Nota: el artículo está extraído del diario "El Mundo" que, aunque secular y anti-cristiano, refleja, con sentido común, la crueldad usuraria de la empresa que "alquila vientres", a la que no le importa la vida de los niños ni la angustia del "padre".
El sevillano José Antonio Ocaña contrató un vientre de alquiler en Tailandia y tuvo mellizos
Denuncia que la empresa con la que contrató retiene a los niños y exige más dinero
El final de esta historia debía haber sido feliz. El más feliz de todos. Pero el cuento se truncó y va camino de ser un relato mitad de miedo y mitad de thriller psicológico. Lo que a continuación se relata es, como se anuncia en los telefilmes de sobremesa de algunas cadenas, pura (y dura) realidad. Está basado en hechos reales, tan reales como las lágrimas que lleva derramadas su protagonista, un empleado de una cadena de supermercados que un día siente que le falta algo para ser feliz y decide ser padre soltero. Lo consigue y tiene dos mellizos que hoy debería pasear por las calles de Sevilla, pero que han acabado convirtiéndose en «rehenes» por cuya libertad le piden un 'rescate' que no puede pagar.
El final del guión lo tendrá que escribir un juez, porque el cuento metamorfoseado en pesadilla ha acabado en un juzgado.
¿Siguen pensando que es la ficción de un sábado por la tarde? Sigan leyendo...
José Antonio Ocaña, que así se llama el protagonista de esta película tan real como increíble, encontró en internet la respuesta a sus anhelos en forma de un bufete de abogados que facilitaba la contratación de vientres de alquiler para «convertir en realidad su ilusión de ser padres», tal y como reza en su página web. Subrogalia-ése es el nombre de la empresa, que ofrece «maternidad subrogada»- se convirtió en una especie de hada madrina en el cuento de José Antonio.
Todo eran facilidades, promesas y pasos adelante hasta que, por fin,nacieron Isabel y Diego, hijos biológicos concebidos a partir de su semen y con un óvulo donado anónimamente en una clínica española.
Pero la felicidad no es gratis y Subrogalia no es una ONG. A José Antonio la paternidad le iba a suponer una factura de algo más de 33.000 euros, que él consiguió no sin esfuerzo endeudándose hasta las cejas y más allá.
Hoy, cinco meses después del nacimiento de los pequeños, a José Antonio y sus dos bebés les separan miles de kilómetros, los que hay entre Sevilla y Tailandia, donde una madre de alquiler los gestó y dio a luz.
Claro que los kilómetros, como dice José Antonio desde este lado del mapamundi, son lo de menos porque hay otro abismo que, ése sí, es mucho más difícil de salvar, el del dinero adicional que la empresa que le prometió la felicidad le exige ahora para completar el proceso y, en definitiva, para que los mellizos puedan ocupar la habitación que les tiene reservada su padre en el piso de Pino Montano en el que vive. Un piso que, por cierto, no es el suyo; reside de prestado gracias a la generosidad de un amigo porque su casa, la que se compró con sus ahorros, la ha tenido que alquilar para no quedarse en la ruina absoluta.
De los 33.000 euros iniciales que pactó con Subrogalia -«precio cerrado, sin sorpresas», promociona- la factura se ha disparado casi hasta los 70.000 euros con la excusa de los gastos médicos adicionales generados por el parto prematuro en la clínica privada de Tailandia. «Mis hijos son rehenes de la empresa, o les doy el dinero o me quedo sin mis hijos», afirma.
José Antonio trató de pagar, incluso llegó a aceptar convertirse en imagen de la empresa a cambio de que le 'perdonasen' los gastos extra. Pero Subrogalia siguió exigiendo el dinero hasta que, finalmente, le comunicó la rescisión unilateral del contrato por sus «incumplimientos».
Lo hizo mediante una carta el pasado 9 de marzo en la que, además, le acusan de ser, directamente, un padre pésimo.
«El solo hecho de que se plantee abandonar a sus hijos, porque le faltan 20.000 ó 30.000 euros, nos parece inhumano e inaceptable»,le dicen los responsables de Subrogalia a José Antonio, al que instan a sacar el dinero «de donde sea».
Y no es que no lo haya intentado. Hasta por internet ha pedido dinero este padre que, como él cuenta a quien quiera oírle, sólo ha visto a sus dos pequeños un par de veces y que teme que, si un juez no lo remedia, acaben siendo dados en adopción o abandonados por la enfermera tailandesa cuando ya no pueda pagarle los 1.400 euros al mes que le cobra por cuidar a los mellizos. Entonces, dice, «sabré de verdad lo que es perder a mis hijos».
Porque, pese a todo, José Antonio aún cree que el final de esta historia puede ser feliz.
(http://www.elmundo.es/andalucia/2015/05/28/5566292fca4741df5b8b45a8.html)
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