El cigoto, es decir, el ovocito fecundado por un espermatozoide, es ya una persona humana, con un acto de ser, con un cuerpo y con un alma, y por lo tanto, su primer derecho humano es el derecho a vivir

martes, 15 de marzo de 2011

"¿Te lo dejas?" "No, me lo saco"


Así, con este simple diálogo, se decide en Cuba la eliminación por medio del aborto, del niño concebido, hasta las 10 primeras semanas de la gestación. Tan fácil para la mujer como decidir si se deja el cabello largo o corto.

La información es recogida por infobae.com, en su edición digital del 15 de marzo de 2011, tomada a su vez de “BBC mundo” en español.

El aborto como método anticonceptivo. ¿Qué indica esto? La pérdida total de la noción del mal y del bien, de la virtud y del pecado, de la luz y de la oscuridad. Si se mata al niño antes de nacer, para evitar problemas económicos, ¿por qué no matar a los hijos de más edad, que consumen más y sobrecargan más al presupuesto familiar?

Por otra parte, la BBC, al comentar esta noticia, lejos de hacer una crítica, apoya implícitamente la macabra práctica, al sostener que en Cuba el aborto es un “derecho socialmente aceptado” (¿?).

Frente a esta actitud desaprensiva con respecto a la vida del niño por nacer, caben algunas preguntas con relación a los actos humanos: ¿los actos humanos son neutrales, o por el contrario, revelan bondad o maldad en quien los ejecuta?

Quienes usan el aborto como método anticonceptivo, demuestran una total inconciencia acerca de lo que significa un aborto, ya que para ellos es lo mismo decidir la eliminación del niño no concebido, que decidir con qué color hay que pintar el auto o la casa, o qué corte de pelo usar, o qué ropa usar. Es decir, abortar se ha convertido en un acto superficial y ligero, que en su superficialidad y ligereza esconde la brutalidad de quien lo decide.

Consideremos brevemente los pasos del acto humano, tal vez así podremos dimensionar la tremenda brutalidad de lo que significa el aborto, en la circunstancia que sea, mucho más si se lo emplea banalmente como “método de regulación menstrual”.

La ética estudia los actos humanos porque por ellos, por los actos, por la acción que se realiza exteriormente, el hombre manifiesta su interioridad, su subjetividad. Cuando usamos palabras como “virtud”, “pecado”, “bien moral”, etc., nos estamos refiriendo a actos humanos, a obras realizadas por el hombre mediante las cuales pone de manifiesto exteriormente su interioridad (cfr. Karol Wojtyla, Persona y acción).

La virtud no es una palabra vacía, sino una “acción buena”, que comenzó en el pensamiento de una persona, lo quiso realizar porque “vio” que era bueno y libremente decidió actuar en ese sentido bueno y no en otro, y terminó en un fin bueno. La virtud es un acto bueno externo que refleja la bondad interna de la persona, y por eso la ética se ocupa de su estudio.

Porque se originan en una persona humana y porque reflejan bondad o malicia, la ética estudia los actos humanos: porque los actos manifiestan y exteriorizan la interioridad y la libertad de un ser humano. Los actos humanos son realizados racionalmente y en libertad, y poseen por esto un componente cualitativo superior a las acciones realizadas por seres que que no pertenecen a la raza humana, como lo son los ingenios artificiales (robots, computadoras, etc.), ni los animales.

¿Cuál es la característica principal de los actos humanos? ¿Qué es lo que diferencia a los actos humanos de las acciones realizadas por seres irracionales?

La característica principal del acto humano es ser un acto “libre”[1], y es libre porque procede de un ser espiritual. El hecho de ser espiritual implica que el acto humano es realizado con inteligencia y voluntad y esto a su vez quiere decir que el ser humano conoce en las cosas y en los actos la verdad y el bien, lo cual quiere decir que además de conocerlos, los desea y los ama. Actuar con libertad quiere decir moverse a sí mismo hacia un bien determinado, sin estar obligado a hacerlo.

En el acto libre se dan los siguientes pasos: la inteligencia descubre un bien y lo conoce como tal, es decir, “sabe” que eso es un bien (a diferencia de los animales irracionales, que no conocen el bien en su razón de bien); una vez que la inteligencia posee en sí misma el conocimiento del bien, se lo presenta a la voluntad. La voluntad “analiza” el bien presentado por la inteligencia y decide por sí misma quererlo o no. En este auto-movimiento de la voluntad, que se mueve a sí misma frente a un bien determinado sin estar obligada a hacerlo por el bien que le presenta la inteligencia, es lo que se llama “libertad”.

Esquema del acto libre

Antes de analizar el acto en sí, hay que considerar que la inteligencia “ve” dos tipos de bienes:

-actividades (bien práctico): son buenas en sí mismas; son acciones buenas que conducen al Fin Último;

-cosa (bien ontológico): es buena y verdadera en sí misma; su mayor bien es “ser” en la realidad concreta.

También hay que tener en cuenta que la persona es un ser espiritual, dotado de inteligencia y voluntad.

Pasos del acto libre y su repercusión en la persona:

1. Inteligencia:

Bien 1: sensible, es la cosa o bien ontológico (lo conoce como bien): pelota, caballo.

Bien 2: espiritual, es la actividad buena (la conoce como bien): jugar me perfecciona.

Bien 3: espiritual, es la actividad buena (la conoce como bien): me perfecciona más.

2. Voluntad: se mueve a sí misma sin estar condicionada por el bien que le presenta la inteligencia.

3. La voluntad se auto-dirige hacia el bien que ella sola eligió: libertad.

4. Transformación y perfeccionamiento de la persona por el acto bueno.

La esencia de la libertad consiste en la autodeterminación al bien[2]. Esto quiere decir que la inteligencia le presenta a la voluntad una serie determinada de bienes (ontológicos y prácticos), y frente a estos, la voluntad no está determinada, es decir, no se encuentra obligada a amarlos. Existe un solo bien que no puede no ser querido, y es el Bien o Fin Último, es un bien deseado naturalmente por la voluntad, y es imposible que no lo desee. Se traduce en el deseo de todo ser humano de ser feliz: todo hombre desea ser feliz, dice Aristóteles. Ante este bien, de la felicidad, la voluntad asiente necesariamente. No puede no desearlo.

Sin embargo, frente a cualquier otro bien, la voluntad no necesariamente los desea: está indeterminada, porque son bienes particulares: la voluntad los quiere en tanto y en cuanto conduzcan al Fin Último.

La libertad supone esta indeterminación frente a los bienes particulares: todos los bienes que la inteligencia presenta a la voluntad son finitos e incapaces de por sí de producir una adhesión necesaria. Esta indeterminación frente a los bienes –y la posibilidad de elegir lo que en realidad no es bueno- es una característica de la libertad humana.

La esencia de la libertad no consiste en la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, ni mucho menos en la elección del mal. Es por esto que la naturaleza íntima de la libertad es la autodeterminación de la voluntad hacia el bien.

Hemos dicho que el acto humano comienza con el conocimiento de la inteligencia, que conoce la verdad del ser; luego la inteligencia le presenta esta verdad a la voluntad y la voluntad es libre de querer o de no querer. Esto sucede con todos los bienes particulares, ya que la voluntad no está determinada a querer a ninguno de estos bienes: los quiere solo si los quiere querer. El único bien presentado por la inteligencia a la voluntad al cual esta no puede dejar de quererlo, es el Bien o Fin Último, que coincide con la felicidad definitiva y perfecta.

¿Cómo se llama la acción de la inteligencia por la cual ésta capta la verdad y la bondad de una acción?

Se llama “advertencia”; por esta, la inteligencia “sabe” si el acto que va a realizar es bueno o malo. La advertencia puede ser actual o virtual: es actual cuando la inteligencia “se da cuenta” en el mismo momento de realizar el acto si ese acto es bueno o malo. Así por ejemplo tiene advertencia actual aquel que en el momento de hacer algo dirige su atención a lo que está haciendo: alguien que ayuda a los demás concentra toda su atención en los actos que está haciendo en ese momento.

La advertencia puede ser también virtual: se llama así cuando la atención se dió en un acto anterior, pero en el momento de realizar la acción no tiene la atención puesta en lo que está haciendo. La atención o la advertencia virtual son suficientes para el acto humano y para que este sea verdaderamente moral, es decir, para que sea atribuido a la persona como un acto que le pertenece.

La advertencia puede ser plena o semiplena. Se da advertencia plena cuando la persona conoce perfectamente lo que hace y la bondad o maldad (moralidad) de lo que hace. La advertencia es semiplena cuando el conocimiento está dificultado (estado de somnolencia, ebriedad, etc.). Si la advertencia es plena, el acto humano es perfecto, es decir, totalmente voluntario y libre. Esto quiere decir que la persona es responsable de sus actos y dueña de los mismos.

El acto libre pertenece a la persona como algo propio: nadie más que la persona que lo posee es la responsable de sus consecuencias.

Además de ser, la persona posee otra perfección, que es la de realizar actos. Estos actos pueden ser buenos o malos (nunca pueden ser neutros); en su bondad y en su malicia los actos que pertenecen a la persona pueden perfeccionarla (si son buenos) o por el contrario pueden ser nocivos para ella (si son malos).

Debido a que los actos libres pertenecen a la persona y debido a que estos son creados por ella, es la persona misma la que se construye como buena o como mala. Un acto libre bueno construye a la persona como buena y viceversa: un acto malo hace a la persona mala.

La intervención de la voluntad en el acto humano: el consentimiento[3]

¿Cómo actúa la voluntad para que el acto humano sea totalmente libre?

La primera potencia que interviene es la inteligencia: ésta capta una verdad acerca de “algo” y se la presenta a la voluntad como algo bueno y verdadero. Solo después de haber intervenido la inteligencia, actúa la voluntad. La voluntad “mira” lo que la inteligencia le presenta; pero por más que esto sea bueno y verdadero, la voluntad no está obligada a quererlo. Es la voluntad por sí misma la que se decide a aceptar o no lo que la inteligencia le presenta. Se llama “consentimiento” al acto por el cual la voluntad se adhiere al fin (bueno y veradero) que le presenta la inteligencia.

Cuando la voluntad quiere al objeto en sí mismo se llama “voluntario directo”. Por ejemplo: la inteligencia le presenta a la voluntad un bien práctico, una actividad (estudiar); la voluntad, como quiere todo lo bueno y el estudiar es algo muy bueno, la voluntad lo quiere directamente y por sí mismo: elige la actividad buena y se aplica a conseguirlo.

Cuando la voluntad quiere algo y paralelamente permite que suceda otra cosa, se llama “voluntario indirecto”. Por ejemplo, quien lee un libro que es contrario a la fe católica (El Código Da Vinci), sin tomar las precauciones debidas (saber que es una fábula y que está plagada de mentiras y falsedades) y además acepta crédulamente (es decir sin fundamento racional) a todo lo que ahí falsamente se dice, corre el grave riesgo de perder su fe, y si la pierde, él es el único responsable, ya que se expuso al peligro voluntariamente. Directamente quiso leer el libro; indirectamente, quiso arriesgar su fe.

Otro ejemplo de voluntario indirecto: una persona, sin averiguar nada, decide acudir a unas sesiones de “rei-ki” (energía universal, en japonés); otra persona, como la anterior, católica como esta, acepta la invitación de unos amigos para jugar al “juego de la copa”. Si la persona es católica y quiere directamente participar de estas cosas, indirectamente también quiere todo lo que de estas prácticas se deriva.

Por último, si la voluntad consiente en una acción que es causa de otras, se dice que estas últimas son voluntarias “in causa”: las acciones que se cometen en estado de embriaguez son voluntarias “in causa” si la embriaguez ha sido consentida. El consentimiento puede ser perfecto si la voluntad se adhiere al objeto de modo total; puede ser imperfecto si falta advertencia plena.

El consentimiento perfecto supone una advertencia plena y una entrega total de la voluntad al objeto. Por ejemplo: quien hace una acción buena queriéndola hacer porque sabe que es buena, realiza una acción perfecta que a su vez lo perfecciona.

En el caso del aborto como método anticonceptivo, hay una doble oscuridad de potencia intelecto, que no es capaz de captar la verdad del aborto, presentándolo a la voluntad, de modo erróneo, como algo bueno y verdadero, y la voluntad, con libre albedrío, decide elegir lo que la inteligencia le presenta. Sólo que, en este caso, está eligiendo algo que no es verdadero ni bueno.

Pero en la voluntad también hay un oscurecimiento, porque en muchos casos la inteligencia presenta al aborto como lo que es, como algo no bueno ni verdadero, y sin embargo, la voluntad igualmente elige elegirlo, convirtiendo al acto libre en un acto malo, puesto que el objeto a alcanzar es malo.

Al analizar los pasos del acto humano, vemos que estos son libres, y que están movidos por la percepción de un bien objetivo, real, perceptible, por parte del intelecto, que es quien lo presenta a la voluntad. Si la inteligencia está oscurecida, percibirá el objeto –el aborto- como algo bueno y verdadero, cuando en realidad es algo falso y malo, y así lo presentará a la voluntad. Pero la voluntad no está obligada a elegir lo que le presenta la inteligencia, ya que es de ella de quien depende, en última instancia, el consentimiento, es decir, la actuación de sí misma, para dirigirse hacia el objeto. Si la voluntad elige en estas condiciones, entonces la falla principal que comanda al acto humano se da en la inteligencia.

Pero si la voluntad, aún percibiendo que lo que la inteligencia le presenta no es bueno, lo elige lo mismo, indica que posee un profundo grado de perversión y de oscuridad.

En síntesis, una doble herida de las potencias del hombre: en el intelecto y en la voluntad, contribuyen a la consumación de esa tragedia humana que es el aborto, disfrazado, eufemísticamente, como “método de regulación menstrual”.


[1] Cfr. Ángel Rodríguez Luño, Ética, EUNSA, Pamplona 1986, 109ss.

[2] Cfr. Rodríguez Luño, ibidem, 111.

[3] Cfr. Rodríguez Luño, ibidem.

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