El cigoto, es decir, el ovocito fecundado por un espermatozoide, es ya una persona humana, con un acto de ser, con un cuerpo y con un alma, y por lo tanto, su primer derecho humano es el derecho a vivir

domingo, 7 de abril de 2013

La Anunciación: Dios Hijo se encarna en un cigoto humano





         Cuando el Ángel Gabriel anuncia a María la Buena Noticia, y cuando María da su “Sí” a la Voluntad de Dios expresada en el anuncio angélico, se produce entre los hombres un hecho inédito en la historia de la humanidad; un hecho que por su magnitud no tuvo, no tiene ni tendrá semejanza: se da en la naturaleza humana, representada en la Virgen María, un nuevo modo de ser concebido: por obra del Espíritu Santo, sin concurso de varón.
         Hasta la Encarnación del Verbo, los seres humanos eran concebidos sólo por la unión entre el varón y la mujer; con la Encarnación del Verbo, es concebida una naturaleza humana, un Hombre, sin concurso de varón, porque este Hombre es al mismo tiempo, Dios, y es concebido por el Amor de Dios, el Espíritu Santo.


         Luego del Anuncio del Ángel, y luego del “Fiat” de María, el Amor de Dios crea un cigoto –un huevo fecundado que posee los genes de María y los de un varón, pero sin que hayan sido aportados por ningún varón, puesto que fueron creados de la nada en el momento mismo de la Anunciación-, y conduce o desciende, por así decir, al Verbo de Dios, al cigoto, que de esta manera queda unido hipostáticamente -es decir, personalmente-, a la Persona del Hijo de Dios. La naturaleza humana así creada –el cigoto con los genes de María y con los genes de un varón, pero sin concurso de ningún varón, porque fueron creados en el momento del “Fiat” de María-, unida a la Persona Segunda de la Santísima Trinidad, el Hijo de Dios, se convierte así en el Cuerpo humano, unicelular, de Jesús de Nazareth.
         Con la Anunciación y el “Fiat” de María queda inaugurada, por única vez, una nueva y sobrenatural forma de concepción entre los hombres, y es nueva y sobrenatural porque lo que ha sido concebido en el útero de María no viene de los hombres sino del Amor divino, el Espíritu Santo.
         Si en ese entonces se hubiera podido analizar microscópicamente el cigoto-Jesús de Nazareth, Hombre-Dios, se habría visto lo que se ve en cualquier otro cigoto humano, pero lo que los más potentes microscopios no pueden ver, es que en ese cigoto, animado por el alma humana de Jesús de Nazareth, inhabitaba la Persona Segunda de la Santísima Trinidad, Dios Hijo.


         El Amor de Dios por los hombres llega a tal extremo, que quiere venir a este mundo, al menos visiblemente, como cualquiera de nosotros vino al mundo. Al menos visiblemente, porque lo que no se ve en ese cigoto, que es su Cuerpo en estadio unicelular, es su Alma Santísima y su Persona Divina, la Segunda de la Trinidad.
         Cada cigoto meramente humano, animado solo por su alma humana –el cigoto que es concebido por el concurso del varón y de la mujer-, se convierte entonces en imagen viviente del Verbo de Dios encarnado, que vino a nuestro mundo como cigoto, y por este solo motivo, merece y debe ser tratado como algo sagrado e inviolable, como dice Su Santidad Juan Pablo II: "La vida humana es sagrada e inviolable" (cfr. Evangelium vitae 53).

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