El cigoto, es decir, el ovocito fecundado por un espermatozoide, es ya una persona humana, con un acto de ser, con un cuerpo y con un alma, y por lo tanto, su primer derecho humano es el derecho a vivir

miércoles, 27 de abril de 2011

La muerte en Cristo significa el ingreso en la vida eterna



La vida provoca sempre admiración, estupor, sobre todo cuando se trata de una vida humana, que es una vida superior a cualquier forma de vida visibile. Y si la vida provoca admiración y estupor por sí misma, por su misma excelencia y perfección –no es lo mismo una vida de una persona humana a la vida de una planta-, la desaparición de esa vida, es decir, la muerte, también provoca admiración, y lleva a preguntarse sobre porqué existe la muerte, qué sentido tiene, qué hay más allá.

Frente al fenómeno de la muerte, surgen interrogantes, y aún más cuando la persona que muere es un joven. La muerte es en sí misma el destino natural del hombre,[1] ser compuesto de cuerpo y alma; naturalmente, en algún momento, el alma deja de comunicar su fuerza vital, deja de transmitir su energía y su vida al cuerpo, y el cuerpo muere, queda sin vida. La muerte es el destino natural del hombre. Pero la muerte fue también impuesta al hombre, como castigo después del pecado[2]. Voluntariamente, el hombre se apartó de Dios, que es la fuente de la vida, y, apartado de la fuente de vida y de la Vida misma, al hombre no le queda otra cosa que morir. La muerte es entonces castigo del pecado.

Pero eso es la muerte sin Cristo, antes de Cristo. La muerte para nosotros, los cristianos, los católicos, que recibimos la vida de Cristo en germen en los sacramentos, principalmente en la confesión y en la Eucaristía, ya no es más ni destino natural ni castigo. Para nosotros, los cristianos, que hemos sido bautizados, y que por eso hemos sido incorporados a Cristo, que es el Dios de la vida, la muerte tiene un significado completamente distinto. Tan distinto, que la muerte llega a ser lo opuesto de lo que es: en Cristo, muerto y resucitado, la muerte se transforma en vida.

La muerte en Cristo es vida, porque en Él fue destruida nuestra propia muerte. En la muerte de Cristo en cruz está contenida la muerte de cada uno de los hombres, y por eso está contenida mi muerte. Y como Cristo destruyó a la muerte, porque resucitó, así mi muerte está destruida en Él, y así como mi muerte muere en su muerte en cruz, así mi vida resucitará con su resurrección. La muerte para los católicos, gracias a la Pasión de Cristo, no es ya ni necesidad natural ni castigo, y aún más, adquiere un significado impensable sin Cristo. No sólo ya no es más ni destino natural ni castigo, sino que en Cristo, la muerte del bautizado adquiere las mismas características de la muerte de Cristo: la muerte de Cristo en cruz fue un sacrificio libre por honor de Dios, y en eso se convierte la muerte del cristiano, del bautizado, en Cristo: un sacrificio libre por honor de Dios[3]. Y así como a la muerte de Cristo le siguió la resurrección de su Cuerpo y su glorificación, así al cristiano, que por el bautismo es hecho parte real de Cuerpo de Cristo, a su muerte le sigue la resurrección, la vida eterna y feliz en la amistad de Dios Uno y Trino. Por eso la Pasión de Cristo es fuente de vida, y de vida eterna[4].

La muerte en Cristo es un paso, de esta vida a la vida eterna, a la alegría infinita y eterna, en la compañía y amistad de Dios Trino y de todos los ángeles buenos y los santos. Sin embargo, no necesariamente debemos esperar a morir para gozar de esa felicidad eterna. Ya en esta vida poseemos, como en germen, como una semilla, la vida eterna, la resurrección. Nuestra resurrección está contenida en la Eucaristía, porque en la Eucaristía está Cristo, glorioso y resucitado, que me comunica de su vida divina.


[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Los misterios del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1964, 713.

[2] Cfr. Scheeben, ibidem, 232.

[3] Cfr. Scheeben, ibidem, 463.

[4] Cfr. Scheeben, ibidem, 480.

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