Los casos de infertilidad se multiplican en las sociedades occidentales. Muchas personas recurren a la Fecundación in vitro (FIV) y consiguen así tener el ansiado hijo. La Iglesia desde el principio se ha opuesto a esta práctica. ¿Por qué?
08 jun 2012 Autor: Patricia Navas González
Las técnicas de FIV son intrínsecamente inmorales porque comportan la producción de un embrión humano como si fuera una “cosa”. Por otra parte, estas técnicas tienen otras consecuencias, como la acumulación de embriones congelados, el riesgo de eugenesia y de la posterior utilización de embriones sobrantes como material de investigación.
La Iglesia no acepta moralmente la FIV por varios los motivos. En primer lugar, esta práctica tiene lugar fuera de la unión de los cuerpos de los cónyuges, por acción de terceras personas: es decir, somete la vida y la identidad del embrión al poder de los médicos y de los biólogos, e instaura un dominio de la técnica sobre el origen y el destino de la persona humana (Donum Vitae - B§5 y Dignitas Personae – 2ª parte § 12).
En segundo lugar, el diagnóstico antes de la implantación del embrión es una práctica eugenésica, pues la vida humana es medida y seleccionada siguiendo sólo parámetros de "normalidad" y de bienestar físico (Juan Pablo II, Encíclica Evangelium vitae, n 63, Declaración del Consejo Pontificio para la Familia sobre la llamada reducción embrionaria – 12 de julio de 2000).
Además, la selección de embriones conlleva el aborto selectivo de los embriones “sobrantes”, una práctica eugenésica que para la Iglesia es “ignominiosa y totalmente reprobable” (Dignitas Personae – 2ª parte § 21, 22 y 23), y puede poner en peligro la vida de los demás embriones y de la propia madre (Declaración del Consejo Pontificio para la Familia sobre la llamada reducción embrionaria – 12 de julio de 2000, Dignitas Personae – 2ª parte § 14 y 15).
Si estos embriones no son destruidos sino congelados para ser posteriormente utilizados para la investigación o para fines terapéuticos, entonces nos encontramos ante un caso de mayor injusticia contra ellos, pues se les utiliza como un simple “material biológico” lo cual implica su destrucción (Dignitas Personae – 2ª parte § 19).
Cuando se trata de la inseminación o de la FIV heteróloga (es decir, con ovocitos o esperma procedentes de terceros o de donantes anónimos), se lesiona gravemente el derecho de un niño a tener un padre y una madre, y se contradice el sentido del propio matrimonio.
Aunque la Iglesia comprende los sufrimientos de los matrimonios que no pueden tener hijos, no puede ir contra la verdad: no existe el derecho a tener hijos, pero sí el derecho del hijo a ser procreado, en el respeto de su dignidad.
Tener hijos responde a una vocación natural y a un deseo legítimo de los esposos. Pero esta buena intención no es suficiente para otorgarles un “derecho a toda costa” a ese hijo (Donum Vitae B-§8 y B-§5).
La infertilidad puede tener muchas causas: pueden ser causas biológicas o anatómicas, pero también pueden ser de tipo social, como el aumento de la edad de los esposos, las dificultades económicas que en ocasiones lleva a aplazar en los padres la concepción de un hijo, el estrés cotidiano en particular entre las mujeres, los trastornos debidos a métodos anticonceptivos o abortivos durante los primeros años de la pubertad de las chicas…
La Iglesia es consciente de los sufrimientos que comporta la infertilidad (Dignitas Personae - Introducción §3) y no juzga a las personas. Ahora bien, tiene la obligación de iluminar las conciencias. Por ello recuerda que existe el derecho del niño a ser el fruto del acto específico del amor conyugal de los padres. Al mismo tiempo, aclara que no existe el “derecho al niño”: el deseo de los padres “no puede ser antepuesto a la dignidad que posee cada vida humana hasta el punto de someterla a un dominio absoluto. El deseo de un hijo no puede justificar la ‘producción’ del mismo” (Dignitas Personae 2ª parte §16).
La Iglesia califica determinadas acciones como “ilícitas” o a “excluir”, “permitidas” o “lícitas”. Ahora bien, con ello no busca erigirse en tribunal, ni condenar a las personas. Su misión consiste en facilitar la comprensión de las verdades de fe y su relación con los comportamientos en la vida. El primer deber de toda persona de buena voluntad consiste en formar su conciencia según un “objetivo” –el bien del niño por nacer- y no según el “subjetivismo”, la satisfacción del deseo de tener un hijo, aunque sea legítimo.
La Iglesia no está en contra de otras técnicas menos invasivas, y anima a la ciencia a seguir buscando soluciones que respeten la dignidad del ser humano
La Iglesia, contrariamente a lo que muchos creen, no se opone a la FIV y a otras técnicas porque sean “artificiales” (Dignitatis Personae – 2ª parte § 12), sino cuando atentan contra la dignidad del hombre. Y la dignidad del hombre requiere que su existencia sea un fruto “gratuito” del acto conyugal que sella el amor de sus padres.
Existen varios tipos de lo que se conoce como Ayuda Médica a la Procreación (AMP), desde técnicas poco invasivas como los tratamientos hormonales o las tecnologías naturales de ayuda a la procreación, a otros tipos más invasivos que sustituyen el acto sexual, como la inseminación artificial de espermatozoides en el útero. La técnica más intervencionista es la FIV por la que un espermatozoide es inyectado, en laboratorio, en un óvulo para desarrollar artificialmente embriones que son implantados después en el útero de la mujer.
La Iglesia no tiene, en principio, reparos éticos contra las técnicas no invasivas, entre ellas la NaProTecnología. Pero en el caso de las técnicas invasivas, advierte que las prácticas utilizadas lesionan la dignidad del hijo que va a ser concebido.
Además de sustituir el acto conyugal, por ejemplo, las inseminaciones artificiales son a menudo precedidas por una selección de espermatozoides según su sexo o su “calidad” de movilidad. Para Richard Nicholson, jefe de redacción del Bulletin of Medicals Ethics británico "la selección de los espermatozoides es uno de esos pequeños pasos que nos aproximan a la idea de que las personas deberían escoger el tipo de hijos que quieren. Y… desde el momento en que uno dice qué tipo de hijo quiere, dice también qué tipo de hijos no quiere”.
Este tipo de dilemas éticos se recrudecen con la FIV. En algunas técnicas, como la inyección de espermatozoides en el interior del citoplasma de un óvulo (ICSI), la inyección contra natura del flagelo transmite características genéticas “citoplasmáticas” del padre que algunos expertos consideran que podrían explicar ciertas malformaciones congénitas. En otras, como la fecundación mediante células sexuales “artificiales”, es decir, diferenciadas a partir de células madre adultas, algunos expertos lo califican como “encarnizamiento procreador”.
Una vez fecundados in vitro, es decir, en una probeta, estos embriones son implantados en el útero de la madre (biológica o “portadora”). Algunos países autorizan las implantaciones múltiples para paliar las dificultades de nidificación en la placenta del útero. En caso de éxito, se propone entonces a menudo una “reducción embrionaria” por aborto selectivo para no dejar que se desarrolle más que uno de los dos fetos.