante cinco años. ¿Nos suena esto? Están aplicando el mismo criterio que con las vacunas: confidencialidad, inmunidad e impunidad. Es decir, corrupción pura y dura al más alto nivel. ¡Qué vergüenza! ¿¡En qué manos estamos!? A este respecto, el abogado José Ortega –que no deja pasar una— ha enviado una queja a la Comisión de peticiones del Parlamento Europeo pidiendo explicaciones sobre este extremo [2].
En España, los campos de almendras se han ido convirtiendo en eriales, las industrias del sector primario se están yendo a pique, los montes se convierten en parques eólicos y los campos se “siembran” de paneles solares. Mientras tanto, la empresa vietnamita Cricket One obtiene la autorización de la UE para comercializar el polvo de grillo criado en Vietnam. La empresa Tebrio, de Salamanca, lleva años criando el citado Tenebrio molitor (larvas del gusano de la harina) para alimentación animal y otros usos, y en este momento se encuentra en fase de ampliación para la producción de bichitos para humanos. En su web, aparte de señalar los 17 objetivos de la Agenda 2030, se puede leer la consigna: “Somos miembros del pacto mundial”. No pueden ser más claros. Un paseo por su escaparate y sus “partners” deja traslucir el origen de los fondos. ¡Qué fácil es emprender con dinero proveniente de quiénes quieren destruirnos! Todo esto va a velocidad de crucero, prueba de la prisa de los megalómanos tiranos por dominar al ser humano desde todos los frentes y cambiar su esencia.
Según estos fabricantes de falacias, los beneficios medioambientales que supone el cultivo de insectos son cuantiosos: menor espacio para la producción, menor consumo de agua, menores costes de producción, menor emisión de gases de efecto invernadero, o sea, un engaño más a la lista.
Los insectos contienen grafeno
Esta es la parte más interesante y mollar del texto [3]. Los shocks anafilácticos y el resto de malestares causados por metales pesados, tóxicos, bacterias y esporas citados más arriba se convierten en nada si los comparamos con esta otra característica de los insectos, que los convierte en criaturas de gran utilidad después de muertas. Como expresamos en líneas anteriores, el caparazón de los artrópodos contiene una sustancia denominada quitina, de la cual se extrae el chitosán o quitosano –la forma desacetilada de la quitina—, un biopolímero muy utilizado en dietética. Lo interesante es que del chitosán se extrae grafeno de muy buena calidad “casi en formato monocapa”, tal como nos informó Ricardo Delgado hace ya un tiempo [4].
Es fácil entender que si están introduciendo grafeno en los cuerpos humanos a través de las vacunas –y sabe Dios por cuantas vías más—, la comercialización de estos bichos como alimento, cuyos caparazones tienen un alto contenido en grafeno, está más que justificada, bajo el subterfugio del impacto ambiental. Obtendrán grafeno de gran calidad, a bajo coste y de manera continuada, al formar parte de una gran variedad de productos alimentarios de uso cotidiano. Y el ciudadano se ”inoculará”, sabiéndolo o no, este nanomaterial, a través de pan y otros productos de bollería, todo tipo de dulces, galletas y chocolates, salsas, pastas, sucedáneos de la carne, barritas de cereales, bebidas isotónicas, pizzas, aperitivos, y hasta en la sopa (nunca mejor dicho). Realmente diabólico.
En cuanto al grafeno, los llamados expertos no se han cansado de repetir la consigna oficial: que el grafeno presenta extraordinarias propiedades mecánicas y electrónicas, pero niegan su potencial magnético, excepto en “condiciones muy específicas de laboratorio (ultra alto vacío y sobre oro). No se atreven a decir que en contacto con moléculas vivas se vuelve magnético. Y esa es la cuestión.
No olvidemos que el grafeno es el material utilizado para crear la interface que conectará los cerebros humanos a la nube. Esto es lo más peligroso de todo el escenario covidiano, so pretexto de un virus inexistente. Quienes han aceptado las inoculaciones han firmado un contrato tácito que supone la cesión de su cerebro y ¡de su alma!, pues nunca más serán soberanos. Ni sus vivencias, ni sus ideas, ni sus pensamientos o estados de ánimo les pertenecerán. Serán simples muñecos de videojuego, con la diferencia de que en esta realidad monstruosa, la muerte es real y el sufrimiento también.
Notas y fuentes:
[1] Cuando descubrí que los insectos contenían quitina-chitosán-grafeno, quise saber sobre este biopolímero que hacía irrupción en nuestras vidas, precisamente ahora, en pleno proyecto de cambio al transhumanismo, parte final de la destrucción de la raza humana. Y me encontré con una sorpresa interesante. El descubridor de la estructura química de la quitina es Albert Hofmann, un científico de los laboratorios Sandoz, acerca del cual leí mucho hace años, cuando investigaba las cloacas de la CIA y sus programas secretos enmarcados en el MK Ultra, y más en concreto la utilización del combinado drogas-hipnosis en la experimentación con la mente humana y métodos de manipulación y tortura. Curiosamente, Hofmann también descubrió la dietilamida del ácido lisérgico, conocido como LSD, droga psicodélica de la que tan mal uso hizo la Agencia Central de Inteligencia en sus experimentos. Siempre existió la duda sobre si Hofmann había tenido algún vínculo con la CIA, más allá de haber descubierto la sustancia psicotrópica, que también empleó Timothy Leary en sus sesiones de psicoanálisis, con fines completamente distintos, hasta que fue prohibida para ser utilizada solamente por el estamento militar.
[2] https://nisir.wordpress.com/2023/01/30/mejor-sin-bichos/
https://koreascience.kr/article/JAKO201611366359227.page
https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/28336893/
[4] https://www.laquintacolumna.net
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