El cigoto, es decir, el ovocito fecundado por un espermatozoide, es ya una persona humana, con un acto de ser, con un cuerpo y con un alma, y por lo tanto, su primer derecho humano es el derecho a vivir

sábado, 29 de marzo de 2025

En la Anunciación, el Hijo de Dios se hace carne, toma forma de un cigoto humano

 



         Cuando celebramos la Fiesta de la Anunciación, contemplamos el momento en el que el Arcángel Gabriel anuncia a la Virgen Santísima la decisión de la Trinidad de convertirla a Ella en morada de Dios Hijo, hecho que se conoce como “Encarnación”. Solemos ver y contemplar las hermosas imágenes de artistas católicos que a lo largo de la historia han recreado la escena. Pero esto es lo que sucede en el exterior: vemos al Arcángel, vemos a la Virgen Santísima, y nos preguntamos: ¿qué sucede en la realidad espiritual del hecho de la Encarnación, hecho que no podemos ver con los ojos del cuerpo, pero sí con los ojos de la fe? Al celebrar la Anunciación del Arcángel Gabriel a María Santísima que Ella, por ser la “Llena de gracia”, había sido elegida para ser la Madre de Dios, al dar la Virgen su “Fiat”, su “Sí” a la Voluntad de Dios, en ese momento, se produce un hecho inédito hasta entonces para la especie humana, nunca llevado a cabo antes y que nunca se volverá a repetir y es que se produce, en el seno de María Virgen, por obra del Santo Espíritu de Dios, una nueva forma, única, celestial, sobrenatural, de concebir: un nuevo espécimen de la raza humana es concebido, pero sin intervención de varón. Lo que sucede entonces en la Anunciación y Encarnación del Verbo es que el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad, se “hace carne” en el seno purísimo de la Virgen y cuando decimos “se hace carne”, con esta expresión queremos significar que el Verbo Eterno del Padre, sin dejar de ser Dios Eterna, toma forma de un cigoto humano, compuesto, como todo cigoto, por un cuerpo humano del tamaño de una célula y por un alma humana, el Alma de Jesús de Nazareth. El Verbo de Dios, inconmensurable, Aquel a Quien los cielos no pueden contener, se vuelve tan pequeño como pequeño es el tamaño de una célula humana, de un cigoto humano, es decir, posee el tamaño de una célula, la cual solo puede ser observada a través del microscopio, pero esa célula ya es Dios Hijo encarnado, Jesús de Nazareth, con un cuerpo unicelular y con un alma humana, unidos ambos hipostáticamente, personalmente, a la Persona Segunda de la Trinidad.

         Es decir, hasta el momento en el que el Verbo se encarna, los seres humanos solo eran concebidos por la unión entre el varón y la mujer; a partir de la Encarnación del Verbo de Dios en el útero de María Santísima por obra del Espíritu Santo, sin concurso de varón alguno, se produce una nueva forma de concepción en la especie humana; es concebido un Hombre, un Varón, Jesús de Nazareth, el Hombre-Dios; un varón que es varón de la especie humana y es Dios Hijo del Eterno Padre, concebido por el Amor de Dios, el Espíritu Santo.

         Una vez que el Ángel da a conocer la Anunciación a María y luego que María pronuncia su “Fiat”, su “Sí”, a la Divina Voluntad, el Amor de Dios crea un cigoto humano, que, como todos los cigotos, posee cromosomas y genes propios, como producto de la fusión de los cromosomas paternos y maternos. El cigoto Jesús de Nazareth, sin embargo, concebido de forma sobrenatural, sin concurso de varón, posee los genes de la Virgen, es decir, aquellos aportados por la Madre, y posee también genes masculinos, aunque en este caso, al no haber sido aportados por varón alguno, fueron creados de la nada en el momento mismo de la Anunciación y de la Encarnación. Esto es lo que sucede, a nivel biológico y científico, en el seno de la Virgen y a esta maravillosa creación de la nada de los genes paternos de Jesús es a lo que el Ángel Gabriel se refiere cuando dice la expresión: “El Espíritu Santo te cubrirá con su sombra”. De esta manera la naturaleza humana de Jesús de Nazareth queda conformada por un cuerpo unicelular, el cigoto, y un alma humanos, y esta naturaleza humana es unida por la Persona del Verbo a Sí misma, lo cual se llama “unión hipostática” o “personal” y por esta razón Jesús de Nazareth no es una persona humana, sino la Persona Divina de Dios Hijo encarnada -que se hace cigoto, eso queremos decir al decir “encarnada”- en la naturaleza humana de Jesús de Nazareth.

         Es esto entonces lo que sucede en la Anunciación y en la Encarnación del Verbo: luego del “Fiat” de María, se inaugura, por primera y única vez en la historia de la humanidad, una forma nueva y sobrenatural de concepción en la especie humana y es nueva y sobrenatural porque lo que ha sido concebido en el seno de María Virgen no viene de los hombres sino del Divino Amor, el Espíritu Santo.

         Si en el momento de la Encarnación se hubiera podido analizar con un microscopio al cigoto Jesús de Nazareth, el Hombre-Dios, se habría visto lo mismo que se ve en cualquier otro cigoto humano, pero lo que ningún microscopio puede ver, por más potente que sea, es que en ese cigoto, cuya alma es el alma humana de Jesús, inhabitaba la Persona Segunda de la Santísima Trinidad, Dios Hijo.

         Es esto entonces lo que sucede, tanto a nivel biológico-científico, como a nivel espiritual y sobrenatural, en el momento de la Encarnación y es en lo que debemos meditar cada vez que contemplamos la representación artística del Anuncio del Arcángel Gabriel a María Santísima: Dios nos ama de una forma que no podemos comprender ni abarcar y en ese extremo de su Amor por nosotros, los hombres, para mostrarnos su Amor Infinito y Eterno, decide ingresar en nuestra historia, en nuestro tiempo y en nuestro mundo, de manera al menos visible, tal como cualquiera de nosotros vino a este mundo, con la excepción que hemos nombrado, la ausencia de intervención de varón. Decide venir a nuestro mundo al menos visiblemente, como viene a este mundo cualquier ser humano, porque lo que no se ve en ese cigoto, que es su Cuerpo en estadio unicelular, es su Alma Santísima y su Persona Divina, la Segunda de la Trinidad.

         Otro aspecto que también debemos considerar al meditar en la Anunciación y Encarnación del Verbo es que a partir de la Encarnación del Verbo como cigoto, cada cigoto verdadera y totalmente humano, el cigoto que sí es concebido por el concurso del varón y de la mujer, se convierte en una imagen viviente del Verbo de Dios encarnado, un Dios que vino a nuestro mundo como cigoto y por ese solo motivo merece y debe ser tratado como algo sagrado e inviolable, como dice Su Santidad Juan Pablo II: “La vida humana es sagrada e inviolable” (cfr. Evangelium vitae 53). A ese cigoto, imagen del Dios Viviente, que es ya una persona humana con su acto de ser y cuyo primer derecho humano es el derecho a la vida, es al que nos comprometemos a defender en su primer derecho, el derecho a vivir. Y así también defendemos el derecho de Dios, el derecho que Dios como Creador de la vida humana tiene y es que el cigoto, obra de su Sabiduría y de su Amor divinos, no solo no sea destruido, sino que viva, primero en esta vida y luego en la vida eterna.

 


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