El cigoto, es decir, el ovocito fecundado por un espermatozoide, es ya una persona humana, con un acto de ser, con un cuerpo y con un alma, y por lo tanto, su primer derecho humano es el derecho a vivir

sábado, 5 de febrero de 2011

Sólo en el matrimonio del varón y de la mujer se da la imagen de Dios en el hombre



La creación del hombre como varón y mujer realiza la imagen de Dios

¿Qué entendemos por ‘hombre’? ¿Por qué Dios crea al varón y a la mujer, y no al varón solo o a la mujer sola? ¿Puede el hombre, en su soledad, alcanzar la felicidad? ¿En qué consiste la imagen de Dios en el hombre? Estos interrogantes, respondidos a la luz del magisterio de Juan Pablo II, nos ayudan a formarnos una idea de porqué un matrimonio que no esté constituido por la unión indisoluble del varón y de la mujer, está destinado al fracaso.

El hombre es creado varón y mujer

Estamos acostumbrados a pensar que “hombre” es sólo el individuo humano de sexo masculino. Sin embargo, en el lenguaje bíblico, por “hombre” se entienden tanto al varón como a la mujer. Es decir, “hombre” estaría implicando una bipolaridad sexual, en la cual ambos sexos se complementan. La especie humana está compuesta entonces por estos dos individuos de diferente sexo: varón y mujer.

Según los relatos bíblicos –en donde está contenida y asumida la sabiduría humana original-, el hombre ha sido creado “varón y mujer” (Gn 1, 27). El hombre y la mujer son iguales en cuanto personas y complementarios en cuanto varón y mujer. La sexualidad por un lado forma parte de la esfera biológica y, por otra, es elevada en la creatura humana a un nuevo nivel, el personal, en el cual se unen espíritu y cuerpo[1].

Esta teoría –el ser humano, el “hombre” es en realidad una creación bipolar, se encuentra en Juan Pablo II[2]. El Santo Padre analiza las palabras de Jesús en su enfrentamiento con los fariseos (Mt 9, 13ss) y su referencia al principio: “al principio el Creador los hizo varón y hembra”. En ese pasaje del Génesis, el texto dice: “Creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó y los creó varón y mujer”. Es decir, el “hombre”, como especie, es creado en una bipolaridad: “varón y mujer”. Luego Jesús añade, dando el fundamento de la unidad y de la indisolubilidad del matrimonio: “Dejará el hombre (varón) a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y formarán una sola carne” (cfr. Gn 2, 24). Del análisis del Génesis y de las palabras de Jesús, se concluye que por “hombre” se entiende la creación del varón y de la mujer. Cuando Jesús responde a los fariseos, en Mt 19, se refiere a la creación del hombre como varón y mujer.

Es creado primero el varón, “solo”: la soledad originaria

El hombre es creado originariamente solo, y él se da cuenta de esa situación, cuando se ve a sí mismo distinto de toda la otra creación –reflexiona sobre sí mismo- y también distinto de Dios. El hombre se encuentra solo frente a Dios, aunque esta soledad no implica solamente estar “solo”, sino su subjetividad, la cual se constituye por su autoconocimiento. El hombre está solo porque es “diferente” del mundo visible, del mundo de los seres vivientes. El hecho de que pueda reflexionar sobre esto, hace ver cómo el hombre es, en su interioridad, una persona humana con la subjetividad propia que la caracteriza: es su autoconciencia la que lo permite distinguirse de toda la Creación y de Dios. Pero esta soledad, al mismo tiempo que lo diferencia del resto de la Creación, lo constituye, por su autoconciencia, en el interlocutor absoluto y exclusivo de Dios: él, a través de su propia humanidad, queda constituido al mismo tiempo en un relación única, exclusiva e irrepetible con Dios mismo. Es la posesión de su cuerpo lo que le permite tomar conciencia de su soledad. El hombre, a través de la experiencia de su propio cuerpo, habría podido llegar a la conclusión de ser substancialmente semejante a los otros seres vivientes (animalia); sin embargo, no llega a esta conclusión, sino a la de que está “solo”. Es por el cuerpo que el hombre se distingue de los otros seres y se separa de ellos, y también a través del cual él es persona. Sobre la base de la experiencia de la soledad originaria, el hombre tiene conciencia y conocimiento del sentido del propio cuerpo.

Luego es creada la mujer, como compañía adecuada: la unidad originaria

Por su corporeidad, el hombre se descubre “solo”: distinto del resto de la creación, y en relación única con Dios. Pero a esta soledad originaria, le sucede la unidad originaria: hay una soledad originaria porque el hombre –varón- es creado primero; hay una primera encarnación del ser hombre, una primera forma de “ser cuerpo”, y es la masculinidad. Sin embargo, la obra de la creación aún no está completa: falta una segunda forma de encarnación del ser hombre, y es la femineidad, sólo así estará completa la imagen del hombre –varón y mujer- como imagen de Dios: “la unidad originaria se basa en la masculinidad y en la femineidad, como en dos ‘encarnaciones’ diferentes, como en dos modos de ‘ser cuerpo’ del mismo ser humano, creado a ‘imagen de Dios’ (Gn 1, 27)”[3]. Es en el segundo relato de la creación del hombre en donde se manifiesta la creación definitiva del hombre como varón y mujer: Dios dice: “No es bueno que el hombre esté solo, voy a hacerle una ayuda semejante a él” (Gn 2, 18). Luego continúa el relato del Génesis: “Hizo pues, Yahvé Dios caer sobre el hombre un profundo sopor; y, dormido, tomó una de sus costillas, cerrando en su lugar con carne, y de la costilla que del hombre tomara, formó Yahvé Dios a la mujer” (Gn 2, 21-22). Por obra de Dios, en este sopor genesíaco, cae en ese “sopor” para despertarse “varón” y “mujer”. Este “sueño” indica un retorno al momento de la creación, al no-ser, para que el hombre se prepare a un nuevo acto creador por parte de Dios: por iniciativa del mismo Dios, el “hombre” solitario surge de nuevo en su doble unidad de varón y mujer[4]. De este modo, el círculo de la soledad del hombre-persona se rompe, porque el primer “hombre” despierta de su sueño como “varón y mujer”.

Que la mujer sea tomada de la costilla del hombre, significa igualdad en la estructura corporal con el hombre; la mujer es creada sobre la base de la misma humanidad del hombre. El cuerpo es el mismo, a pesar de la diferenciación sexual, de ahí la expresión del primer hombre: “Será llamada ‘varona’ porque ha sido tomada del varón” (Gn 2, 23).

De este modo, el hombre (varón) manifiesta por primera vez alegría y exaltación; la alegría por otro ser humano, por el segundo ‘yo’, se evidencia en las palabras del hombre (varón) pronunciadas al ver la mujer (hembra). En esto radica la unidad originaria, que sigue a la soledad originaria.

Ambos realizan la comunión interpersonal, y en esta, la imagen de Dios

“...a su imagen y semejanza creó Dios al hombre”. ¿En qué consiste esta semejanza?

En la creación del hombre como varón y mujer, se puede observar una unidad, en cuanto poseen la misma naturaleza humana, y una dualidad, basadas en la masculinidad y en la femineidad del hombre creado. Al encarnarse no en uno sino en dos modos distintos de ser cuerpo y de ser hombre, el hombre supera la soledad originaria, a través de esta unidad originaria de masculinidad y femineidad. De esta manera se supera el límite de la soledad; la soledad es el camino que lleva a la unidad, a través de la ‘communio personarum’. El hombre, en su soledad originaria, adquiere una conciencia personal en el proceso de ‘distinción’ de todos los seres vivientes (animalia) y al mismo tiempo, en esta soledad se abre a un ser afín a él, que es definido por el Génesis (2, 18 y 20) como “ayuda semejante a él”. La soledad del hombre se presenta como el descubrimiento de la trascendencia de la propia persona y también como descubrimiento de una relación adecuada ‘a la’ persona, y por lo tanto, como apertura y espera de una ‘comunión de personas’. ‘Comunión’ se deriva del hecho de existir como persona junto a otra persona; es la existencia de la persona ‘para’ la persona. La comunión de personas podía darse sobre la base de una ‘doble soledad’ del hombre y de la mujer, es decir, como encuentro en su distinción del mundo de los seres vivientes, que daba a ambos la posibilidad de ser y existir en una reciprocidad particular.

En el relato de la creación del hombre, en el capítulo primero, se afirma que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios en cuanto varón y mujer. El capítulo segundo revela que la creación completa y definitiva del ‘hombre’ se expresa en la ‘communio personarum’ que forman el hombre y la mujer.

La “imagen de Dios” del hombre se realiza no sólo a través de su propia humanidad, sino también a través de la comunión de personas, que el hombre y la mujer forman desde el comienzo. La función de la imagen es reflejar al modelo; el hombre se convierte en imagen de Dios no tanto en el momento de la soledad, cuanto en el momento de la comunión. Es decir, el hombre es imagen de Dios porque en su comunión de personas, es imagen de la comunión divina de Personas Trinitarias.

La masculinidad y la femineidad expresan el doble aspecto de la constitución somática del hombre e indican la nueva conciencia del sentido del propio cuerpo, sentido que se puede decir consiste en un enriquecimiento recíproco. La estructura somática se presenta con una conciencia profunda de la corporeidad y de la sexualidad humana, y esto establece una norma para comprender al hombre en su relación con Dios.



[1] Cfr. Consideraciones, 3.

[2] Cfr. Juan Pablo II, El amor humano en el plan divino. Catequesis sobre la redención del cuerpo y la sacramentalidad del matrimonio, 2, Fundación Gratis date, Pamplona 2003, 1.

[3] Cfr. Juan Pablo II, El amor humano..., 8.

[4] Cfr. Juan Pablo II, El amor humano..., 8.

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