Cuando oigo a nuestros socialistas poner como modelo a los países escandinavos -que,
la verdad, están ya para presumir poquito-, no pienso en Dinamarca, sino en Islandia, la
isla donde toda locura de la modernidad parece haber arraigado con fuerza.
Cuando los mismos tipos que se ufanan de haber acabado con el Síndrome de Down por el sencillo
procedimiento de matar a todos los individuos afectados antes de que nazcan -algo que puede aplicarse a cualquier condición- celebran una funeral de Estado por la ‘muerte’ de un glaciar, una no sabe si está ante un
país o ante una sangrante parodia de la postmodernidad.
En realidad, Islandia es ambas cosas. Cuando oigo a nuestros socialistas poner como modelo a los países escandinavos -que, la verdad, están ya para presumir poquito-, no pienso en Dinamarca, sino en Islandia, la isla donde toda locura de la modernidad parece haber arraigado con fuerza.
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Veamos el caso. El pasado domingo, la primera ministra islandesa, Katrin Jokobsdottir, acompañada por otros
líderes políticos, científicos y activistas medioambientales celebró un “funeral” por la muerte de un glaciar,
el Okjökull, u Ok, en Borgarfjörður, de unos setecientos años de antigüedad. La idea es que se trata de la
primera ‘baja’ del Cambio Climático en una tierra en la que si algo no falta son glaciares.
Se puso una placa y se firmó un certificado de defunción y todo, siguiendo el experto diagnóstico del
geólogo Oddur Sigurðsson. Naturalmente, no se pudo certificar la hora de la muerte, y de hecho Sigurðsson lo
dio por finiquitado hace cinco años. Tampoco es que haya desaparecido, sino que ha dejado, al parecer, de
moverse, que es lo que debe hacer todo glaciar que quiera seguir considerándose vivo.
“Tenemos que aceptar que lo que está sucediendo no está bien”, dijo en su discurso fúnebre la primera ministra. “Hay que detenerlo. Hay que tomar todas las medidas necesarias”.
En la placa, además de decirse que es el primer glaciar islandés que pierde su condición de tak y que se prevé
que en doscientos años todos los glaciares sigan el mismo camino, se añade que el monumento “es para
reconocer que sabemos lo que está pasando y lo que hay que hacer”.
¿En serio? ¿De verdad saben lo que está pasando? ¿Y lo que hay que hacer?
Tengo malas noticias para los deudos del llorado Ok: este querido planeta nuestro ha creado y eliminado
glaciares como Ok como quien lava. Ha pasado por los cambios climáticos más brutales y extremos, provocando extinciones de más del noventa por ciento de las especies antes de que el hombre apareciese en escena.
Zonas que hoy son desiertos fueron en un tiempo lujuriantes selvas tropicales; regiones hoy de clima suave
estuvieron en su día cubiertas de hielo. La idea de que podemos ‘parar’ un proceso que lleva eones en marcha con desprecio olímpico de las especies que pueblen el planeta deja lo de la Torre de Babel en un ejemplo de humildad y objetivos realistas.
El clima nunca ha dejado de cambiar, la naturaleza desconoce la «stasis«; no es un museo ni un zoo ni un
solario. Incluso la idea de la especies protegidas lleva a menudo a que se conserven artificialmente, y en
números a veces absurdos, animales que quizá la naturaleza -por así decir- había marcado por su cuenta para la extinción.
No hay modo de habitar una Tierra donde el clima sea siempre igual y donde el hombre no tenga influencia
alguna sobre su entorno natural. Sin nuestra especie, la naturaleza seguiría cambiando sin cesar, extinguiendo miriadas de especies, generando otras, alterando el clima, que en nuestro planeta se mueve de glaciación en glaciación, con el respiro de los periodos interglaciales.
Pero si no se puede ‘parar’ el cambio climático, sí se puede hacer desaparecer poblaciones enteras. Como
los afectados por el Síndrome de Down. Un Estado es una organización lo bastante poderosa para conseguir eso, como demostraron benefactores de la Humanidad como Stalin, Pol Pot o el rey Leopoldo de Bélgica.
Es lo que están haciendo los islandeses: acabando con una condición física mediante un procedimiento muy
poco sofisticado médicamente pero muy eficaz: matando a los sujetos que lo presenten. Puede ser un modo de acabar con un montón de condiciones que se consideren indeseables, desde la ceguera a la peste bubónica.
Muerto el perro se acabó la rabia, ¿no?
Y esta es la gente; este, probablemente, nuestro futuro: llorar pública y oficialmente por la ‘muerte’ de un
accidente geográfico -de los que se han creado y desaparecido incontables en la larga historia del planeta-, mientras organizamos genocidios silenciosos de quienes no se ajustan a criterios de perfección nazis que, inevitablemente, se harán cada día más estrictos.
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