Introducción: Entre las diversas especies vivientes, es el hombre un ser totalmente singular y paradojal, porque comparte características que se encuentran tanto en el mundo corporal, como en el mundo inmaterial; posee características que por un lado lo hacen similar a los animales, y por el otro, características que lo hacen similar a los seres espirituales. Entra en relación en distinto nivel con lo creado –las cosas, los animales, las otras personas humanas- pero su relación final no se encuentra en las coordinadas temporo-espaciales, sino con el Increado. Vive en el tiempo, pero está destinado a más allá del tiempo. En otras palabras, aunque compartiendo características propias de los seres más bajos, tiene también características más elevadas. Cuál es su característica primaria, la que lo hace superior a todo lo creado, aún siendo él mismo creado? Trataremos de hacer primero un acercamiento sobre qué cosa es el hombre, para hacer después el intento de decir cuál es su especificidad que lo hace diferente y superior a todo el mundo creado.
I. El hombre entre los otros seres, entre los límites del tiempo y de la eternidad.
Si consideramos la diversidad entre los entes, encontramos entre ellos una graduación. Partiendo de la llaneza del esse, el Ipsum Esse Subsistens, que es solamente Uno y al cual llamamos Dios, encontramos otros seres que poseen, si bien en una manera limitada y participada, esta perfección del esse como acto (actus essendi). Esta graduación es la siguiente:
Dios – ángeles - hombres (alma y cuerpo) - animales - plantas - seres inanimados.
Esta graduación se debe al hecho de su participación, en mayor o menor grado, al Ipsum Esse Subsistens, o sea, es debida al principio de continuidad metafísica. Según este principio, las distintas formas que encontramos en el universo creado forman un todo armónico, en el cual las formas inferiores se asemejan o alcanzan a aquellas que son inmediatamente superiores. En esta escala el hombre, compuesto de alma y cuerpo, se encuentra en un lugar totalmente especial, siendo partícipe de ambas realidades, material y espiritual, se encuentra en el horizonte de lo corporal y lo espiritual”, “en los confines entre el tiempo y la eternidad”.
II. El hombre, imagen de Dios.
El hombre, compuesto de cuerpo y espíritu, animado por un alma incorruptible, de acuerdo a su propia naturaleza, participa tanto del mundo material como del mundo espiritual; en otras palabras, se encuentra en los límites del tiempo y de la eternidad. Creado y por ello limitado, posee una dignidad tal que lo separa infinitamente del resto de las creaturas: su dignidad es tal por el hecho de que ha sido creado a imagen y semejanza de su Creador. La imagen y semejanza consiste en la posesión de sus potencias espirituales: intelligere y querer, y también en la capacidad de autodominio, esto es, la imagen consiste en la libertad, ya que su Creador es también Libre. Salido de Dios, El Ipsum Esse Subsistens, posee el esse participado, y es este esse –como actus essendi- su máxima perfección ontológica, la que lo constituye como persona, ya que, actualizando su naturaleza razonable, poniéndola en la existencia concreta, lo hace también un individuo subsistente e incomunicable. En otras palabras, es, como su Creador, persona, esto es, un ser individual que subsiste en si mismo porque tiene una perfección ontológica suprema, el esse como actus essendi, que lo hace incomunicable, capaz de intelligere y amar, y de dirigirse libremente hacia su Creador.
III. El hombre, ser participado y compuesto, tiene una tendencia trascendental.
Dado que el hombre está compuesto por esencia-acto de ser, su composición es llamada así “estructura secundaria”, porque su perfección ontológica es todavía más perfeccionada por los “actos segundos”, esto es, los emanados por sus potencias, la inteligencia e la voluntad. En el caso del hombre, su perfección se produce así en el acto de intelligere, y en el acto de tender hacia un bien. Del hecho que es perfeccionado por sus operaciones, se puede deducir que el hombre es participado y compuesto, porque no tiene en sí la totalidad de la perfección, ni del intelligere, ni del querer. El acto de entender emana de una potencia propia, la facultad intelectual.
Vale decir, el hombre es un ente por participación (orden estático), y es ente que actúa también por participación (orden dinámico). La participación se verifica en el orden estático y dinámico, esto es, ontológico y existencial, y lleva al hombre a actuar, estructuralmente, en una manera trascendental, en una manera que lo lleva fuera de sí mismo, porque, para actuar, tiene necesidad de participar del ente y de sus trascendentales que se encuentran más allá de sí.
IV. Las perfecciones del hombre, la perfección suprema del esse ut actus.
El hombre como persona humana posee perfecciones: vivir, intelligere, querer, sonreír. Todas estas perfecciones son concretizadas en cada hombre, vale decir, son, ya que participan del esse ut actus, la perfección ontológica última que hace posible el vivir, el pensar, el querer y sonreír de cada hombre concreto. Entonces, este esse es un esse recibido, porque es limitado y participado, y si es recibido, quiere decir que no le pertenece al hombre como patrón: Otro es el que los ha donado, que los ha participado. Este Otro es el Esse per essentiam, Ipsum Esse, porque todo lo que no es su esencia, tiene algo dado por el que es por essentiam. Esse contingente –puede y no puede ser- no le pertenece por sí la vida, porque no es él la misma vida. No tiene derecho a ser, porque su creación depende en un todo del intelligere y del querer del Ipsum Esse Subsistens, y por ello puede o no puede ser. En otras palabras, el esse creatural se encuentra como idea en el intelecto divino, pero el paso a la realidad espacio-temporal, a la existencia, depende del intelligere y del querer de Dios, esto es, la vida humana depende de la libertad divina. No le pertenece entonces a este esse ser metido en la esencia humana y por ello vivir, intelligere, querer; pero una vez que el esse es metido en la vida, le pertenece el vivir, el intelligere y el querer, necesariamente. Es contingente en su ser, y luego, también queda contingente en su ontología, adquiere una cierta necesidad, ya que no puede ir al nada.
IV. El recorrido del hombre hacia Dios.
Por otro lado, se necesita considerar que se trata de un esse imperfecto y limitado, lo que quiere decir que debe perfeccionarse, y que su perfección definitiva la encuentra en Dios. Salido por modum creationis del Ipsum Esse, debe cumplir un recorrido, esto es, debe volver a su inicio; pero como se trata de un ser libre, este retorno lo hace de un modo libre, participando por el Esse Ipsum en dos niveles: participando del ser, y operando libremente a través de sus facultades. En otras palabras, participa al Esse Ipsum a través de la participación en una perfección, que es el esse ut actus; y operando con sus facultades: intelligere y querer, pasando por la potencia al acto. En otras palabras, sea su esse limitado, sean sus facultades, ambas encontrarán su perfección definitiva en el Ipsum Esse Subsistens. Cumple una perfección existencial pasando por la potencia al acto, pero es en la beatitud donde su perfección será perfectísima, en su unión personal con Dios. Mediante su apertura infinita al esse, el hombre se hace capacidad infinita de pensar y amar, y así, siendo en la temporalidad la esencia de las cosas materiales el objeto propio de su intelecto, es en cambio el objeto adecuado el Ipsum Esse Subsistens, Dios, en la beatitud, y por esto es estado creado. Por ello el hombre es capax Dei, porque puede conocer y amar sin límites, infinitamente. Esta infinita capacidad de sus potencias explica su insatisfacción radical existencial respecto a las cosas creadas, y también la afirmación que sólo en Dios puede el hombre encontrar su felicidad perfecta. Esta verdad de orden filosófica –el hombre es capax Dei- es confirmada por la Revelación y por el Magisterio: el hombre ha sido creado para buscar a Dios porque sólo en Dios el hombre encuentra un objeto que llena su infinita capacidad de conocer y de amar. Esta búsqueda de Dios la hace a través de sus potencias espirituales, sobretodo el intelecto, a través del cual conoce las perfecciones de las creatura, trascendiendo a sí mismo y subiendo hacia el Creador.
V. La especificidad hombre: la libertad.
Este hombre, así compuesto, tiene una característica que no la tienen los otros seres visibles: como hemos ya dicho, es capaz de autodominio. Quiere decir que no es bajado por otros, pero por sí mismo: ningún otro lo mueve si él no quiere moverse. En esto radica su singularidad y su dignidad, porque la capacidad de autodominio, además de hacerlo más similar a su Creador, le permite dominarse a sí mismo, de ser patrón de sí. En otras palabras, no es movido necesariamente por las pasiones, por esto es que apetece particularmente; y no es movido tampoco necesariamente por el intelecto, por lo que conoce universalmente. Puede querer o no querer esto que le es presentado por los sentidos o por la inteligencia. Tiene en sí mismo una capacidad de dirigirse hacia lo que le parece bueno, o de rechazarlo. Puede querer o no querer: es la llamada libertas de ejercicio. Es libre, y la libertad, como acto conjunto del intelecto y de la voluntad, es lo que lo caracteriza entre los otros seres no pensantes, y es lo que lo asemeja a los otros seres libres, las formas subsistentes separadas –los ángeles- y el Esse Ipsum Subsistens, Dios.
Por todo esto, se puede ver que lo que el hombre tiene de más específico no es su corporeidad, pero es algo que es consecuencias del actuar de su espíritu: la libertad, entendida siempre como el acto conjunto producto de sus potencias espirituales. Pero se necesita decir que esta libertad no es ilimitada: creado para conocer la verdad y para querer el bien, su acto específico –el acto humano libre- será más pleno cuanto más lo guíe hacia el Esse Ipsum, que es la Veritas y el Bonum Subsistens. Será más específico, más libre, cuanto más verdadero y bueno sea el acto conjunto de sus potencias, esto es, su elección, porque de esta manera se hace más partícipe de la Veritas y del Bonum Subsistens.
Se necesita ahora considerar otro aspecto: si decimos que la especificidad del hombre es la autodeterminación –entendemos por esta palabra la acción del espíritu que, en el acto de elegir después de conocer y querer, se pone a sí mismo delante de sí, transformándose en lo que elige-, esta última es, del punto de vista existencial, demasiado importante en la estructuración del ser, que ya ontológicamente es, pero de la psicología del hombre, porque se hace lo que elige, o sea, se hace lo que decide en la autodeterminación. Será entonces lo que ha elegido en la autodeterminación: bueno o malo, según la elección hecha.
Hemos dicho que la autodeterminación es lo de más específico en el hombre, también que será más plena cuanto más verdadera y buena sea. Como en su raíz se encuentran las potencias del alma, intelecto y voluntad, se necesita considerar cuales sean los principios que mueven a las potencias. En otras palabras, se necesita ver si el inicio de sus operaciones espirituales surgen del interior del hombre, de su subjetividad, o al contrario, si el movimiento del pensamiento y del querer es accedido desde el exterior. En el primer caso, será menos libre y por ello menos específica, porque coincidirá la libertad con su espontaneidad, con su querer. En el segundo, será más libre y por ello más específica, porque descubriendo la verdad y el bien que se encuentran en el ens –actuado por el esse ut actus- su espíritu, enriquecido por estas perfecciones, estará en condiciones de hacer la libre elección que lo conducirá, a través de la participación de las perfecciones del ens, a ser partícipe de la libertad del Ipsum Esse Subsistens.
Se necesita señalar que la autodeterminación aquí referida es diferente de la autodeterminación establecida por Kant. En efecto, según Kant, la especificidad del hombre se encuentra en la autodeterminación, pero en Kant es la razón, guiada por sí misma, la que impone el imperativo a la voluntad. No se admite jamás otra instancia superior a la razón, la cual queda siempre como la que actualiza por sí misma los juicios, antes de la intervención del exterior. En este sentido, la autodeterminación no es realizada según la realidad que se encuentra más allá del espíritu humano: es siempre algo producida por el interior, o sea, por la subjetividad, sin hacer una verdadera referencia a la realidad objetiva externa.
Según Santo Tomás, también la autodeterminación debe ser guiada por la razón, pero la diferencia es que el inicio del movimiento del pensamiento no es el mismo pensamiento, la misma razón, pero el ens que se encuentra fuera del espíritu humano. Siendo puesta en movimiento por el ens se puede decir que la autodeterminación es verdaderamente razonable, porque lo que guía al mismo intelecto no son sus prejuicios, pero lo que encuentra en el ens: el verum y el bonum, que convergen en el ens. En otras palabras, la autodeterminación según Santo Tomás no es solamente el hecho de la autodeterminación vacía, sin contenido, o salida del propio cogito, del propio io. Tiene un contenido, y este contenido no es otra cosa que la forma inteligible poseída por el intelecto, querida por la voluntad, y siempre presente en el ens actuado por el actus essendi.
Esto quiere decir que la autodeterminación es “razonable”, en el sentido que se adecúa a lo que la razón considera de verdadero porque primero es la cosa, el objeto, el ens, a poseer en sí el verdadero, en cuanto es el ens algo de verdadero porque es, y es salido del intelecto y de la voluntad del Creador. Por ello será verdaderamente “verdadero” cuando tenga un contenido de verdad que no depende del hombre; el contenido de verdad que sí depende del hombre –el juicio- será “verdadero” en tanto se conforme a la verdad del ens, porque esta es la verdad: la adecuación de la mente a la cosa.
Para terminar, la autodeterminación del hombre será plenamente verdadera en la medida en que sean dados estos necesarios presupuestos, dada la constitución de la realidad. En otras palabras, la especificidad del hombre consistirá en la autodeterminación (voluntad) razonable (intelecto) heterónoma (ley natural y divina presente en la autoconciencia).
San Tommaso, S.Theol. I,q. 54,1-3; I, q. 77,1.
In I De Causis 1, 19, s. 106.
S. Theol. I, q 77, a. 2; C.G. II, 82.
In I De causis, lect. II, s. 15
Según el principio de continuidad metafísica: el inferior de un género se continúa con el superior del otro. El hombre, inferior entre los seres espirituales, añade el mundo espiritual mediante su alma. In I De Causis 1, 19, s. 106.
“El alma humana es como el horizonte y confín entre lo corpóreo y lo incorpóreo, pues es substancia incorpórea y a la vez forma del cuerpo”. S. C. G., II, 68.
De Causis, L. III, Prop. XVIII: “primum ens dat esse omnibus per modum creationis”, las otras hipóstasi “per modum formae”.
S. Theol., I, q. 59, corpus. Quest., q. 10, ad. 3. Otra imagen según S. Agustín y Santo Tomás: intelecto, memoria y voluntad.
“Las substancias intelectuales son las primeras entre todas... Estas substancias entonces se auto determinan a operar. Sin embargo esto es propio de la voluntad, a través de la cual una substancia es patrona de sus actos, porque en ellos están el operar o bien no operar. O sea estas substancias intelectuales tienen voluntad”. S.C.G., II,47.
Quodl. III, q VIII, a20: “Omne participatum comparatur ad participans ut actus eius” (Ia, 75, 5 ad 4).
S. Theol., I, q. 77, a, 1.
En efecto, sólo la persona “puede ser verdaderamente objeto de amor en el sentido pleno de la palabra, esto es, de amor de amistad”. Cfr. S. Theol., I, 54, 2.
“El hombre, naturalmente partícipe de Dios, se ordena a Él a través de la conciencia y el amor; por ello en cuanto participa sobrenaturalmente de su vida íntima, se ordena Dios a través de un conocimiento y amor sobrenaturales”. In II Sent., d.23, Q.1, a. 4, sol. 3, ad 1.
“Solamente la creatura razonable es capaz de Dios porque solamente ella puede conocerlo y amarlo explícitamente”. De Ver., q. 22, a2 ad 5.
“La Sagrada Escritura enseña que el hombre ha sido creado “a la imagen de Dios” y que es capaz de conocer y de amar a Dios, su Creador”: Cfr. Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et Spes sobre la Iglesia en el mundo, 12.
La infinita capacidad de apertura del intelecto humano solamente se sacia con un objeto infinito, y este objeto infinito, substancia infinita, es sólo Dios. Se saciará en manera imperfecta en esta vida, en manera perfecta en la beatitud.
“Verdad dice orden al intelecto. En el querer es la voluntad que tiende a la cosa; por eso la bondad es en la cosa; en el conocer en cambio es la cosa que va al intelecto, entonces la verdad es propiamente en el intelecto; pero como por la cosa se dice buena también la voluntad, así por el intelecto se dice verdadera también la cosa. La verdad está en las cosas si estas corresponden a la idea de quién fue el artífice; la verdad está en el intelecto conocedor si éste se conforma a la cosa conocida. La verdad entonces es conformidad entre intelecto y cosa”Santo Tomás de Aquino, Compendio de la Suma Teológica, Parte prima, q.16, a. 1.