El cigoto, es decir, el ovocito fecundado por un espermatozoide, es ya una persona humana, con un acto de ser, con un cuerpo y con un alma, y por lo tanto, su primer derecho humano es el derecho a vivir

miércoles, 25 de marzo de 2015

La Solemnidad de la Anunciación y la conmemoración del Día del Niño por nacer


         La fecundación de un óvulo por parte de un espermatozoide, en el seno materno, luego del acto matrimonial, constituye un evento que supera infinitamente el plano biológico, porque más allá del maravilloso hecho que supone la ingeniería genética que conduce a la formación de un nuevo ser, el hijo, resultado de la combinación de los genes paternos, al tratarse de seres humanos, en ese mismo instante de la fecundación de los gametos sexuales, se produce la creación del alma humana, que por ser humana es racional y volitiva y por lo tanto libre, y por lo tanto, imagen del Creador. La concepción de un ser humano, por lo tanto, supera inimaginablemente a las concepciones del mundo animal, aun cuando por la corporeidad, se asemejen a él, porque por la presencia del alma, se asemejan al Creador. Por este motivo, toda concepción humana es sagrada, no porque sea ella misma divina en su esencia -lo cual sería un grave error filosófico afirmarlo-, sino porque, desde el momento en que posee un alma racional y libre, es una imagen de su Creador.
         Ahora bien, la sacralidad de la vida humana, conmemorada en la Solemnidad de la Anunciación, se eleva exponencialmente al infinito, al considerar que el mismo Dios Creador, que es quien crea el alma humana del cigoto y co-crea con los padres humanos la carga genética del cigoto fecundado, ha elegido, como medio para venir desde el cielo a la tierra para salvarnos, el camino de la Encarnación, es decir, ha elegido el convertirse Él mismo en cigoto humano, creando el alma humana y la carga genética correspondiente al gameto masculino –pues no hubo intervención de varón en la fecundación del cigoto “Jesús de Nazareth”-, el cual fue unido a su Persona divina, la Segunda de  la Trinidad, por el Espíritu Santo, el Amor de Dios.
En otras palabras, cuando los cristianos conmemoramos, en la Solemnidad de la Anunciación, al Niño por Nacer, no solo honramos al maravilloso prodigio que es la concepción del ser humano, sino que honramos y adoramos al Verbo de Dios que se encarnó en las entrañas purísimas –la Mente Sapientísima, el Inmaculado Corazón, pero sobre todo, el útero- de María Virgen, adoptando la forma y el tamaño de un cigoto humano, implantado en un útero materno.  

         Entonces, si nos admira que el hombre, ser creatural, que participa del Ser, sea una creación tan grandiosa de parte de Dios, mucho más nos debe admirar que el mismo Dios haya querido encarnarse y, sin dejar de ser Dios, hacerse Él mismo hombre, para participar de nuestra humanidad. Es esta doble maravilla, el Niño por Nacer, y la Encarnación del Verbo, lo que celebramos en la Solemnidad de la Anunciación.

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